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PURO TEATRO

Enemigos íntimos

Tres funciones en Barcelona brindan notables trabajos actorales y de puesta: Pretty, de LaBute; Per un sí o per un no, de Sarraute, y En veu baixa, de McCafferty

Marcos Ordóñez
Un momento de 'En veu baixa', dirigida por Ferran Madico.
Un momento de 'En veu baixa', dirigida por Ferran Madico.

Yo no sé qué le vieron en Broadway a Reasons to be pretty (2008), de Neil LaBute. Se estrenó en el off, en el Lucille Lortel, con un buen reparto (ahí estaban Alison Pill y Thomas Sadowski, dos de los mejores intérpretes de The Newsroom, de Sorkin); pasó al Lyceum al año siguiente, recortada, más fluida, y obtuvo tres nominaciones a los Tony. Ahora la dirige Marilia Samper en La Villarroel barcelonesa, con el título de Pretty, en versión de Violeta Roca. En su momento se dijo que cerraba una trilogía, con Gorda y La forma de las cosas, sobre las desventuras de la apariencia física, pero me parece que eso en Pretty es un mero detonante. Meri (Sara Espigul) se pone como una hidra porque su compañero, Edu (Pau Roca) ha dicho que su belleza es “normal”. Edu se lo ha comentado a Toni (Joan Carreras), su mejor amigo, y Carla (Mariona Ribas), su pareja, lo ha oído y ha corrido a contárselo a Meri, su mejor amiga. La función arranca con la poderosa explosión colérica de Meri. Tampoco diría yo que su problema real sea la inseguridad física. Hubiera explotado por cualquier otra cosa: ni su relación con Edu ni los trabajos de ambos parecen tener demasiado futuro.

LaBute siempre ha tenido muy buen oído para el lenguaje, y esa es aquí su mejor baza, aunque ha repartido bastante mal el juego. Edu es torpón y un poco lerdo, pero es un buen tipo, rodeado a) de una neurótica furiosa (Meri), b) un capullo sin paliativos (Toni) y c) una bicheja sin demasiadas luces (Carla). Es inevitable, pues, ponerse del lado de Edu. El principal interés de la función quizás sea ver hasta dónde es capaz de aguantar y cómo se convierte en un adulto. O sea, cómo aprende a darse cuenta de lo que le pasa y de lo que les pasa a los demás. Y a lidiar con ello, y a tomar decisiones.

Lo que me parece admirable es lo que han hecho Marilia Samper y sus intérpretes con estos mimbres: toda una lección de cómo mantener en alto un montaje. La tensión creciente, los estallidos, la sensación de tela de araña cada vez más pegajosa, el ritmo. Pau Roca ya estaba estupendo en Pulmons, de Duncan MacMillan, también a las órdenes de Samper. Y Sara Espígul, a la que descubrí en Litus, de Marta Buchaca: su Meri es puro vitriolo. Joan Carreras, primerísimo espada, borda ese Yago tan sonriente como siniestro. Y Mariona Ribas, a la que recuerdo en la reprise de Una historia catalana, de Casanovas, combina muy bien la bichez manipuladora y el desamparo final. El público conecta estupendamente con el espectáculo. Por cierto: en 2013, LaBute escribió una secuela, Reasons to be Happy, que se vió en Nueva York y Londres. No conozco esa comedia, pero me cuesta bastante imaginar que estos cuatro personajes tengan algún motivo para reencontrarse.

Si en la Villarroel todo comienza a rodar cuesta abajo por una palabra dicha de modo apresurado, en la sala Muntaner, pocas calles más allá, dos viejos amigos se reencuentran para descubrir que bajo una frase aparentemente inocua puede latir todo el desentendimiento del mundo. Caigo en la cuenta de que hace treinta años del estreno en Barcelona de Per un si o per un no, de Nathalie Sarraute, que Flotats y Puigcorbé estrenaron con gran éxito en el Poliorama, a las órdenes de Simone Benmussa. Tenía el recuerdo de una obra de gran voltaje cómico, una especie de high boulevard a lo Guitry, y en el montaje de Ramon Simó, que también me ha gustado mucho, veo que en el texto había humor, desde luego, pero sobre todo ferocidad y amargura: es el relato de una amistad que salta por los aires, la definitiva declaración de una guerra sin cuartel. Y sigue siendo, por encima de todo, un texto breve, de apenas una hora, reconcentrado y medidísimo, en el que no sobra nada. Y dos interpretaciones excelentes de tono. Hacía tiempo que no veía a Lluís Soler y está mejor que nunca en el rol del solitario, la bestia en su cubil, lleno de fuerza y a la vez de esa fragilidad que da el resentimiento. También está espléndido Manel Barceló, que esta temporada ha bordado roles tan distintos como el abuelo con alzheimer de Vilafranca, de Casanovas, y el político astuto y manipulador de Professor Bernhardi, de Schnitzler. Aquí está más cerca, en malicia y orgullo, del segundo. El primero no soporta haber necesitado el reconocimiento del otro, haberse puesto a merced de su condescendencia. Se conoce a sí mismo y conoce al otro, y viceversa. Descubren la enorme distancia, como en el bolero, y que son enemigos íntimos, sin reconciliación posible. El contemplador y el hombre de acción. O el apocalíptico y el integrado, como diría Eco. O el fracasado y el triunfador, según como se mire. Hay una variante respecto al anterior montaje. Allí había dos personajes, mitad testigos mitad jurado, interpretados por Conxita Bardem y Lluís Torner. Aquí son dos miembros del público, a quines Soler y Barceló les susurran las frases que han de repetir. Un poco artificioso. Y quizás algo innecesario, ya en el original. Otra pequeña pega: me resultó algo larga la escena inicial, con Soler solo en su casa, escuchando música a un volumen estrepitoso. Todo lo demás está impecable. Es raro que se haya tardado tanto en reponer esta pieza.

Me queda poco espacio pero quiero recomendar también En veu baixa (“Quietly”), de Owen McCafferty, un drama intenso y multipremiado en el Reino Unido, que he pillado casi con un pie en el estribo (acaba mañana: aún están a tiempo, y es más que probable que gire), óptimamente dirigido por Ferran Madico en el Espai Lliure, con muy buena versión de Joan Sellent. Curioso: llevamos varias obras “de asunto irlandés” en Barcelona esta temporada. En veu baixa transcurre en un pub y narra el careo, intenso y equilibrado, entre Ian (Òscar Rabadan), un terrorista excarcelado, y Jimmy (Francesc Garrido), hijo de una de sus víctimas, ante la mirada de Robert (Xisco Segura), el polaco que lleva el lugar. Òscar Rabadan, el atormentado Ian, y Xisco Segura, el polaco que percibe (y vive) el odio de los opuestos, están estupendos, en su punto, pero el trabajo de Francesc Garrido como el alcohólico, desolado y ultralúcido Jimmy es sensacional, una creación. No te cansarías de mirarle y escucharle.

Pretty, de Neil LaBute. Dirigida por Marilia Samper. La Villarroel (Barcelona). Hasta el 12 de junio.

Per un sí o per un no, de Nathalie Sarraute. Dirigida por Ramon Simó. Sala Muntaner (Barcelona). Hasta el 19 de junio.

En veu baixa, de Owen McCafferty. Dirigida por Ferran Madico. Espai Lliure (Barcelona). Hasta el 12 de junio.

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