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CRÍTICA | RÍO SEGURO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cena en casa de los Mittal

Carolina Román dibuja un triángulo amoroso, escaleno, divertido y violento, en el Gran Ducado de Luxemburgo

Javier Vallejo
Un momento del ensayo de 'Río Seguro'.
Un momento del ensayo de 'Río Seguro'.Landher iturbe

Un sugestivo ejercicio de prestidigitación. Todo parece indicar que es Alemania el país donde fijaron su residencia los protagonistas de Río seguro (Rober, asesor financiero de postín, y Sara, su esposa), pero al cabo se revela que es el Ducado de Luxemburgo, taller de ingeniería fiscal de multinacionales mil y sede de la mayoría de los fondos de inversión y sicav que operan en Europa. Durante sus primeras escenas, la pieza parece una comedia de costumbres, que pronto se torna drama psicológico, para desembocar en un thriller, sin perder crédito en tales giros. Los vínculos entre el trío protagonista, tampoco son lo que parecen. Como esos magos que trabajan arremangados para persuadirnos de que sus números no tienen truco, la autora argentina afincada en Madrid consigue tenernos en vilo de principio a fin de la obra, sin que en ello advirtamos trampa ni artificio.

RÍO SEGURO

Autora y directora: Carolina Román. Intérpretes: Kike Guaza, Jorge Monje y Aixa Villagrán. Música, luz y sonido: Nelson Dante. Madrid. Teatro del Barrio, 5 y 12 de mayo.

Que algo no marcha bien en la pareja es evidente, aún antes de que Faro, amigo de juventud de Rober, al que no veía desde hace quince años, llegue a la tranquila y aislada casa de sus anfitriones, a orillas del río Sauer (en francés Sûre, que significa Segura), cuyas aguas oscuras ponen rumor de fondo a la strinbergiana danza de la muerte que da comienzo con su visita.

En Río seguro hay una intriga bien dosificada, cabos sueltos cuyo enlace la autora y directora confía al buen criterio del público, una dirección de actores notable, propia de quien ha sido y es cocinera antes que monja; una progresión dramática sin desmayo, un aprovechamiento ejemplar de las dimensiones modestas del escenario del Teatro del Barrio (colocadas al fondo, esas dos lamparitas de mesa crean sensación de profundidad) y unas actuaciones sobresalientes.

Rober no se quita la máscara social ni para dormir, en la interpretación de Kike Guaza: vende humo a grandes inversores, como la familia Mittal, magnates de origen indio que controlan el grueso de la producción acerera europea (y que en España están a punto de cerrar la planta de Zumárraga), y lo vende también en la intimidad de su alcoba. La Sara de Aixa Villagrán, que en su relación con Rober ha renunciado a lo ideal para salvaguardar lo posible, recorre con facilidad envidiable un amplio arco emocional que va desde la displicencia a la desolación, pasando por la determinación más absoluta. Jorge Monje talla a navaja las mil aristas del invitado seductor, que viene a cartografiar las cotas de la discordia doméstica.

Para que ese final sorpresivo (un instante antes se abre un abanico de desenlaces probables) sea creíble al ciento por ciento, Román debería de insinuar cómo lo resuelve su protagonista, cosa que no sucede y que el público, prendido de la función, acepta obviar.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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