Las crisis sin edad
Película carente de brillantez que, pensarán algunos, se soporta porque no tiene mayores pretensiones
Las crisis no tienen edad, o las tienen todas. Porque, a cada paso, a la que te descuidas, te cae una encima. Como las que ocupan la película francesa Los recuerdos, basada en una novela de David Foenkinos, las tres tan distintas, las tres tan iguales: la vejez, cuando alguien comienza a no valerse por sí solo, cuando los hijos desconfían de la temblorosa soledad, cuando la residencia es el siguiente paso; la jubilación, ese periodo de supuesta libertad tras una vida en un trabajo complaciente, en el que se puede disfrutar de cada minuto tanto como sufrirlo; y la juventud, a la espera de un porvenir, de unas expectativas laborales y sentimentales que no acaban de llegar. Aunque, como los mandamientos, las tres se puedan resumir en una: ¿quién soy, adónde voy? Un estado al que Foenkinos, el autor de La delicadeza, escritor triunfador desde sus novelas de alivio ligero, de oxígeno sin complicaciones, está acostumbrado a dotar de un equilibrio entre la complicidad verdadera y la falsa autoayuda.
LOS RECUERDOS
Dirección: Jean-Paul Rouve.
Intérpretes: Michel Blanc, Annie Cordy, Mathieu Spinosi, Chantal Lauby, William Lebghil.
Género: drama. Francia, 2014.
Duración: 92 minutos.
"Cuando el presente no avanza, hay que recordar el pasado". Cual mensaje en una camiseta de verano, cual lema en una taza de desayuno, la sentencia la lanza en Los recuerdos el personaje más inesperado, que no es sino el propio Foenkinos con sus remedios de la abuela. Habrá a quien le sirva. Como sus novelas o, quizá menos, como esta película carente de brillantez que, pensarán algunos, se soporta porque no tiene mayores pretensiones, o, pensarán otros, resulta insoportable precisamente por eso, porque con los temas que trata no las tiene. Jean-Michel Rouve, adaptador del libro y director, disemina el punto de vista del narrador de la novela, acompaña su relato con una banda sonora melosa, y acaba subrayando la solución: ante las crisis, solo necesitamos un empujón. ¿Un empujón, o quizá un pescozón?