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FERIA DE SAN ISIDRO
Crónica
Texto informativo con interpretación

¡Qué poco dura la alegría…!

Una descastada corrida de Parladé devuelve el aburrimiento a la feria

Antonio Lorca
Juan Jose Padilla en Las Ventas, en el primer toro de la tarde.
Juan Jose Padilla en Las Ventas, en el primer toro de la tarde.Claudio Álvarez

¡Qué poco dura la alegría en la casa… del aficionado a los toros! Tras la feliz conmoción del martes, llegó la desesperación del miércoles, y el jueves la feria de San Isidro volvió a ser ella misma; es decir, un tostonazo.

A estas alturas del ciclo —21 corridas ya, y seguidas, que se dice pronto— no es que se resientan las lumbares y el trasero por ese duro asiento de piedra y sin respaldo, impropio del siglo de las nuevas tecnologías, sino que se rebela el alma de tanto aburrimiento continuado.

Parladé/Padilla, Fandiño, Garrido

Toros de Parladé, muy bien presentados, mansos, sosos y descastados; el sexto destacó en varas.

Juan José Padilla: estocada baja —aviso— (ovación); estocada (ovación).

Iván Fandiño: dos pinchazos, bajonazo, tres descabellos —aviso— un descabello y el toro se echa (silencio); estocada desprendida (ovación),

José Garrido: ­—aviso—tres pinchazos y un descabello (silencio); tres pinchazos —aviso— (silencio).

Plaza de Las Ventas. 26 de mayo. Vigésima primera corrida de feria. Casi lleno.

Y, otra vez, el toro. Preciosa la lámina de los Parladé, cargados de kilos, pero ayunos de bravura, de fuerza y de casta. Y cualquiera sabe ya dónde está el misterio, ni cómo se vuelve a la casilla de salida. Se ha desnaturalizado al toro; y el conflicto radica en si habrá alguien que sepa naturalizarlo, o si habrá que concluir que esta especie maravillosa está en vías de extinción porque está perdida en un laberinto de imposible solución.

Sería bueno, quién sabe, declararlo especie en peligro, como ocurre con el lince, y que las administraciones publicas dedicaran partidas presupuestarias —pero en dinero contante y sonante y no con acusaciones mentirosas, y sin un euro, como ocurre ahora, para revitalizar un animal que está en franca decadencia.

Bonita estampa la de los Parladé, guapeza en la pasarela, pero en cuanto daban dos paseos por el redondel se les notaba que todo era fachada, chapa y pintura, jabón y colonia, pero con el motor gripado.

Y así es imposible. Valentía de los toreros, entrega, detalles aislados, pero puede más el recuerdo de la dura piedra del asiento que la actitud torera de un Padilla revitalizado, al que no parece que le pesen los años, y se le nota a leguas que la experiencia es un grado; sin dejar de ser el mismo, es mejor torero que hace algún tiempo; o ese mal momento que está pasando Fandiño, que parece cansado, con las ideas perdidas, inseguro, con la lección desaprendida y la mente oscurecida por fantasmas que vaya usted a saber dónde tienen su origen; o la juventud arrolladora de Garrido, valiente a carta cabal, aturrullado por su deseo de triunfo, que se mezcla con su impericia y ofrece una imagen torpe y pesada que, con seguridad, no le corresponde.

Y, mientras tanto, el cansancio, el tedio y el dolor de huesos hacen presa del aficionado y echa de menos lo que ha dejado de hacer por acudir a un espectáculo que exige tanto sacrificio y ofrece tan escaso beneficio.

Mientras tanto, el espacio obliga a rebuscar detalles que escapan a velocidad de vértigo de la flaca memoria. Y aparecen dos verónicas de buen gusto de Padilla a su primer toro, una voltereta sufrida en las banderillas (el toro se le frenó a la hora del encuentro, lo acunó y se lo llevó por delante, lo derribó y lo buscó en el suelo, sin más consecuencias que algunas magulladuras en la cara), el esfuerzo, la entrega y la decisión del torero, algún natural estimable; y un toro, el segundo, parado, adormecido y hundido.

Queda algo menos positivo de Fandiño, que no tuvo oponente para el triunfo en su primero, pero del que sorprendió su tendencia a la inseguridad, como si le hubieran abandonado las cualidades que con buen tino ha demostrado en esta misma plaza. Quiso ofrecer otra imagen en el quinto, pero tras un esperanzador inicio, se diluyó el toro, y el torero se desinfló. Dio la impresión de que la queda una temporada llena de dudas y de olvidos. Ojalá se haga realidad que quien tuvo, retuvo.

Y Garrido acaba de empezar, y se pone tan pesado como todos los nuevos, que se miran en el espejo de las pesadísimas figuras modernas. Le sobra valor, persigue el triunfo con admirable codicia, y tiene maneras toreras, pero le falta reposo y serenidad. Todo se andará…

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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