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CRÍTICA | ROMANCE EN TOKIO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Quiero ser japonesa

La Amélie de la película no es la de la novela, pese a la aparente fidelidad al texto

Pauline Étienne, en 'Romance en Tokio'.
Pauline Étienne, en 'Romance en Tokio'.

Si en Estupor y temblores la belga Amélie Nothomb exploró el lado oscuro de su relación con Japón, en Ni de Eva, ni de Adán quiso contrapuntear el discurso con una aproximación más luminosa a esa cultura que había sido telón de fondo en sus años de infancia y objeto de seducción –y de desencuentros- a principios de los 90, cuando regresó al país para trabajar como traductora en una empresa (y, de paso, enamorarse de su alumno de clases particulares de francés). En ambos ejercicios de autoficción late un conflicto lingüístico: el diferente sentido que el término responsabilidad adopta en la cultura japonesa y en la occidental recorre Estupor y temblores; la barrera idiomática que une y al mismo tiempo separa a Amélie y Rinri conforma la esencia de la singular historia de amor de Ni de Eva, ni de Adán, novela que adapta Stefan Liberski en Romance en Tokio perdiendo, en la traducción de un medio a otro, los matices y el tono que singularizan el discurso de la escritora.

ROMANCE EN TOKIO

Dirección: Stefan Liberski.

Intérpretes: Pauline Étienne, Taichi Inoue, Julie LeBreton, Akimi Ota.

Género: comedia. Bélgica, 2014.

Duración: 100 minutos.

La Amélie de Romance en Tokio no es, pese a la aparente fidelidad al texto, la Nothomb, cuya mirada incisiva no deja detalle revelador sin sopesar y cuya fascinación por Japón va bastante más allá de la de una Pauline Étienne a un palmo de ser una muñequita articulada, modelo ingenua francófona media, seducida por la cultura nipona en torno a lo kawaii (lo lindo y tierno). Un número musical con corazoncitos digitales marca el techo de una cursilería que el libro nunca roza. Liberski prescinde de episodios fundamentales –el viaje a Hiroshima- y se queda en la superficie de otros –la excursión al monte Fuji- porque prefiere hacer una película encantadora que entrar a fondo en esta historia de amor entre dos personas enamoradas de espejismos culturales.

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