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CRÍTICA / LIBROS

La ‘matrioska’ en novela

Jesús Ruiz Mantilla pasa del influjo de Galdós a una novela de múltiples claves narrativas en 'Hotel Transición'

J. Ernesto Ayala-Dip

De su galdosiana Ahogada en llamas, Jesús Ruiz Mantilla pasa ahora en Hotel Transición a una novela de múltiples claves narrativas. Una de ellas es la incursión en el realismo. Otra, superpuesta, la novela que juega a enfrentar dos tiempos históricos y a que dialoguen (sin dejar por ello de sacarse los trapos al sol), tal vez también a que a la larga se reconcilien. Hotel Transición es también un relato de formación, donde el protagonista tiene que apechugar con varios interrogantes: familiares, íntimos e históricos. Otra novela también podría ser la que se interroga sobre sí misma, no sobre la novela en general, porque si no estaríamos en el terreno de la metaficción, sino sobre la que estamos leyendo.

Narrada en primera persona, alguien desde la habitación de un hotel nos cuenta su infancia, cuando se llamaba Chucho, cuando su madre regentaba un hotel y su padre daba clases, todo ello en aquel contexto político y social que se dio en llamar “la transición española”. Esa voz, como agazapada en un presente, que también es el del lector, nos habla en continua interpelación a su pasado, sin ahorrar análisis, diagnósticos y contundentes críticas a ambos.

Mientras leemos esta novela, otra de las que superponen, una que bien podríamos llamar generacional, vemos deslizarse con casi secreta presencia la que a este critico le hubiera gustado más: la de la vida de la madre del narrador cuando es un crío, la misteriosa historia de amor de la madre con un viajante de comercio todavía más misterioso, a espaldas de su marido, el padre de Chucho, del narrador que nos habla desde una habitación de hotel, ahora. Volvamos más arriba, cuando hablaba de la interrogación que se opera en el seno del libro que leemos. Ruiz Mantilla, detrás de un narrador muy consciente de lo que hace, y sobre todo de lo que también hace mal, urde su novela y a la vez el antídoto que la protege de su posible naufragio. Por ejemplo: si el narrador del presente se pone muy pesado con el uso y abuso de su intromisión moralizante, inmediatamente él mismo se cuestiona esa intromisión. Tal solución me parece ingeniosa. Entre otras cosas porque se da en la esfera del relato como juego narrativo. O como guiño. O disimulado auxilio al lector.

De todas las novelas que hay en Hotel Transición, no obstante yo me quedo con la que Jesús Ruiz Mantilla desaprovechó. Esa que la madre del narrador se merecía toda para ella sola. Y luego hay también hay otra en ciernes. La de esa estupenda tía Cuca que quiere saberlo todo sobre el sexo antes de morirse. Hotel Transición es una buena novela. Pero con algunas líneas argumentales que nunca debieron entorpecer las dos mejores que prometían.

Hotel Transición. Jesús Ruiz Mantilla. Alianza. Madrid, 2016. 320 páginas. 18 euros


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