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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las testigas no mentimos

La actriz Chus Lampreave en San Sebastián en 2012.Vídeo: RAFA RIVAS (AFP) | EFE
Luz Sánchez-Mellado

Dicen que ha muerto Chus Lampreave. Ilusos. No puede morir quien habita en el tuétano sentimental de todas las generaciones vivas ahora mismo ahí fuera. Se ha ido, dicen, tranquilita en su casa de Almería. Sin dar un ruido. Haciendo mutis por el foro como entraba y salía ella de los sitios. De puntillas en sus zapatillas de estar por casa para alcanzar a atisbar al prójimo por la mirilla. Como no queriendo la cosa. Dejando tan leve como imperecedero recuerdo de su presencia en las retinas ajenas. Daba igual que tuviera una frase, que una escena, que un cameo, que un par de segundos en un anuncio de un fufú quitagrasas de cocina. La Lampreave llegaba, veía y vencía. Dejaba poso. Congelaba el tiempo. Se grababa en el cerebelo. Quien la ha visto, la recuerda. Esos ojos como platos, ese cuerpecillo de guindilla, esa voz de Mari Sentencias, ese retintín de ya te lo dije, esa aura de modernidad fuera del espacio y del tiempo que ni se compra ni se vende en ningún estilista estrella.

Era Lampreave una cómica de las que hacen reír, llorar, pensar, o lo que a ellas les dé la gana hacer con el respetable. Una payasa, en el mejor sentido de la palabra, de la estirpe de la grandísima Gracita Morales. De Marta Fernández Muro, sin irnos tan lejos. De la de esas secundarias robaplanos a mano desarmada, que en el cine español son y han sido y que se comen con patatas bravas a tantas protagonistas bellas pero sin alma. Chicas finísimas por dentro y resultonas por fuera a las que el excluyente canon de belleza imperante se les queda grande y las películas, cualquier película en la que participan, pequeñas. Esas señoras de su oficio que saturan la pantalla a fuerza de talento, gracia y vatios por centímetro cuadrado de cutis: era salir la Lampreave en una esquina, encenderse la luz de su rostro y apagarse la del resto.

Habrá quien la recuerde como la abuelita paz del anuncio de los embutidos Campofrío, dirigido por Icíar Bollaín. Como la suegra resabiada del spot del limpiador KH-7, perpetrado por José Antonio Bayona, los nuevos directores son relativamente jóvenes, pero no tontos. Inmarcesible para todo quien la haya visto es, sin embargo, su portera testigo de Jehová de Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Pedro Almodóvar. Esa antropóloga, perdón, cotilla, cum laude por la universidad de la vida a la que nada humano le es ajeno. Esa voluntaria social que oye, ve y luego va y lo casca a beneficio de todo el vecindario. Qué sería de nosotros, periodistas, políticos, encuestadores, entrometidos todos, sin ellas. Dicen que se ha muerto la Lampreave, y no me lo creo. Tanta gloria lleve como gusto de haberla conocido deja. Ya lo dijo ella en su día: las testigas no mentimos.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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