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CRÍTICA / LIBROS

Lírica de una ciudad

Marcos Ordóñez ofrece un recorrido sentimental por su generación y por su ciudad, la Barcelona de los setenta

Jordi Gracia
Barrio del Carmel de Barcelona en 1972.
Barrio del Carmel de Barcelona en 1972.Custodia Moreno

Marcos Ordóñez anduvo en un tris de quedar asfixiado en el formol de los raros, pero se ha salvado por sus propios medios, por varios libros (entre ellos, Un jardín abandonado por los pájaros) y por las simpatías confiadas de un exquisito editor, Luis Solano y Libros del Asteroide. El último regalo es un invento con toda la pinta de haber nacido de la complicidad de autor y editor: Juegos reunidos. Eso es, porque Ordóñez ha cedido a la reagrupación y revisión de prosas concebidas a la distancia y sin coherencia. Sin embargo, ofrecen el puzle loco o el rompecabezas lírico de una sensibilidad cultivada y abierta a sus fantasmas.

El retrato de un tiempo vitalísimo y desor­denado se fabrica en la mente del lector para dejarle una percepción intuitiva, visual, del salto del país, y sobre todo de Barcelona, desde las recámaras del gasóleo y la mugre funcionarial hacia las falstaffia­nas verificaciones de una nueva vida en marcha y sin ruta demasiado clara, poblada por personajes y vivencias que capturan los aromas, los ruidos, los bailables y bebibles lejos del pijerío de Cristal City y cerca del embrión del nuevo pijerío en Zeleste de una época setentera y hippiosa.

Lo vemos sacar la cabeza en la redacción de revistas y el afán de escribir y escuchar música, narcotizarse con lo que hubiese y sin desfallecer seguir a la mañana siguiente la ruta de la hierba, de la música y de Pepita. Y aunque sólo llega tangencialmente, también está en este libro la subversión esquiva y acre que captura Rafael Mérida en un ensayo iluminador sobre la dimensión secreta de una conquista difícil: las rutas de transexuales, homosexuales y travestis pautan su alegato titulado Transbarcelonas (Bellaterra, 2016) para integrar en el relato cultural del cambio de régimen ese nudo de la cultura española entonces, entre grandes planes políticos, movilizaciones anarquistas, festivales y algunas novedades. No sólo de Ocaña vivieron las Ramblas de aquel tiempo, pero también con él se hizo el cambio de régimen, con Violeta la Burra o con personajes dispuestos a jugarse el tipo. Esa anarquía se transmite en Juegos reunidos, ordenado por el instinto y el capricho, pero también por una ética de la lealtad a la memoria y a las querencias: Gato Pérez en la prehistoria de ser Gato Pérez, Francisco Casavella cuando deja de ser Francisco García Hortelano o la felicidad frívola y americana de American Graffiti, de George Lucas, frente a la sombría agonía de The Last Picture Show, de Bogdanovich.

A pesar de que Ordóñez colabore en este periódico, no escribo bajo soborno y, como él, sin la baba de la nostalgia, pero con “la plenitud sin aceleración” de las noches de verano, con el humor irreductible de El gran momento de Mary Tribune (del otro García Hortelano, Juan), con Jeanne Moreau y François Truffaut: juegos reunidos Geyper.

Juegos reunidos. Marcos Ordóñez. Libros del Asteroide. Barcelona, 2016. 320 páginas. 18,95 euros

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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