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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Perlas del ‘underground’

Ramon Colomina bailó con Isabel Ribas en 'Le ciel est noir' de la mano de Pina Bausch

Marcos Ordóñez

Ramon Colomina, alias Tornasol, alias Simon Genomina, alias Doctor Feo, alias Gusano Impasible (y unos cuantos alias más, uno por reencarnación) es uno de los personajes más singulares que conozco: bailarín, dibujante, filósofo y humorista, mayormente. “En los setenta”, cuenta, “hice Filosofía y escogí Lógica Matemática. Yo, a quien en el bachillerato cada vez que el profe de mates entraba en clase decía ‘Colomina, fuera de clase”. Dio un salto y cayó de pie en el baile: con Montse Colomé nació la entidad Colomina y Colomé, bailarines de claqué. Bailó luego para Carles Santos y para el grupo Heura. Con Isabel Ribas bailó en Le ciel est noir, que presentaron en Wuppertal, de la mano de Pina Bausch. Hablando de manos: “Doña Pina puso la suya en mi pecho durante largo rato. Y su mirada fue como una endoscopia. Cosas que marcan”. Con Silvia Genovés, la hija del pintor de El abrazo, estrenaron en los noventa cinco espectáculos gozosamente inclasificables: El gusano impasible, Rodolfo y Margarita, El hombre que decidió ser tonto, La línea de baba y Pingüenstein. La nueva reencarnación fue televisiva: El consultorio del doctor Feo (Canal Plus), Guía atípica de la Barcelona tópica (BTV), y cinco años cerrando cada semana Saló de lectura (BTV) y L'hora del lector (TV3), donde cocinó 200 sketches.

Cuando se acabó la tele volvimos al underground. El underground es Local Dos, el taller de Silvia Genovés (“ella es quien dirige en la sombra y evita que me suba a la parra”), en Riereta 13, en el corazón del Raval barcelonés. Desde hará un par de meses, cada viernes a las nueve de la noche, Ramon Colomina presenta el espectáculo Desmontando al hombrecito. Un asunto familiar, como diría Sly Stone. En escena, Colomina, Genovés, su hija Lu, Paloma Unzeta (“casi una hermana”) y su hijo Nahui Domínguez. “Para iniciar a Lu en los secretos del alma humana”, me cuenta, “le presenté a los señores Chéjov y Ozu”. No es extraño que haya salido así: atención a esa chica que baila y actúa con una gracia y un encanto sensacionales. Desarmando al hombrecito también podría llamarse “Un oasis en un charco de lluvia” (así comienza uno de los textos) o “El que la lleva, la entiende”, como la gran sentencia gaditana, que emerge de repente como una suntuosa alcachofa.

Destellos. Por ejemplo, este diálogo entre Lu y Paloma: “¿Qué pasa cuando el último tren ha pasado y nunca pasará ningún otro?”. “Que crece la hierba y alguna flor, que vienen los caracoles, las mariposas y las abejas”. O este ramalazo borisvianesco, “Una silla vacía suena como si una almohada te pegara un tiro”, mientras Paloma y Lu bailan desenfrenadamente School Out de Alice Cooper. Y en el tercio final, la presentación en sociedad del Viscolé, la danza que une en feliz alquimia las esencias catalanas (¡Visca!) y andaluzas (¡Olé!) de Ramon Colomina. Desarmando al hombrecito: una rara y dichosa locura, un espectáculo que dibuja la línea del horizonte. “Y en medio, un escalón”. Que gire, que gire, que gire.

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