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Ver y oír a Cervantes

Jordi Gracia escribe con perspicacia, pasión y olfato infalible la biografía del autor del 'Quijote'

José-Carlos Mainer
Retrato de Miguel de Cervantes, pintado por Juan de Jáuregui en 1600.
Retrato de Miguel de Cervantes, pintado por Juan de Jáuregui en 1600.

En el plazo de pocos años, Jordi Gracia ha escrito tres biografías importantes —las de Dionisio Ridruejo, Ortega y Gasset y, ahora, la de Cervantes— que obedecían al estudio de una “imprevista ley secreta en torno a la madurez: a dos de ellos el tiempo y la experiencia los reeducó rebelándolos contra sí mismos hasta hacerlos inequívocamente mejores mientras al otro lo estropearon (Imaginación moral y biografía, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, 99, 2016). Como el lector supondrá, se han salvado del escrutinio Cervantes y Ridruejo, y se condenó Ortega, aunque con atenuantes de peso. Juicios tan atrevidos, sintéticos y certeros sólo se pueden hacer cuando uno piensa que “contra todas las apariencias (…), el novelista de ficción y el biógrafo histórico comparten la disposición a imaginar y encadenar causas íntimas y externas, movimientos anímicos y momentos cruciales”. Y, por supuesto, cuando uno escribe con la perspicacia, la pasión indisimulable y el olfato casi infalible de Jordi Gracia.

Sus biografías se resuelven en la búsqueda de una coherencia secreta: en el caso cervantino, el subtítulo del libro lo ha llamado “la conquista de la ironía”, pero pudo haber sido “la imaginación moral”. O “autorretrato sangrado”, o “atreverse a más”, que son otros intertítulos muy expresivos que explican cómo Cervantes logró el milagro de la novela moderna, donde campan a sus anchas “la suspensión de las respuestas absolutas y excluyentes” y la convicción de que la novela es “una fiesta de alegría y buen humor sin desesperanza ni angustia”. El libro resultante se lee de un tirón, al hilo de una cavilación que parece siempre inapelable, pero que, en rigor, esconde tras su inmediatez tantas cautelas y preguntas cuanto hallazgos y afirmaciones, siempre al hilo cálido de la deliberada laxitud de la sintaxis (el estilo de Cervantes es muy contagioso…) que busca no dejar de consignar nada, aunque el párrafo se dilate.

Ignoramos muchas cosas de Cervantes, pero, a la fecha, sabemos del escritor más de lo que creemos acerca de los puntos nodales de su biografía. Y vale la pena recordarlos porque a todos ellos este libro aporta una síntesis brillante, una conjetura audaz o, por lo menos, una descarada afirmación de empatía con el autor. Esa topografía cervantina incluye el perfil de una suerte de clase media baja que pueblan barberos y comerciantes, pretendientes y comisionistas por cuenta del Estado, soldados y mujeres que se buscan la vida con desparpajo. Contamos también con una razonable idea de lo que fue una cultura humanista no demasiado sólida, a veces algo anticuada y siempre algo pedante: la que define a Cervantes y a otros como él hacia 1580. Pero, en torno a 1600, allí nace algo tan fundamental como el relato moderno, a la vez que se asienta la comedia. Y Cervantes encuentra su voz en el primero, sin que debamos perder de vista sus baldíos esfuerzos en la segunda. En 1604, impreso el primer Quijote, el viejo escritor encuentra lo que buscaba: son 12 años finales de éxitos y de invenciones, pero también de polémicas e inseguridades, de rescates del pasado y de brindis al porvenir.

Todo está en estas páginas que ha resumido muy bien una ingeniosa frase de la faja editorial del libro: “Cervantes por Cervantes por Jordi Gracia”. Y añadiría que también por obra de algunos libros recientes: de los imponentes trabajos de Francisco Rico sobre el texto del Quijote, de la sólida y templada biografía de Canavaggio, de los estudios de Gómez Canseco sobre Avellaneda, el teatro cervantino o sobre los “libros gordos” de 1604; de la imagen culta y proba del autor vindicada por Jorge García López, a la que Gracia ha añadido claroscuros más convincentes. Estas páginas sacan provecho de todo: de la existencia de unas escribanías en el testamento de Andrea, tía de Cervantes, que dan pábulo a unas páginas casi azorinianas; del patriotismo militar del escritor y de la “literatura latente” y del desengaño que respira el soneto al túmulo de Felipe II en la catedral de Sevilla; del revuelto mundo de aquella casa de Valladolid, cuando ocurrió la muerte del caballero Ezpeleta, con la que poco tuvieron que ver ni Cervantes ni las cervantas; de la significación de La Galatea, la novela pastoril de 1580, de la que nunca renegó el viejo escritor después de veintitantos años; del nacimiento, ordenación y alcance de las Novelas ejemplares de 1613; de la espléndida lectura que se nos ofrece del Viaje del Parnaso y de su Adjunta y, en relación con todo esto, del genial diálogo del Quijote de 1615 con el libraco de Avellaneda, y con tantas cosas de un pasado que siempre sigue a Cervantes como una sombra agorera y de un futuro que esperaba, al cabo, de aquel Persiles que vino a ser —discúlpese lo trillado de la cita de Orson Welles, tan cervantino— el pertinaz Rosebud del escritor.

Porque lo más admirable de Cervantes no estaba en las peleas con Lope, ni en su fe en la moda del relato more bizantino, sino en la ocurrencia exclusivamente suya de una “historia de historias”: un Quijote que ya no dependería de “los batacazos y las calamidades” sino de la “invisible y fluida amenidad de un libro que teje una amistad deambulada y cada vez más cómplice y trabada: el milagro del trato de don Quijote y Sancho, pero también cómo va abarcando una amplia galería de seres humanos, caballeros y venteros, curas y doncellas”. Como dice el emocionado párrafo final, este libro de Jordi Gracia ve y oye a Cervantes: no se puede pedir más a una biografía. •

Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía. Jordi Gracia. Taurus. Madrid, 2016 (serie Memorias y Biografías) 466 páginas. 23,90 euros.

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