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Eurovisión: un mundo no tan ideal

El certamen celebra su 61 edición rodeado de más polémicas que nunca en su historia

Hovi Star, representnate de Israel en Eurovisión.
Hovi Star, representnate de Israel en Eurovisión.MICHAEL CAMPANELLA (Getty Images)
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Los eurofans lo saben bien: Eurovisión es un momento aparte del año. Un oasis en el tortuoso camino de la actualidad. En ese sentido, el certamen —que celebra hoy la final de su 61 edición en Estocolmo—, también funciona como una idealización de Europa. Su versión más feliz y colorista, en la que no tienen cabida los problemas cotidianos. Aquí nadie sabe lo que es la Troika, los vecinos se ayudan los unos a los otros e Inglaterra, a pesar de que lleva casi 20 años sin ganar, no amenaza con salirse del club. Triunfe quien triunfe, el espectador siempre puede contar con que presenciará un final feliz entre espectaculares juegos de luces y una lluvia de confeti. Pero ni siquiera la competición musical televisada más longeva del mundo es capaz de escapar al signo de los tiempos. De la realidad, tampoco.

Eurovisión 2016 será recordada a partir de esta medianoche como la edición en la que se alzó con el premio Rusia, Australia -que participa desde el año pasado, premiando a las leyes del mercado por encima de las de la geografía-, Ucrania o Francia, los favoritos según las casas de apuestas. Pero también pasará a la historia como el año en el que el concurso tuvo que hacer un mayor número de equilibrios para evitar ser zarandeado por las polémicas. Si en otras ediciones el peligro tenía la forma de un alarmante número de participantes freaks, a los que los eurofans acérrimos miraban con el mismo recelo reservado a aquel que te puede arruinar la fiesta por estar pasado de vueltas, este año las amenazas se han vuelto más serias, en tanto que reflejan conflictos que nada tienen que ver con canciones de tres minutos, estribillos contagiosos, puestas en escena espectaculares o estilismos repletos de materiales brillantes.

Como en una serie televisiva de intriga geopolítica, Eurovisión 2016 ha tenido un poco de todo, incluso antes de llegar a la gran final. Conflictos territoriales, como el que protagonizó la representante ucraniana, Jamala, con una canción —titulada 1944— que recuerda la deportación del pueblo tártaro a manos de Stalin, y que en Rusia han tomado como ataque por su anexión de Crimea. O simbólicos, con el revuelo ocasionado por la decisión de la organización de prohibir una serie de banderas entre las que se encontraba la ikurriña, para poco después tener que desdecirse. O una mezcla entre ambos (ya se sabe: lo territorial se apoya en lo simbólico), cuando la representante armenia, Iveta, sacó en la sala de prensa una bandera de Nagorno Karabaj (otra que estaba en la efímera lista prohibida), zona que ahora pertenece a la vecina Azerbaiyán. Eurovisión, un terreno expresamente neutral –están prohibidas las canciones con temática política- ha salido al paso como ha podido, apoyándose en mensajes como el de Hovi Star, el representante de Israel: “Aquí hemos venido a cantar. A pasárnoslo bien”. Y nada más, que nos conocemos.

Jamala, representante de Ucrania, en uno de los ensayos.
Jamala, representante de Ucrania, en uno de los ensayos.MICHAEL CAMPANELLA (Getty Images)

Sin embargo, Hovi también ha estado presente (aún a su pesar) en la otra gran sombra de la edición. El incidente que vivió en el aeropuerto de Moscú, en el que unos funcionarios de aduanas le humillaron y destruyeron su pasaporte por ser homosexual, ha sido otra chispa más para encender la campaña contra Rusia - de alguna manera siempre en el epicentro de todos los terremotos- y la política marcadamente antigay del gobierno de Putin. Más aún si tenemos en cuenta que su representante, Sergey Lazarev, es el máximo favorito de esta edición. Hasta Barei, la representante española, ha justificado la tesis: “si yo fuera gay, no votaría a Rusia por una cuestión humana”, declaró. Para continuar con las intrigas, varias de las actuaciones de una de las semifinales han sido filtradas, entre ellas la de Barei, y un jurado (ruso, para más señas) ha sido sancionado por difundir las grabaciones de Armenia y Países Bajos. Los guionistas de Homeland harían bien en prestar un poco más de atención a los movimientos ocultos del concurso.

Nunca antes el mundo ideal eurovisivo había mostrado tantas grietas para que la realidad exterior se colase entre ellas. Incluso este año, la propia organización ha querido mirar brevemente hacia fuera; en semifinales, un espectáculo coreografiado representaba el drama de los refugiados sirios. Pero, ante la amenaza de romper el encantamiento, el certamen volverá a cerrar filas esta noche. Durante al menos las tres horas y media que dure la gala, no existirán las tensiones ni las intrigas y, al menos sobre el papel, se defenderá firmemente el derecho de todos a ser tratados de forma igualitaria, sin importar nacionalidad, condición u orientación sexual. Eurovisión se esforzará de nuevo por presentarnos un mundo ideal, aunque el suyo propio lo sea cada vez menos.

Eurovisión habla inglés

La lluvia de polémicas de esta edición de Eurovisión también ha tenido nuestra propia versión doméstica. Say Yay!, de Barei, se ha convertido en la primera canción que representa a nuestro país cantada completamente en inglés. Si bien una versión anterior de la canción incluía algunos fragmentos en castellano, por sugerencia de RTVE, la artista prefirió obviarlos. El académico de la Lengua José María Merino calificó de "sorprendentemente estúpida" esta decisión, a lo que la intérprete –que utiliza el inglés en sus canciones desde su segundo disco, Throw the Dice- respondió aduciendo que "Nadie tiene que cambiar su arte para un concurso u otro".

Independientemente de otras consideraciones, la historia reciente del concurso apoya la opinión de la representante española. Nueve de las diez últimas canciones ganadoras estaban cantadas enteramente en inglés (solo la serbia Marija Šerifović consiguió romper esa tendencia en 2007) y, para encontrar a la siguiente composición ganadora escrita exclusivamente en su lengua materna - en 2004, la ucraniana Ruslana ganó combinando su idioma con inglés- hay que remontarse hasta 1998 y Diva, de Dana Internacional, hit que también tuvo una versión angloparlante.

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