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“Los buenos periodistas saben que este es un oficio difícil”

Adam Michnik, premiado por los Ortega y Gasset por su trayectoria profesional, analiza el futuro del periodismo y la deriva autoritaria que azota Polonia

Cristina Galindo
Adam Michnik, antes de recibir el premio.
Adam Michnik, antes de recibir el premio.Bernardo Pérez

Dice Adam Michnik (Varsovia, 1946) que si no se pudiera hacer periodismo comprometido hoy en día, él ya habría dejado el oficio. El histórico director de la Gazeta Wyborcza (diario progresista de referencia en Polonia, fundado tras la caída de la dictadura comunista en 1989) ha sido un intelectual clave en la transición del país centroeuropeo hacia la democracia.

Fue miembro del movimiento surgido en torno al sindicato Solidaridad de Lech Walesa, un activismo que le costó varias estancias en la cárcel. En una entrevista pocas horas antes de recoger el Premio Ortega y Gasset por su trayectoria profesional, Michnik lamenta la ofensiva autoritaria orquestada por el Gobierno polaco comandado en la sombra por Jaroslaw Kaczynski.

Pregunta. ¿Cómo calificaría el estado del periodismo en la actualidad?

Respuesta. Lo más fácil sería decir que está en una situación difícil e incluso de crisis. Pero en realidad siempre ha sido así. Los buenos periodistas saben que este es un oficio difícil.

“La prensa tiene que  tener el valor de enfrentarse a los poderes establecidos”

P. ¿Qué piensa de Internet y la transformación de la prensa?

R. Tenemos que aprender a hacer un producto interesante y accesible por Internet. Pero no creo que desaparezca el papel. De la misma forma que la televisión no acabó con la radio ni el cine con el teatro. Se va a transformar, pero el papel perdurará.

P. ¿Han cambiado los fundamentos del periodismo?

R. No lo creo. Como periodistas tenemos que defender dos valores: la libertad y la verdad. Y que el periódico sea interesante, que enseñe. También hay que tener el valor de enfrentarse a los poderes establecidos. Un periodista tiene que ser abucheado para ser periodista.

P. ¿Se puede hacer ahora el mismo periodismo comprometido por el que usted ha sido premiado?

R. Si creyese que es imposible, cambiaría de profesión. Este oficio nunca ha dado garantías de tranquilidad y seguridad. En EL PAÍS, un empleado murió a causa de una bomba de la extrema derecha hace años. Por cierto, cuando empezamos en la Gazeta teníamos a EL PAÍS como modelo. Queríamos ser como EL PAÍS.

P. Se acaba de celebrar el día mundial de la libertad de prensa y polonia aparece como uno de los países donde más ha retrocedido este derecho. ¿Cómo califica la situación?

“La libertad de prensa y la democracia están amenazadas en Polonia”

R. Todavía no se puede decir que la libertad de prensa haya sido liquidada. Pero está amenazada. Se ha puesto en marcha un proceso similar al observado en Hungría y Rusia, aunque nosotros aún estamos en la primera fase. Se trata de un proceso de transformación de un Estado de derecho a un Estado controlado por un partido que quiere desmontar todos los mecanismos para controlar el poder. Primero el judicial, la fiscalía y el Ejército; luego la televisión y radio públicas. Y, después, el Tribunal Constitucional. Ahora les toca a los medios de comunicación privados, las instituciones culturales y el control de los consejos de las empresas públicas. Pero también es cierto que está habiendo una gran contestación social.

P. ¿Esta deriva autoritaria hasta dónde puede llegar?

R. No se puede comparar lo que sucede ahora con la dictadura comunista, pero Putin tampoco es Stalin. Es un fenómeno nuevo que todavía no tiene nombre. De la misma forma que, cuando surgió el fascismo, tampoco tenía nombre.

P. ¿Cómo ha llegado Polonia a esa situación?

R. ¿Y cómo es posible que en EE UU haya un candidato como Donald Trump? (risas) En el caso de Polonia, hay muchas razones. En cada gran transformación [la transición a la democracia de Polonia] hay un grupo de gente que se siente perjudicada, aunque no sea así objetivamente. El partido del actual Gobierno polaco recogió parte de ese voto del descontento. Ganaron hace unos meses con un mensaje de lucha contra la corrupción, pero no dijeron nada de las medidas que iban a poner en marcha en realidad el día después de las elecciones. Además, han tenido el apoyo de una parte de la iglesia católica. También ha influido la aparición del partido Razem, una especie de Podemos polaco, que ha dispersado el voto y que ha convencido a los jóvenes de que la estabilidad no es una garantía de futuro.

P. El partido de Kaczynski ya gobernó durante la década pasada. ¿Qué hace este momento más incierto, más peligroso?

“Rusia, Polonia y Hungría viven un fenómeno nuevo que aún no tiene nombre”

R. La democracia está amenazada, existe un riesgo real. El Gobierno actual ha aprendido algunas lecciones. La situación internacional en aquel entonces era peor para ellos, y ni Viktor Orbán en Hungría ni Vladímir Putin en Rusia tenían una posición tan buena como ahora. Además, la iglesia estaba antes más dividida internamente. Otra cosa importante es que entonces tuvieron que gobernar en coalición y la alianza se fue a pique.

P. ¿Qué le ha parecido la reacción de Polonia y el resto de Europa del Este ante la crisis de los refugiados?

P. Es un tema muy complicado. Por una parte está lo que se debería hacer y, por otra, lo que es posible hacer. Nuestro problema es que Kaczynski afirma en público que los refugiados contagian enfermedades y quieren imponer la ley islámica y ese es el mensaje de un bárbaro, no de un político europeo.

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Sobre la firma

Cristina Galindo
Es periodista de la sección de Economía. Ha trabajado anteriormente en Internacional y los suplementos Domingo e Ideas.

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