Una bala de goma a los postres
Lo que proponen Crehuet y su reparto es algo a la vez pegado a lo inmediato, pero con el poder de lo perdurable. Y universal
Aún persistía en el aire el silbido de la bala de goma que hirió el ojo de una manifestante durante el 14N cuando el dramaturgo Marc Crehuet estrenaba su obra El rei borni. Comedia negrísima, el montaje partía de una situación potencialmente explosiva: el reencuentro de dos viejas amigas propiciaba una cena de parejas, donde una víctima de la violencia policial acababa sentada justo enfrente de su verdugo. Una idea de la que hubiese podido sacar buen partido el Gérard Lauzier de Cosas de la vida, serie de historietas que, del 75 al 86, no dejó títere con cabeza en las páginas de Pilote. A Crehuet, no obstante, no le interesa el ácido costumbrismo de Lauzier. Que nadie espere ver, tampoco, en El rey tuerto, adaptación cinematográfica de la obra, un material susceptible de nutrir un sketch de humor político modelo Polònia. Lo que proponen Crehuet y su reparto es algo completamente distinto: a la vez pegado a lo inmediato, pero con el poder de lo perdurable. Y universal.
EL REY TUERTO
Dirección: Marc Crehuet.
Intérpretes: Miki Esparbé, Betsy Túrnez, Añain Hernández, Ruth Llopis, Xesc Cabot.
Género: comedia
España, 2016.
Duración: 87 minutos.
La fotografía de Xavi Giménez y la dirección artística de Silvia Steinbrecht conspiran para adensar el tono de la comedia, que avanza siguiendo caminos impredecibles y basa su singularidad y eficacia en la riqueza multicapa de sus personajes, todos ellos con sus contrastados puntos de monstruosidad y vulnerabilidad. Los ajustes de la adaptación al cine son mínimos (el elenco es el mismo), pero Crehuet demuestra seguridad en su firme puesta en escena: el juego de planos y contraplanos entre el policía y su víctima es preciso, feroz y eficaz en la escena de la exhibición de la herida. La sugerida ruptura de la cuarta pared en el desenlace es otro sutil acierto expresivo. El rey tuerto no se parece a ninguna otra reciente comedia española: crea –y ocupa- su propia categoría.