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Resacas de Sant Jordi

En los últimos años se ha venido a confirmar uno de los síntomas más graves que afligen al sector desde 2008: las ventas de libros se hacen cada vez más estacionales

Manuel Rodríguez Rivero
Boceto de Terry Gilliam para 'Los héroes del tiempo' (1981).
Boceto de Terry Gilliam para 'Los héroes del tiempo' (1981).

En los últimos años, Sant Jordi y su octava (incluyendo la madrileña Noche de los Libros) han venido a confirmar uno de los síntomas más graves que afligen al sector desde 2008: las ventas de libros se hacen cada vez más estacionales. Mis amigos libreros (sí: aún los tengo) se quejan de la desertización de sus establecimientos fuera de días o semanas puntuales, cuando se concentra el negocio. Los libros, incluyendo los best sellers, se venden menos: incluso las “grandes esperanzas” de esta primavera libresca, como las novelas de Vargas Llosa, Marsé o Posteguillo han empezado con peor pie que otras anteriores de los mismos autores. Ya no funcionan bien ni los grandes premios, que antes servían para animar el cotarro. El mercado se reduce porque la gente compra menos libros. ¿Que por qué? Por razones que sabemos demasiado bien: desde la inercia del miedo a consumir provocada por una larguísima crisis que parece autorre­producirse hasta la falta de interés de las Administraciones (ahora “en funciones”) hacia la cultura, pasando por la persistencia de la piratería (en 2015, el 87,48% del consumo de contenidos culturales fue ilegal). Pero, entre todas las explicaciones, la que más me preocupa es la progresiva pérdida de prestigio del libro y de la lectura. Sí, ya sé que a todos se nos llena la boca cuando hablamos de la importancia de los libros, pero eso se refleja muy poco en la práctica. Las Administraciones disponen de mezquinos presupuestos para bibliotecas, y hace mucho tiempo que no se realizan verdaderas campañas (acompañadas de encuestas fiables) de animación a la lectura. La misma Federación de Gremios de Editores, la institución que representa a una de las primeras potencias mundiales de la edición (facturación en 2014: 2.200 millones de euros), parece dormitar en un sueño solipsista de austeridad, como se demuestra, por ejemplo, en la reciente dimisión de su presencia en algunas ferias internacionales. Se diría que, laminadas o finiquitadas las ayudas del Estado, a los agremiados (incluyendo las editoriales “muy grandes” o “grandes”, que facturan casi el 60% del total) se les han quitado las ganas de promocionarse colectivamente. Faltan proyectos, y no solo porque escasee el dinero. Y lo mismo puede decirse de los libreros: sus organizaciones deberían ponerse también las pilas para, con el Estado o sin él (lo más probable), afrontar con más vigor los graves retos a que están sometidas. Un ejemplo para ir poniendo las barbas a remojar: el 50 % de la cifra de facturación (incluyendo libros analógicos y digitales) de los editores norteamericanos y británicos ya corre a cargo de Amazon, ese Godzilla depredador de librerías dispuesto a acabar con todas las que se le pongan por delante. Por lo demás, y a pesar de la ya mencionada pérdida de prestigio de la lectura y del libro, tengo que consignar aquí algo que parecería desmentirlo: según datos del ISBN, la editorial que más libros registró en 2015 fue Bubok Publishing, una empresa que se dedica, sobre todo, a publicar obras de quienes pagan por verlas “editadas”. Y es que, como pontifica el Eclesiastés (1:2), vanidad de vanidades y todo es vanidad.

Malpaso

Se diría que Malpaso, la editorial que dirigen Julián Viñuales y Malcolm Otero Barral, dos tipos con pedigrí libresco, ha puesto un tigre en su motor, como rezaba el viejo eslogan (1959) publicitario de la gasolinera Esso (Put a Tiger in your Engine). Desde hace una temporada su producción se ha multiplicado exponencialmente o, al menos, se ha dotado de una visibilidad de la que antes carecía. Y lo cierto es que sus libros —tapa dura con fondo negro y cortes color parchís— no pasan inadvertidos en el tupido y agobiante bosque de efímeras novedades editoriales. Fieles a su motto mercadotécnico, Malpaso ofrece “dos libros por uno”, incluyendo el e-book correspondiente en el precio del libro de papel. Entre las numerosas novedades de su atractivo catálogo, he leído dos que me han interesado particularmente. Golpes de gracia, de Joxemari Iturralde (prólogo de Ignacio Martínez de Pisón), un narrador vasco que haríamos bien en conocer mejor, es un estupendo retrato —una novela fecundada por el relato de viajes y la crónica de altura— de un dúo peculiar con vidas paralelas y divergentes: el formado por Paulino Uzcudun (1899-1985), uno de los mitos del boxeo español de preguerra, y luego conspicuo y furibundo franquista de primera hora, y el también guipuzcoano y púgil Isidoro Gaztañaga Otegui (1899-1944), alias El Martillo Pilón, especie de contrafigura de su paisano, que acabó asesinado en una pelea de bar en La Quiaca (Argentina) por un marido celoso que le descerrajó tres tiros. Ambos fueron, de diferente modo, dos leyendas (más misterioso Gaztañaga) y sendos “juguetes rotos”: uno, Uzcudun, mimado por la dictadura (el médico personal de Franco era el presidente de la federación de boxeo), y otro, Gaztañaga, ignorado y vilipendiado en su tierra. Muy diferente es Gillamismos (me gusta más el matiz “al modo de”, implícito en el título original Gilliamesque), un disparatado y brillantísimo libro en el que el director, guionista y actor (entre otras cosas) Terry Gilliam (1940), uno de los animadores y componentes del grupo Monty Python, ha plasmado, entre dibujos, collages, fotografías inéditas y salvajismos de maquetación, lo que llama sus “memorias prepóstumas”. Una autobiografía irreverente, políticamente incorrecta y apasionante (sobre todo su primera parte) de uno de los grandes de la comedia de finales del siglo XX.

Camilleri

El único reparo que puedo poner a Una voz en la noche (Salamandra), la última aventura publicada en español de mi admirado comisario Montalbano, el magistral sabueso creado por Andrea Camilleri (Porto Empedocle, 1925), es que ya conocía su versión televisiva protagonizada por el estupendo Luca Zingaretti. Como me ocurre con cada nueva aventura, esperé para hincarle el diente al viernes por la noche, porque mi experiencia es que una vez que empiezo ya no puedo parar, de manera que más vale no tener que madrugar. En esta ocasión, Montalbano, que cumple 58 años y resiente con melancolía el paso del tiempo, se enfrenta de nuevo con el poder de la Mafia y las tramas provinciales de corrupción. Un suicidio, un asesinato, y los ánimos de los habitantes de Vigata conspiran para que el habitualmente tranquilo Salvo Montalbano pierda incluso su proverbial apetito. De Camilleri, por cierto, Gallo Nero ha publicado el librito Gotas de Sicilia, que reúne algunos relatos y viñetas en los que los lectores de su obra encontrarán mucho del color local y de los retratos de personajes que le gustan al autor.

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