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Vuelve el jefe de la tribu

Con la reedición de ‘El camino más corto’, Ediciones B ha comenzado el rescate de la obra de Manuel Leguineche, uno de los principales referentes del periodismo español.

Manu era un chaval que no hacía mucho había comenzado a hacer periodismo. Así que le faltaba dinero en el bolsillo pero le sobraba entusiasmo. En el invierno de 1965, el año en que “se heló hasta el vino que estaba en la tinajas” y “los grises” aporreaban las protestas estudiantiles, el muchacho de 23 años consiguió sumarse a una expedición que se había propuesto batir el récord de distancia recorrida en coche. “¿Cómo pretendes dar la vuelta al mundo en una expedición como esta si no sabes conducir?, me preguntaron, con acierto, los organizadores de aquel viaje al fin del mundo. Tengo otras condiciones, respondí. No sé conducir ni nada de mecánica, pero sé cantar, jugar al mus, tengo muy buen humor, sé algo de geografía y he leído a Conrad, Stevenson y Verne”, cuenta Leguineche en El camino más corto, reeditado por Ediciones B, para aclarar cómo convenció al grupo de tres periodistas estadounidenses y a un fotógrafo suizo para vivir una odisea de casi dos años.

Con este libro, Ediciones B ha iniciado el rescate editorial de la obra del reportero vizcaíno y en los próximos meses publicará El precio de paraíso, El club de los faltos de cariño, Yo pondré la guerra y Hotel Nirvana. El camino más corto se publicó por primera vez en 1978 y luego en 1995, en una edición revisada y aumentada por el propio autor que, para entonces, ya era considerado el “jefe de la tribu” de los periodistas españoles. El libro se abre con una cita del filósofo Hermann Keyserling: “El camino más corto para encontrarse a sí mismo da la vuelta al mundo.” Enseguida empieza la mitificación del viaje pues, según Leguineche (Arrazua,1941- Brihuega, Guadalajara, 2014), “se ha convertido para muchos en búsqueda desesperada de paraísos perdidos que ya no existen, en una prueba de uno mismo, en una huida.”

Para esta reedición, el escritor y amigo del también autor de Los topos, Javier Reverte, ha escrito un prólogo lleno de recuerdos de algunas de sus andanzas juntos y de sus estrategias para conseguir el material que daba forma a sus reportajes. “Manuel Leguineche, Manu, como todos los profesionales de la información reconocen, era un periodista extraordinario; además de eso, tal y como sus amigos podíamos disfrutar con frecuencia, era una persona excepcional. Sin embargo, la mayoría de la gente ignoraba, y algunos de quienes pateamos el mundo con él lo sabemos bien, que se trataba de un viajero tan vocacional como con frecuencia desastroso. Puesto que yo, pese a lo que la gente puede suponer, tampoco soy un modelo de viajero, muchos de nuestros paseos juntos por el mundo, para informar o por mero placer, no terminaron catastróficamente de puro milagro. Pero Manu y yo compartíamos una afición que no toda la gente aprecia en su justa medida: reírnos. Y los malos trances se resuelven mejor riendo que llorando”, estipula Reverte.

La aventura de aquel viaje llevó a Leguineche a vender píldoras vietnamitas en los mercados de Tailandia, ser testigo de la caída de la monarquía en Libia, merodear con la disentería en el desierto norteafricano, jugar al fútbol con el príncipe Norodom Sihanouk de Camboya y relatar los conflictos de Laos y Vietnam, además de la guerra de los Seis Días en Oriente Próximo. ¿Hay, acaso, una mejor iniciación y escuela para un periodista?

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