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Daredevil, el lado oscuro de Marvel

Eneko Ruiz Jiménez

Es un día normal en el universo Marvel. Los Vengadores rescatan Nueva York de una invasión alienígena. El Capitán América salva Washington de una organización terrorista que trataba de conquistar el mundo. A su paso solo dejan destrucción. Los criminales de poca monta y las bandas organizadas esperan a la sombra para aprovecharse de ello. Alguien debe encargarse de limpiar los bajos fondos en los días posteriores. La responsabilidad de lidiar con la calaña la asume Daredevil, justiciero titular de la primera incursión de Netflix en el famoso universo interconectado que año tras año triunfa en pantalla grande. Aquí no hay tiempo para licra, alienígenas, armaduras futuristas ni dioses del trueno. Solo sangre, conflictos morales y mucho pesimismo. Bienvenidos al lado oscuro de Marvel.

Daredevil, el hombre sin miedo (conocido como Dan Defensor en sus primeros tiempos en España), apareció por primera vez en las viñetas en 1964. Stan Lee (creador de Spiderman, X-men o Vengadores) y el dibujante Bill Everett presentaban a este héroe con cuernos y disfrazado de amarillo que con cierto aire circense hacía justicia en el barrio neoyorquino Hell's Kitchen. Villanos como el Búho (que aparece también en la serie), Zancudo y Matador (sí, un malvado español y torero) imprimían el toque pulp. Pero, ¿cómo era Daredevil diferente al resto de supertipos? Matt Murdock era también un abogado ciego.

Ese aspecto colorista e inocente de los inicios —que recientemente ha regresado a las viñetas— no es el que le hizo trascender en la historia del cómic. En los ochenta aterrizó en la colección el guionista Frank Miller (antes de crear Sin City y 300) decidido a desarrollar el aspecto noir del antihéroe. La Cocina del Infierno era el epicentro de una constante guerra de bandas. Kingpin, Elektra, Bullseye... muerte, crimen y drama protagonizaban una espiral de violencia que continuaron durante décadas Ann Nocenti, Ed Brubaker o Brian Bendis. En esos gloriosos tiempos se inspira sin rubor la adaptación de Netflix.

Hell's Kitchen es un hervidero de crimen. Los rusos controlan el tráfico de personas. Los chinos se encargan de la heroína. Incluso cuentan con una unión de constructoras que se hace cargo de las cuentas y de la reconstrucción de la ciudad. Al mando está el misterioso Wilson Fisk, quien desde su lujoso ático y con solo una orden maneja la ley, el orden y el crimen neoyorquino. En los barrios de Nueva York solo se vive indefensión y hartazgo ante la oleada de ataques. De entre las sombras, un hombre enmascarado, cansado de la contemplación, se autodenomina defensor de los desprotegidos. Matt Murdock es abogado de día y justiciero de noche. Pero ¿dónde acaba la justicia y comienza su pasión por la venganza?

Con esta pregunta muy en mente, el binomio entre héroe enmascarado y rey del hampa se convierte, como en los mejores cómics de Miller, en el motor de la serie. Ambos buscan lo mismo: reconstruir su amada ciudad. Sus métodos no son tan diferentes. Uno ve como única solución tomarse la limpieza por su mano y el otro decide sobrepasar la ley para poner orden. "La ciudad tiene que morir antes de resucitar". Las peleas (que las hay y muy bien rodadas), los ninja Yakuza y el universo Marvel son un complemento, pero es ese conflicto moral entre extremos que se tocan el que hace de Daredevil un producto que, pese a todas sus limitaciones, tiene algo más que decir.

Vincent D'Onofrio imprime en Fisk —nunca denominado Kingpin— la brutalidad necesaria, pero también la calidez y el desazón humano. Es paradójicamente el villano el que protagoniza la mejor relación romántica de la serie, a la que da respuesta una sabiamente comedida Ayelet Zurer. Mientras que Charlie Cox (Boardwalk Empire) hace lo propio con su perfecto Murdock, que transmite tanto en sus diálogos como en sus coreografiadas batallas. El plano secuencia del episodio dos se convertirá en historia de la televisión no solo por su acción desenfrenada, sino por el sufrimiento que muestra su protagonista. Un héroe cansado y que no es invencible. Se cae, sangra y le cuesta respirar.

Pese a no ser ajeno a algunos de los clichés y taras del género (algún que otro diálogo manido y la necesidad de desarrollar a sus personajes femeninos), tipificar Daredevil como una serie de superhéroes sería demasiado simplista. No es, por suerte, Agents of SHIELD, aunque tampoco es The Wire (nada lo es), por mucho que su showrunner Steven S. Knight se esfuerce en compararlas. Es un relato de poder, bajos fondos, policías corruptos y conflictos morales sobre un trasfondo católico. Bebe más de Sérpico, Taxi Driver, The French Connection, la serie Daños y perjuicios y, sobre todo, de la trilogía de Batman de Cristopher Nolan —no es casual que el director se basara precisamente en cómics de Miller—, con todo lo bueno y lo malo que eso supone. A veces tener que hacer concesiones a la acción y a los superhéroes le supone incluso una losa. Por desgracia hay ocasiones en las que se esfuerza demasiado en explicarlo todo una y otra vez. No toma al espectador como alguien acostumbrado a ver dramas duros.

Daredevil es un evento en sí mismo, con su elenco coral y universo autocontenido. No hace falta ver Los Vengadores, ni seguir viendo el resto de series de Netflix (aunque después de esto y con los conceptos elegidos, se esperan muchas cosas buenas) para disfrutarla. En eso reside parte de su grandeza. Aunque también en todo lo que promete. Las mejores historias están por contar, las semillas están plantadas: Elektra, Bullseye, María Tifoidea... Por delante, de momento, tendremos una detective de superhéroes, un justiciero afroamericano, un ninja milenario y la reunión de los defensores urbanos. Daredevil se arriesga a que esta forzada interconexión deje, sin embargo, los buenos propósitos en agua de borrajas. Lo único que queremos ver es la segunda temporada del cuernecitos. Los lectores de cómic ya estaban convencidos, es el momento de que Marvel se gane al resto. ¿Quién se acuerda ya de Ben Affleck?

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Sobre la firma

Eneko Ruiz Jiménez
Se ha pasado años capeando fuegos en el equipo de redes sociales de EL PAÍS y ahora se dedica a hablar de cine, series, cómics y lo que se le ponga por medio desde la sección de Cultura. No sabe montar en bicicleta.

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