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El país de las Cinco esquinas

Vargas Llosa recrea con precisión en su última novela el ambiente de impunidad del Gobierno de Fujimori

La candidata presidencial Keiko Fujimori, en un mitin en Iquitos, ayer miércoles.
La candidata presidencial Keiko Fujimori, en un mitin en Iquitos, ayer miércoles.CÉSAR VON BANCELS (EFE)

La aparición de Cinco esquinas, de Mario Vargas Llosa, le ha devuelto actualidad a una de las décadas más turbulentas de la historia reciente del Perú. Ambientada a fines de los noventa, la última novela del premio Nobel de Literatura recrea con precisión y agudeza el ambiente de opresión e impunidad que se llegó a vivir cuando el Gobierno de Alberto Fujimori alcanzó su máximo poder. Contando con el concurso de Vladimiro Montesinos —cuyo humilde título de "asesor" enmascaraba los poderes del jefe de facto del SIN (Servicio de Inteligencia Nacional)—, para entonces el régimen había contaminado todas las instituciones de la democracia, usurpando el Congreso, domesticando a los jueces, sobornando a la prensa, humillando a los militares y doblándole el cuello a los empresarios. Le quedaban pocos opositores, y a quienes mantenían una actitud crítica se los embarraba con la mugre de los diarios populares —comandados por sujetos como Rolando Garro, director del semanario amarillista Destapes en la ficción de Vargas Llosa—, se los acosaba con las fuerzas de seguridad del Estado, se los perseguía con la agencia tributaria o de los hostilizaba desde la fiscalía.

Como el exitoso minero Enrique Cárdenas, protagonista de Cinco esquinas, o el recitador Juan Peineta, chivo expiatorio de las miserias ajenas, nadie parecía estar lejos del alcance de los largos tentáculos de la dictadura. Los escándalos y juicios más sonados pasaban por las manos de Montesinos, que era visitado en sus cuarteles del SIN por magistrados, congresistas, políticos de todos los pelajes, oficiales de las fuerzas armadas, hombres de negocios, propietarios de canales de televisión e incluso figuras de la farándula. El doctor, como se hacía llamar, era el hombre para sacar adelante un juicio, conseguir una promoción, gestionar un poco de dinero fácil, solucionar cualquier problema. Para hacernos una idea de la amplitud de su rango de acción, hasta la tonadillera Isabel Pantoja fue acusada de pagarle un soborno en 1996, a cambio de agilizar los trámites de adopción de su hija María Isabel.

Como se supo luego, todos sus encuentros fueron registrados. Las oficinas de Montesinos hervían de cámaras y micrófonos ocultos, que sirvieron para documentar cada cita, cada diálogo, cada arreglo, cada mordida. Aunque eran un arma de chantaje, esos vídeos terminaron por volverse en contra del asesor, que aparecía en el centro de su propia telaraña de corrupción.

Aunque existían sospechas, ni siquiera las imaginaciones más calenturientas podían adivinar cómo se gestionaba el país. Todo empezó a hacerse público el 14 de septiembre de 2000. Ese día, un grupo de parlamentarios del Frente Independiente Moralizador ofrecieron una conferencia de prensa donde proyectaron un video que presentaba al doctor Montesinos entregando 15.000 dólares al congresista de oposición Alberto Kouri, a cambio de pasarse a las filas del oficialismo. Al primer Vladivideo siguieron otros que reforzaron la sensación de podredumbre, e hicieron que el Gobierno se deshilachara. Luego de una sucesión de fugas y capturas internacionales que parecieron salidas de una novelita de espionaje, tanto Fujimori como Montesinos fueron detenidos. Hoy purgan condenas por los delitos que cometieron en su ejercicio del poder.

La historia real no tuvo un personaje como la Retaquita Julieta Leguizamón, reportera estrella de Destapes, quien luego de años cumpliendo los inmundos encargos de Rolando Garro, sufre una epifanía moral que la hace contribuir a la caída del régimen. En cambio, existió Canal N, una pequeña señal de televisión por cable lanzada en 1999, que integraban en su mayoría muchachitos de menos de 30 años, y que se animó a publicar todas las noticias y a lanzar todos los Vladivideos que los canales de señal abierta, comprados a golpe de talonario, preferían silenciar. Su caso es una demostración más del poder de la simple información, en aquellos lugares donde la libertad de crítica está siendo amenazada.

A mí me tocó comenzar en el periodismo televisivo ahí, y todavía recuerdo la tarde en que presenté el video de Kouri con Montesinos. Junto con el desmoronamiento de un Gobierno que parecía todopoderoso, el Perú inició una transición ejemplar, que recuperó el Estado de derecho, persiguió a los protagonistas de una red de corrupción que amasó unos 6.000 millones de dólares y los sentenció en juicios ejemplares. Cuando pienso que esto ocurrió en una democracia precaria como la peruana, en medio de las circunstancias más adversas, me cuesta creer que Mariano Rajoy consiguiera sobrevivir al escándalo de las cuentas en B de Bárcenas, en un país moderno y mejor preparado como España. También que Keiko Fujimori, primogénita y heredera política de Alberto Fujimori, encabece cómodamente las encuestas para las elecciones generales peruanas del próximo abril.

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