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DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un baile de palabras y gestos

El montaje de 'Letter to a man' se ideó para el Teatro Caio Melisso. La magia de la perspectiva teatral no se logra en la sala roja del Canal (Madrid)

Mijail Barishnikov en la obra 'Letter to a man', de Robert Wilson.
Mijail Barishnikov en la obra 'Letter to a man', de Robert Wilson.

Los diarios son el motivo, pero no el objetivo de este espectáculo. Debe seguirse mencionando el testimonio fundamental en el destino de los diarios de Nijinski, y es el de Georges de Chapowalenko. En su día, a raíz del estreno de Letter to a man en Spoleto, escribí: “La autenticidad de los diarios completos de Nijinski sigue estando abierta. La única foto tomada en Budapest de Rómola, Nijinski y su tutor de entonces, Georges de Chapowalenko, no apareció hasta hace muy poco y está en la colección personal del crítico y editor italiano Alfio Agostini: se encontró en un libro de homenaje a Nijinski de varios autores. Rómola no podía ser en Budapest la tutora del Nijinski demente e incapacitado porque no lo permitían las leyes de la época, y es Chapowalenko quien asume este rol y quien lo relata con todo detalle y de viva voz a Agostini.

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Chapowalenko, a pesar de la estrecha relación con Rómola, nunca pudo ver de cerca los diarios que se mantuvieron en la caja fuerte de un banco de Zúrich más de cuarenta años. Todavía se discute la verdad que encierran esos escritos, y lo que sí es incontestable es que Rómola no hablaba, ni mucho menos escribía, ruso; ella siempre se entendía con Vaslav en francés y se negó durante décadas y repetidamente a mostrar a Chapowalenko los diarios de marras que después se han editado con el marchamo de no estar censurados, como sí sucedía en las impresiones precedentes, donde Rómula obcecadamente intentaba ocultar las referencias a la homosexualidad, a Diaghilev y al sexo. Pero no hay a día de hoy nada concluyente de las pruebas caligráficas ni la datación de los cuadernos”. Barishnikov ha insistido en que no hay danza como tal en Letter to a man, pero se trata de él mismo, que gestiona como una linfa poderosa el tiempo, lo recorre y lo dinamiza. Su madurez es oro, como en esa antigua tradición japonesa donde se usa el preciado metal para unir los trozos de un cacharro de porcelana roto, entonces las caprichosas nervaduras son una nueva lectura, pasan de cicatrices a mérito.

Con toda probabilidad, este espectáculo sobrio y contenido, amargo y milimétrico, habla también de la intolerancia, la incomprensión, la marginación alienante de los enfermos mentales, los prejuicios en cuanto sexualidad de los que fueron víctimas y protagonistas en su tiempo tantos seres humanos, no solamente artistas notorios. Con toda seguridad esta obra también esboza un planteamiento serio y contundente sobre la manipulación de que puede ser víctima cualquiera en su legado, memoria o a través de los elementos documentales.

'Letter to a man'

Dirección, escenografía y concepto de luces: Robert Wilson; con Mijail Barishnikov; texto: Christian Dumais-Lvowski; colaboración movimiento: Lucinda Childs; música: Hal Willner; vestuario: Jacques Reynaud.

Barishnikov se mostró en el estreno madrileño contenido, y como siempre, profesional al máximo en su pulcritud expositiva. Es verdad que este montaje se ideó para el Teatro Caio Melisso, coliseo coqueto y recoleto, de mediados del siglo XIX (la historia misma del teatrito es fascinante, y fue Gian Carlo Menotti quien lo resucitó primero en los años cincuenta del siglo XX, cuando era una sala de cine), con su acogedora disposición en herradura capaz de crear un marco, una cornisa cálida y proporcional al casi siempre solitario bailarín sobre la escena. Y esta magia de las proporciones y las escalas, de la perspectiva teatral, no se consigue del todo en la sala roja del Canal. Es lo que tienen los teatros modernos con respecto a los antiguos. Aun así la obra funciona por sus valores esenciales y el público se mostró entregado.

El letón posee, con creces, eso que da en llamar imán escénico, bordando una atmósfera opresiva y con un crescendo sobre la angustia que debió de seguro sentir el mítico bailarín que era Nijinski. Sin haber un relato como tal, la superposición de las voces masculina y femenina y la aparición en forma de sombras o siluetas de otros casi abstractos personajes teje una trama; el único otro ser de cartón identificable es Diaghilev en un barquito de papel, remedo de las góndolas venecianas a las que tenía auténtico pavor. La cruz arde en gesto bíblico, la sátira a ritmo de foxtrot sustituye toda decadencia y esmalta la leyenda, y allí dejamos a un Nijinski esquemático y cerebral, fuera de la realidad, pero espejándola con una brutal desnudez.

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