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Soldado Gergiev (qué vergüenza)

El soldado Valery Gergiev ha vuelto a obedecer las consignas propagandísticas del presidente Putin. Y ha oficiado un concierto en Palmira abusando de Bach y de Prokofiev para que el régimen del zar pudiera escenificar la liberación del yacimiento sirio. Fue la razón del despliegue mediático a la gloria de Vladimir Putin. Y el motivo por el que el concierto, llevado a cabo este jueves con las huestes del Teatro Mariinski, alternó los pasajes estrictamente musicales con los alardes castrenses, expuestos estos últimos en grandes pantallas de vídeo que narraban la evacuación militar del Estado Islámico a iniciativa de la alianza libertadora de Rusia y Siria.

Así ha quedado demostrado en el inventario de los papeles de Panamá, por mucho que Putin interpretara las revelaciones como un sabotaje internacional no ya a él mismo, sino a la patria, volviendo a identificar a su antojo uno y otro destinos.Gergiev persevera en su rol de sumisión al régimen, igual que ya había hecho anteriormente en los conflictos militares de Ucrania y de Osetia. Tanto en un caso (2008) como en otro (2014), el maestro alistó a los miembros de la orquesta del Teatro Mariinski, emblema cultural de régimen ruso a expensas del Bolshoi.

Y no dudó Gergiev entonces en interpretar la Séptima de Shostakovich, es decir, la heroica sinfonía que simbolizó la resistencia de San Petersburgo al asedio del ejército nazi. Por eso se llama Sinfonía Leningrado. Y por la misma razón resultaba una frivolidad equiparar el acoso ruso de Osetia al martirio de la II Guerra Mundial.

Gergiev, un inmenso director de orquesta, está llevando demasiado lejos la lealtad al patriarca Putin. Y no sólo en su dimensión castrense, sino también adhiriéndose a la doctrina putinista que abjura del matrimonio homosexual y que considera a los gays una amenaza al proyecto de fertilidad fomentado desde las instituciones rusas.Se explican así las manifestaciones de protesta que se le han organizado en Nueva York, en Londres -allí fue titular de la Sinfónica- y en Múnich, donde ha asumido la titularidad de la Filarmónica envuelto en toda suerte de polémicas extramusicales.

Es el precio de su pacto putinista. La ventaja estriba en que Gergiev goza de un estatus inalcanzable de "artista del pueblo". Putin, vecino de San Petersburgo y antiguo jefe del antiguo KGB, impulsó el Teatro Mariinski antes de llegar al poder y lo hizo con mayor énfasis desde que asumió la presidencia en 2000. Incluidos todos los excesos presupuestarios y hasta la construcción de una nueva sede operística.

Es el Mariinski la gran maquinaria artística y geopolítica en la que Gergiev se desempeña como maestro ubicuo, estajanovista, inagotable. Lo nombraron director de la institución en 1988 y parece haber adquirido una suerte de posición vitalicia, no menos elocuente de la que ocupa Putin alternando el papel de presidente y de primer ministro, y convirtiendo la guerra en un argumento de cohesión patriótica al que Gergiev incorpora todo su ardor.

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