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PURO TEATRO

El gran juego

'A teatro con Eduardo', que Lluís Pasqual dirige en el Lliure barcelonés, es un brillante díptico formado por un gozoso entremés y una pieza maestra de De Filippo

Marcos Ordóñez
Ramon Madaula (izquierda) y Jordi Bosch, durante un momento del espectáculo.
Ramon Madaula (izquierda) y Jordi Bosch, durante un momento del espectáculo.

La grande magia (“La gran ilusión”) es una de las cumbres del teatro de Eduardo de Filippo y una de mis obras favoritas. Siempre pensé que había sido un éxito cuando se estrenó en 1948, pero me equivocaba. Fue un auténtico trastazo de público: demasiado amarga para la durísima posguerra napolitana. Curiosamente, a poco del fracaso, De Filippo escribió en una semana Le voci di dentro, que era similarmente negra, y que vimos en el Lliure el pasado año a cargo de la compañía de Toni Servillo. Junto con Questi fantasmi, de 1946 (que aquí montó Oriol Broggi) abordan con diferentes gradaciones el onirismo y lo fantástico como vías de fuga o revelación. Así, Calogero de Spelta, Alberto Saporito y Pasquale Lojacono, los desventurados protagonistas de esa trilogía inesperada (o quizás no tanto) buscan acogerse al mundo del ensueño o la pesadilla para escapar de una realidad que se les ha vuelto insoportable.

De La grande magia se dijo en su día que era “pirandelliana” y sin duda está cerca de Enrique IV, pero me parece que es quedarse corto en la referencia. Esta extraordinaria parábola viene de lejos: de la caverna platónica, desde luego, y de la central idea barroca del mundo como representación. Al verla de nuevo pensé también en el maravilloso relato El brujo postergado, que el infante don Juan Manuel, tres siglos antes del barroco, recogió en el Libro de los enxiemplos (y versionó luego Borges), donde un nigromante hace vivir a un clérigo ambicioso una vida de triunfos, hasta revelarle, ya con el papado en sus manos, que todo fue una ilusión mágica.

Pese a su crueldad, el juego de ideas de La grande magia es descomunal, como los trabajos de la compañía del Lliure

El espectáculo A teatro con Eduardo, traducido y dirigido por Lluís Pasqual en el Lliure barcelonés, es un “selecto programa doble”, como se decía antes; formato que ya había adoptado en Esta noche, zarzuela (2009) con Chateau Margaux y La viejecita, de Fernández Caballero. Se abre con el primer acto de Uomo e galantuomo (“Hombre y señor”, 1922), pieza de juventud de De Filippo. Es un entremés muy salado que narra el enfrentamiento durante un ensayo entre el capocomico Gennaro de Sia (Jordi Bosch) y el torpísimo apuntador Attilio (Marc Rodríguez, que reveló su formidable talento de comedia en Premis i càstigs), junto con la damita Viola (Laura Aubert) y la característica Florence (Francesca Piñón). Pasqual lo sirve a ritmo de gran farsa, quizás para compensar la negritud de lo que vendrá luego. Y porque hay una inicial unidad de espacio: La grande magia (“La gran il.lusió”) comienza, como su aperitivo, en un decadente hotel de playa donde han de actuar el mago Otto Marvuglia (Jordi Bosch) y su ayudante Zaira (Mercè Sampietro), y en el que va a producirse el decisivo encuentro con el trío formado por el celoso Calogero (Ramon Madaula), su agobiada esposa Marta (Laura Aubert)… y una misteriosa cajita.

La superlativa escenografía firmada por Alejandro Andújar y el propio Pasqual, con no menos brillantes audiovisuales de Fran Aleu, remite a Fellini (el mar que imaginó para E la nave va, aunque hay otro mar que ya descubrirán) y al Woody Allen de Magia a la luz de la luna (el escenario del Metropol, que emerge como un pastel fluorescente), quienes sin duda adorarían esta historia. No olvido la bellísima estampa de las imágenes de Nápoles, desfilando al fondo, entre ventanas, como si las viéramos desde un barco. Ni su eco sonoro, las canciones napolitanas que esmaltan la función, desde el Come facette mammeta con el que una vivísima Mercè Sampietro entra a lo grande en escena, hasta las rotundas versiones (Torna a Surriento, Malafemmena) del tenorazo Robert González, que encarna al seductor Mariano d’Albino y al inquietante camarero del hotel, espléndidamente acompañado por el trío de cuerda de Laura Aubert, Pablo Martorell y Carles Pedragosa. Hay que aplaudir, asimismo, las caracterizaciones y las luces de Eva Fernández y Xavier Clot, dos ases en lo suyo.

Jordi Bosch, un rey de la comedia, corre con el reto de intepretar a Otto Marvuglia, personaje fascinante y siniestro, embaucador y lúcido, con una atroz visión de la existencia: nada le dibuja mejor que el terrible truco del canario, eje tan metafórico como real de la función. Bosch está siempre brillante pero en algún momento tuve la sensación de que quizás buscaba en exceso la risa y le convendría, a mi juicio, un poco de freno. Me gustó mucho más el dificil equilibrio entre malignidad y compasión del último acto (como si mezclara, digamos, a Gassman con De Sica), aunque entiendo que para llegar ahí ha de bombear y mantener la función alta a fin de que el público no se entenebrezca antes de tiempo.

Pero el gran protagonista de La grande magia, el héroe trágico (el que más sufre, el que más pierde, el que más cambia) es Calogero di Spelta, papel bombón que borda un Ramon Madaula conmovedor, cercano a Rafael Alonso: hay que ver cómo ese hosco personaje del principio, ante el que pasaríamos de largo, logra convencernos de algo inverosímil, y crece y se agiganta hasta alcanzar un enorme vuelo humano y filosófico en su último monólogo y su última decisión. Pasqual dice en el programa de mano que De Filippo amaba a todos sus personajes, y en gran medida es cierto, pero creo que aquí solo contempla con afecto a Calogero, a Marta en el tercio final (¡qué bien está Laura Aubert!), a Genarino (Oriol Guinart), el viejo y fiel sirviente, y al desesperado Roberto Magliano (Albert Ribalta). Los restantes personajes se dividen entre los que engañan para sobrevivir en un entorno terrible (Otto, Zaira y sus secuaces Gervasio y Zampa, a cargo tambien de Guinart y Ribalta) y los que son maledicentes y biliosos (“gente de mala calidad”, como diría Juan Cavestany): las señoras Locascio (Teresa Lozano) y Marino (Francesca Piñón), el brigadier (Marc Rodríguez) o la tremenda familia Spelta-Intrugli, donde repiten Lozano, Piñón, Ribalta y Rodríguez. No es, por supuesto, el mundo de Sábado, domingo y lunes o Navidad en casa Cupiello. Pero, pese a su crueldad, hija de tiempos tan difíciles, el juego de ideas y el fulgor poético de La grande magia es descomunal, tanto como los trabajos de la compañía del Lliure. No se pierdan A teatro con Eduardo.

A teatro con Eduardo, de Eduardo de Filippo. Dirección: Lluís Pascual. Teatre Lliure (Barcelona). Intérpretes: Laura Aubert, Jordi Bosch, Ramon Madaula, Mercè Sampietro. Hasta el 1 de mayo

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