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CRÍTICA | LA ROSA TATUADA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El vodevil de Tennessee Williams

Un fulgor risueño y una pulsión desbordante atraviesan esta comedia, protagonizada por Aitana Sánchez-Gijón

Javier Vallejo
Un momento de 'La rosa tatuada'.
Un momento de 'La rosa tatuada'. DAVID RUANO

La mistificación, desbordada por la realidad. Serafina delle Rose, vive del amor que le profesó Rosario, su marido: nadie podría igualarle, cree ella, en devoción, ardor y fidelidad. Está en su ánimo que Rosa, su hija, no conozca hombre hasta que aparezca uno a la altura de su padre. Ambas podrían ser la réplica siciliana de Amanda y Laura, protagonistas de El zoo de cristal, si no fuera porque en 1950, cuando escribió La rosa tatuada, Tennessee Williams vivía un amor correspondido, que le presta a esta comedia un fulgor risueño y una pulsión desbordante: diríase que es un nuevo intento, esta vez por alegrías, de hacerle justicia poética a su hermana Rose, lobotomizada con el beneplácito materno y condenada a permanecer de por vida en un psiquiátrico. De ahí que su nombre rebrote en los de la familia protagonista.

Serafina y Rosa, tienen el sello pasional de otros grandes personajes femeninos de Williams: cuando se quita el freno autoimpuesto, la madre anticipa la figura volcánica de Maxine, protagonista de La noche de la iguana. Carme Portaceli se mete sin complejos en harina humorística, apoyándose sobre todo en la penetrante vis cómica de Paloma Tabasco y de Ana Vélez. Con altibajos, la función desemboca en un tercer acto en el que todo va acomodándose y en el que llega a resultar conmovedor el cuerpo a cuerpo de las dos parejas formadas por una Aitana Sánchez-Gijón al filo de lo telúrico y Roberto Enríquez, que da ahora con el tono y el color de su personaje; e Ignacio Jiménez, creador de un Jackie Hunter nobilísimo en su juvenil empuje, y una Alba Flores convencida y entregada. El final, es puro Eduardo de Filippo.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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