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El hombre que fue jueves
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un descenso por el lado salvaje

Marcos Ordóñez

Mi amiga María Delgado me recomienda fervientemente Living with the lights on, de Mark Lockyer, que ha visto en el Young Vic. “Tienes que verlo”, me dice, “pero no lo reponen hasta otoño, así que de momento te envío el texto”. Yo había oído campanas y pensé que era otro relato de un actor en crisis, ese minigénero británico, como la espantada de Stephen Fry cuando representaba Cell Mates (que su autor, Simon Gray, narró en Fat Chance) o el ataque de apoplejía que sufrió Edward Petherbridge haciendo el rey Lear y que nos contó en My Perfect Mind, en el Lliure, hará un par de temporadas. Pero lo de Mark Lockyer era algo muy, muy distinto. Lo leí en dos horas, sin poder dejarlo.

En 1995, Lockyer era una estrella ascendente. Su monólogo comienza cuando Adrian Noble le llama para ofrecerle el Mercutio de Romeo y Julieta en la Royal Shakespeare. Lockyer se hace el remolón pero acepta. Una tarde dorada, en Stratford, se encuentra con el demonio, que viste como un surfer californiano y le tienta para que vaya a por todas. Eres el mejor, estás en la cima del mundo. Planta a tu mujer, tírate a esa tía, haz lo que te rote en el escenario. Tú puedes, campeón. Bueno, se lo dice de otra manera, pero viene a ser eso. Aunque parece una escena de los Phyton, no tardaremos en ver que la cosa va puñeteramente en serio. Durante la función de la noche, cuando está recitando el monólogo de la reina Mab, Lockyer empieza a perder líneas. Y a comportarse extrañamente, pasmando a la compañía y al público. ¿Explosión bipolar? ¿Crisis maníaca? ¿Brote psicótico? Da igual: es el comienzo de una terrible enfermedad mental, una desconexión absoluta con la realidad, un puro y duro descenso al infierno. Lockyer se pierde, literalmente. Vaga por Londres, viaja a Grecia, vuelve y vaga de nuevo. Se queda sin dinero, duerme en la calle. Siguen varios intentos de suicidio. Y luego algo tan bestia que cuesta de creer (y que no contaré), pero me aseguran que fue cierto. Y que le llevó a la cárcel y a varios centros psiquiátricos.

El título, Living with the lights on, es una frase que escuchó a uno de sus compañeros. “Exacto, eso es lo que me está pasando”, dijo Lockyer. La frase puede aludir a la vida como una bombilla a máxima potencia. O al miedo a la exposición, a vivir siempre bajo los focos, sin descanso.

El actor cuenta sus cinco años fuera del mundo. Y el lento y duro retorno. Conozco muchas historias así (Esa visible oscuridad, de William Styron, por ejemplo), pero pocas son tan tremendas y contadas con tanto humor. Lockyer es un narrador descomunal. Y, por lo que me cuenta María (y los otros críticos británicos), un intérprete fuera de serie, que realiza, dirigido por Ramin Gray y en solo ochenta minutos, un tour de force apabullante en el que da voz y vida, a la manera de Le roman d’un acteur, el legendario ciclo autobiográfico de Philippe Caubère, a todos los personajes que le rodearon durante su viaje: novias, amigos, compañeros, psiquiatras, jueces, policías. ¿Podríamos ver aquí Living with the lights on?

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