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Columna
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La conversión de Luciano

La cartelera se llena en Semana Santa de películas que evocan la muerte de Jesús. ¿Se trata de proselitismo?

Juan Diego Quesada
Fotograma de 'La resurrección de Cristo'
Fotograma de 'La resurrección de Cristo'

Nadie sabe cómo Luciano acabó viendo aquella película. Hay distintas versiones y sospecho que mientras se siga dando vueltas al asunto se añadirán algunas más, unas verosímiles y otras directamente inventadas. La más creíble, la que para mí tiene el sabor de lo verdadero, es esta: Luciano había conocido a aquella muchacha de trenzas y falda a cuadros a la salida del colegio y quiso impresionarla llevándola a ver un filme intelectualoide. Con esto quería sacudirse el prejuicio que acompaña a un adolescente que se interesa más por su moto que por las novedades de las librerías.

Si hubiera llevado a la chica a los billares los amigos del barrio le habrían saboteado la primera cita, así que la llevó a un cine que había abierto recientemente en un polígono, al lado de un basurero. Lejos de la mirada de cualquier graciosillo. Allí Luciano se dejó llevar por el aspecto de los anuncios de la cartelera. Le conmovió ver retratado en carne y hueso al hombre que hasta entonces solo había visto tallado en madera en representaciones sangrientas pero poco reales. Eligió La Pasión de Cristo, de Mel Gibson. Luciano no volvería a ser el mismo por un tiempo.

Hasta ese momento su película favorita era Yo, Halcón, escrita y protagonizada por Sylvester Stallone. En ella un camionero —relato de memoria— machaca el brazo de sus contrincantes en un concurso de pulsos. Luciano pasó una época remangándose para retar a cualquiera que se cruzara en su camino. Un chico que pesaba el doble que él lo puso en su sitio, lo que le hizo sospechar que el guión de Stallone no era muy realista. Esa era su escasa relación con el cine.

En cuanto a la religión, no había recibido mayores satisfacciones. A los 14 años, el cura que dirigía su colegio le había invitado a buscar otros horizontes, que era la forma diplomática que tenían de echarte sin mayor escándalo. Un crimen sin sangre ni testigos. Que enrollara como una momia con papel higiénico a uno de su clase o que pintarrajeara con la palabra satanás los muros de la escuela no le había granjeado buena fama en el claustro. Tan poca vocación le habían visto que nunca lo invitaron a tocar la guitarra en ningún retiro y cuando le daban el sobre de Emaús sabían que lo devolvería vacío.

Tiene sentido comercial que la cartelera se llene de películas bíblicas en Semana Santa pero es imposible no pensar que también hay algo de proselitismo detrás

Algo vio, sin embargo, en la representación gore de Mel Gibson que lo cambió. Algún exagerado dice que estuvo a punto de abortar la cita y salir corriendo al seminario, con ese desenfreno que solo puede tener un converso. Lo cierto es que comenzó a ir a misa y a leer los evangelios con entusiasmo. Lo atrapó lo concreto del relato, no el misticismo. El látigo golpeando en la piel era verdad, o al menos una verdad, y el diablo rondando solo una posibilidad remota, ficticia. Su cabeza hizo un cóctel entre hechos y espiritualidad, se llenó de hechos y espiritualidad, excluyendo la ciencia ficción.

Me imagino la cara de los curas que habían sido sus profesores viéndole santiguarse. Lo disfruto. Al principio pensarían que se trataba de una broma, que en cualquier momento Luciano volvería a ser Luciano y subiría al púlpito con los pantalones bajados. No lo hizo. Al revés, se volvió un dogmático y durante unos meses habló con tanta pasión de las escrituras como antes lo había hecho de los pulsos de los camioneros.

Recordé a Luciano viendo esta semana La resurreción de Cristo, una película bíblica con tintes policiacos. El tribuno Clavius es el encargado de buscar como un detective el cuerpo de Jesús, desaparecido del sepulcro en el que lo habían amortajado. El romano indaga entre los seguidores de Cristo, una panda de fanáticos a los que es imposible sacar del discurso de la resurrección como única versión factible. Esta corte de llamados a entrar en los cielos antes que el resto está compuesta de prostitutas, leprosos, desdentados, cojos, ciegos. De chicos en moto, los que se sientan en los pupitres de atrás, tratados por los curas como descerebrados pero que en realidad son los mejores soldados.

Tiene sentido comercial que la cartelera se llene de películas bíblicas en Semana Santa pero es imposible no pensar que también hay algo de proselitismo detrás. Si es así, el mensaje descarría. En la Resurreción el tribuno ve a Jesús volver de entre los muertos y es ahí donde, a mi modo de ver, pierde el misterio. El relato histórico deviene en cuento de Asimov. El cambio es brusco. Se rompe el secreto. Si el pilar de la fe cristiana fuera lo tangible, tendría menos seguidores que el Atlante. Luciano, creo yo, habría fruncido el ceño.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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