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Teatro contra el silencio y el odio de israelíes y palestinos

Claudio Tolcachir entra de lleno en el conflicto bélico con ‘Tierra del Fuego’

Rocío García
Tristán Ulloa y Alicia Borrachero, en la obra 'Tierra del Fuego'.
Tristán Ulloa y Alicia Borrachero, en la obra 'Tierra del Fuego'.Elena C. Graiño

“Hace 23 años intentaste matarme y quiero saber por qué”. “Mira, esta es Nirit, la chica a la que mataste. ¿Quieres verla?”. Ha pasado mucho tiempo pero esta mujer, de nombre Yael, ha decidido mirar de frente al odio. Exazafata, fue víctima de un atentado palestino en el que ella resultó herida y su mejor amiga muerta. Hoy, ha buscado al terrorista autor de la masacre, detenido en una prisión de Londres y condenado a cadena perpetua. El director argentino Claudio Tolcachir entra por primera vez en la historia para salir al encuentro de un caso real y tejer en torno al conflicto palestino-israelí todo un homenaje al diálogo y a la palabra en su último montaje, Tierra del Fuego. El dolor todavía sigue ahí pero Yael no aguanta más y quiere saber las razones que le llevaron al joven Hasan a disparar indiscriminadamente a la salida de un hotel londinense sobre unos civiles indefensos. A través de la voz y la palabra de seis personas relacionadas con ese atentado, Tierra del Fuego rebusca en el sinsentido del alma y la violencia. Interpretada por Alicia Borrachero, Tristán Ulloa, Abdelatif Hwidar, Juan Calot, Manela Gutiérrez y Hamid Krim, la obra se estrena el próximo jueves en las Naves del Matadero, de Madrid. El texto, del argentino Mario Diament, se representó con un enorme éxito en Buenos Aires, con Alejandra Darín, hermana de Ricardo Darín, en el papel protagonista.

El dramaturgo argentino Claudio Tolcachir.
El dramaturgo argentino Claudio Tolcachir.Claudio Álvarez

De nuevo la vida explosiona en el escenario de la mano de Claudio Tolcachir (Buenos Aires, 1975), creador de la compañía Timbre 4, ejemplo y estímulo para muchos grupos teatrales de búsqueda de huecos creativos aún en apariencia imposibles. Los montajes en torno a las relaciones afectivas familiares -La omisión de la familia Coleman, Tercer Cuerpo, El viento en un violín y Emilia, todas escritas por él- han dado paso en esta ocasión a un teatro político con mayúsculas. Es la primera obra que dirige que no está escrita por él, un estilo que él no suele transitar, ni por el tipo de temas ni por las escenas, pero le conmovió de tal manera el texto cuando lo leyó, le provocó tal desasosiego que no dudó en lanzarse a lo que él considera todo un desafío y no solo dramatúrgico, sino humano, “de corazón”. “Rebusca en el sinsentido del alma, de la violencia, propone el diálogo ante tanta tragedia. Si hay una palabra que atraviesa la obra es la del entendimiento, la de enfrentarse a los prejuicios y miedos que uno tiene. Es un hermoso ejercicio teatral y humano de empatía con el otro. Como espectador te obliga a buscar y encontrar en las razones ajenas ”, aseguraba el director en una escala en Madrid, tras la representación de la obra en Sevilla, donde se subió al escenario para interpretar el papel de Tristán Ulloa. Una función que sumió en la catarsis a espectadores y actores.

Espacio abierto

Tolcachir juega un partido de fútbol en cada función, con dos equipos peligrosos que van a por todas. “La formalidad en el teatro me descompone, me da furia. Quiero que haya peligro como en el fútbol, donde se puede ganar pero, sobre todo, se puede perder. Los actores tienen que salir al escenario sabiendo que tienen cosas que perder, que la concentración y el motor es el miedo a perder, más que a ganar”.

El campo de fútbol en Tierra del Fuego es un espacio abierto, con solo un muro al fondo que sirve de cárcel o de ventana al mundo. En medio, una gran mesa y seis sillas que van moviendo los personajes, siempre todos en escena, en una bella coreografía de equilibrios y distancias. Una mesa que sirve para negociar, pero también para marcar distancias o para intentar que las cosas sigan como están, inamovibles. Por momentos, es un cajón, es la tierra o es la seguridad de una casa. Sentarse todos a la misma mesa.

Y al fondo un ardiente desierto ensoñado que es la Tierra del Fuego, donde vivió el abuelo de Hasan, ese lugar en el que se juntan los dos océanos, el Atlántico y el Pacífico. “Mi abuelo nos contaba que había ballenas y lobos de mar, y bosques subterráneos y grutas. Y que el aire es tan puro que marea”, evoca Hasan en su celda. La Tierra del Fuego, en forma de bola de cristal, que une de manera definitiva a la víctima y su verdugo, aquellos que un día podían haber sido vecinos de calle.

Seis personas unidas por un acto trágico de odio y sus consecuencias vitales. La mujer herida, su marido y su padre, un historiador que sirvió al ejército israelí en la guerra del 48; el terrorista preso y su abogado y, por último, la madre de la amiga muerta en el atentado, la que se niega a olvidar y a perdonar. Todas tienen su propia voz y lanzan implacables sus diferentes razones. Tierra del Fuego entra de lleno en el conflicto palestino-israelí, pero va mucho más allá y uno puede pensar en ETA, en el 11-S, el 11-M o tantos otros. “Es muy emocionante y potente saber que esto que estamos contando sobre el escenario está pasando, que estamos dando voz a mucha gente real y eso es raro que el teatro lo permita. Está dirigida a gente tocada por la violencia. Cada uno de ellos cuenta su verdad para que el espectador sienta que todos los personajes tienen un punto de razón o que al menos entienda lo que les pasa”, explica el director, entusiasmado por el hecho de que en la versión española hayan conseguido a dos actores árabes para hacer el papel de terrorista y su abogado. “La obra toma un valor enorme porque ellos llevan la historia en su cuerpo y sienten que está contada con honestidad”.

El odio es más fácil que el amor. La frase la dice Yael, la mujer israelí, pero la podía haber pronunciado cualquiera. Atraviesa como un rayo la obra y va explosionando a cada momento. “El odio es un sentimiento más cómodo y eso es lo que sostiene tantos conflictos eternos. El hecho de sentir que pertenecemos a un grupo nos sirve de refugio e impide que nos enfrentemos a lo que pasa a nuestro alrededor. El odio te protege, pero provoca indiferencia. Pasó en la dictadura argentina. Cuando alguien desaparecía y fueron muchos, la gente pensaba ‘algo habrá hecho’. Hoy, que están despidiendo a tanta gente de sus trabajos, se piensa ‘serán vagos, no trabajan bien’. Cuando un gobernante se siente débil lo único que hace es apelar al miedo para que todos juntemos en el odio al otro”, explica Tolcachir.

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