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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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El encanto de lo incompleto

Una cosa es lo feo y otra lo imperfecto. La imperfección lleva consigo la falta de complexión o acabamiento pero no necesariamente el error. No es, al cabo, nada insólito para el arte. El arte discurre entre la idea original (prevista o sobrevenida), su esbozo y su gloriosarealización.

Ahora mismo el Met Breuer de Nueva York presenta una exposición sobre el caso de la obra no terminada. Puede parecer una morgue de lo que se comenzó y no culminó pero, visitando en directo sus obras, podría concluirse que lo más atractivo del romance entre el autor y la obra no se encuentra en la relación sexual completa sino en el deseo por alcanzarla.

Varias decenas de obras desde el Renacimiento a la actualidad recorren el episodio de cuadros que por unas u otras razones quedaron históricamente sin terminar.

En ese trance crítico del Met, aquello que cumplió del todo su proyecto aparece con una intención proverbialmente fracasada. Los blancos que se presentan en algunos retratos de Lucian Freud, los emborronamientos sin corregir que definen varios lienzos del pintor inglés Joseph Mallord William Turner son, a simple vista, deficiencias. Sin embargo, si la mirada se deja llevar sin final, lo incompleto, lo inacabado, lo falto de terminación, resulta lo más interesante de la creación.

Todo artista es más en su intención que en su aplicación. ¿Cuadros sin terminar? Precisamente este defecto conduce al efecto de conocer más sobre el cuadro y su pintor. Sería como saber de alguien mediante una autopsia prematura en contraste con saber del artista mediante el frío expediente de la admiración.

Cualquier artista, empezando por los mejores, sufren alguna carencia o malestar en sus vidas, como es fácil de predecir. Un dolor en su salud o en su estado ánimo que cuando entregan la obra certificadamente concluida, se esconde bajo este documento sin corazón.

Todo artista desea amar (a su obra, a su amante, a su paisaje interior) tanto como anhela ser amado en su profesión y en su modesta condición humana. Sin embargo, qué verdad incierta se hace transmitir en la perfección. Lo incompleto, lo medio acabado, lo imperfecto, llevan al artista a una exposición más personal. No sería la mera exposición de su trabajo en el trasunto de la creación. ¿Creación? Está en definitiva es manos de los dioses, que ni sufren ni padecen. La duda, el dolor, la vacilación del autor solo se representan vivamente en la obra por terminar. Con o sin posible solución. En ese intervalo se revelan los problemas. En ese intervalo que todavía no ha logrado el lustre reglamentario se transparenta la pugna del autor contra sí mismo, el lienzo y la Humanidad. O, en definitiva, la exposición del Met Breuer es más que una exposición de pintura. Muestra al ser humano —artista o no— que se revela no en el fin mismo sino en la compleja peripecia de la vida aún sin acabar.

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