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Las brujas vuelan gracias a Bruegel

Una exposición en Bélgica recorre la iconografía de las hechiceras que inmortalizó el pintor

El cuadro 'Dulle Griet of Helleveeg', que pintó David Rijckaert III en 1650, del Museo de Historia de Viena, que se exhibe en Brujas.
El cuadro 'Dulle Griet of Helleveeg', que pintó David Rijckaert III en 1650, del Museo de Historia de Viena, que se exhibe en Brujas.

Un caldero hirviente rodeado de viejas que preparan pócimas, el gato negro o la escoba voladora son los atributos que en casi todo el mundo se identifican tradicionalmente con el universo de la brujería, pero antes de mediados del siglo XVI ningún artista se hubiera planteado dibujar a una mujer acusada de hechicería en medio de esa parafernalia.

Dos grabados salidos de la imaginación de Pieter Bruegel el Viejo (1525-1569) hacia 1565 son la causa de que desde entonces la iconografía universal caracterice así a las brujas. Dos obras que, junto a otras del pintor holandés y de Durero y de óleos de Frans Francken II, David Teniers o Bruegel el Joven —uno de sus hijos— se exhiben en Las brujas de Bruegel, en el Hospital de San Juan, en Brujas (Bélgica), una muestra de casi un centenar de piezas cedidas por varios museos y bibliotecas de Europa que puede visitarse hasta finales de junio.

Las brujas de Bruegel es un paseo por el terror que inspiraba la demonología, los conjuros y los maleficios que sacudían a la supersticiosa Europa medieval y la de los siglos XVI y XVII, pero también sobre los procesos y las sentencias en la hoguera de aquellas desdichadas mujeres.

Según la historiadora del arte Renilde Vervoort, comisaria de la exposición, “gracias a Bruegel, que brindó a los artistas de los Países Bajos los códigos visuales para representar a las brujas, hoy contamos con más de 160 cuadros y grabados de pintores holandeses sobre esos temas, la mayoría de entre 1565 y 1700. Antes de las dos obras de Bruegel se dieron muy pocas representaciones visuales de esas mujeres”.

Cánticos medievales

Una escalera de piedra conduce en penumbra y entre cánticos medievales a una cámara de este edificio del siglo XI que albergó uno de los hospitales más antiguos de Europa, el de San Juan. La sala está iluminada con tenues luces en el suelo y por las velas que portan los visitantes. Además de las obras que imaginaron los tratos entre brujas y demonios o testimonian los procesos y ejecuciones en la hoguera de miles de mujeres en el Viejo Continente —sobre todo entre 1560 y 1630, víctimas de acusaciones absurdas—, se exponen códices y manuales eclesiásticos para identificar a las sospechosas de magia negra, libros de conjuros, documentos sobre juicios o condenas y amuletos, como rosarios fabricados con vértebras de animales para combatir los maleficios o retratos de los más temidos inquisidores.

Una de las joyas de esta muestra es el Disquisitionum magicarum, del teólogo de Amberes de origen español Martín del Río (1551-1608), que cumplió varios encargos para Felipe II. Es un tratado de demonología considerado por la Iglesia católica el tutorial más preciso de la época en materia de brujería, junto con el más antiguo Malleus maleficarum, del inquisidor dominico Heinrich Kramer, también presente.

Las dos obras más importantes de este recorrido son los dos grabados de Bruegel el Viejo, probablemente de 1565. Ambos muestran al apóstol Santiago en lucha contra el maléfico mago Hermógenes, y es en estas imágenes cuando por primera vez aparecen algunos de los elementos que identificarían a las brujas universalmente hasta la actualidad: una vieja a punto de salir disparada por la chimenea a lomos de una escoba, mientras otras participantes en el aquelarre preparan mejunjes en un caldero humeante, sin que falte el gato oscuro. También en uno de estos grabados aparece la Mano de Gloria, que los supuestos practicantes de la magia negra amputaban y robaban de los cadáveres de criminales recién ejecutados.

Bruegel el Viejo pudo muy bien dedicar esos preciosos e innovadores grabados a la brujería no por elección propia, sino por encargo de Hyeronimus Cock, un importante editor de Amberes, “como respuesta al aumento de las persecuciones en aquellos días y a los desastres en las cosechas a causa de la llamada Pequeña Edad del Hielo, un largo periodo de gélidos inviernos en Europa que gran parte del pueblo achacaba a los conjuros de algunas mujeres”, opina Vervoort.

Además, la relación entre el emperador Felipe II y el apóstol Santiago como su valedor en la lucha contra infieles y heréticos debió de ser determinante para que Pieter Bruegel eligiera a este santo para dibujar su lucha contra un mago, acompañado por varias hechiceras. De este modo, la presencia del patrón de España en los grabados funcionaría como garantía de una perspectiva acorde con la Iglesia en los tiempos de la histeria de las cazas de brujas, y así ni el editor ni el pintor pudieran ser acusados de complicidad con las brujas, con el peligro de muerte por las llamas que ello implicaba.

Otras obras de artistas flamencos ilustran ejecuciones en la hoguera, como la de la infortunada Maycken Karrebrouck, una viuda de Brujas de 65 años que sobrevivía con sus ventas de leche y mantequilla y que en 1634 pereció abrasada, víctima de las acusaciones formuladas por... su nuera. Una lista de los archivos judiciales de la ciudad revela los nombres de decenas de mujeres —los hombres se libraron casi siempre de la acusación de brujería— quemadas en la hoguera o ahorcadas en dos siglos de oscurantismo europeo en Brujas, cuyo nombre, huelga decir, no se refiere a esas damas voladoras, sino que deriva del flamenco brug (puente).

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