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'The Americans', los espías silenciosos

Natalia Marcos

Las historias de espías tienen un encanto especial. Vivir en la sombra, tener que asumir otras identidades, el secretismo que rodea sus vidas, los artilugios e inventos para hacerse con información secreta... Una vida llena de mentiras y a espaldas de los demás. Una existencia silenciosa la suya, como la que tiene The Americans, una de esas ficciones a las que se le puede aplicar perfectamente la etiqueta de "la mejor serie que no estás viendo".

Ambientada en los años ochenta, está protagonizada por una pareja de espías rusos que residen en Estados Unidos, donde han construido una familia aparentemente de lo más normal, con su vivienda unifamiliar y sus hijos americanísimos y ajenos a la doble vida de sus progenitores... al menos, al principio de la serie. Con la Guerra Fría empezando a enfriarse (valga la redundancia), los Jennings tienen que lidiar con las misiones que les imponen desde la Madre Patria y con unos hijos adolescentes que les dan más quebraderos de cabeza de los que les gustaría, sobre todo su hija Paige.

Aunque el ritmo de The Americans es mucho más pausado que el de Homeland, con la que se comparaba en sus inicios (y con la que, por cierto, no tiene nada que ver), ha logrado crear un universo presidido por una tensión que va a más temporada tras temporada. La cuarta entrega (que acaba de empezar en Fox en VOS) arranca prácticamente en el punto en el que se quedó la anterior, cuando la olla a presión en la que se había convertido la vida de Elizabeth y Philip estaba a punto de explotar. De hecho, la olla ya tiene algunas fugas que puede convertir su secreto en algo incontrolable. A la ecuación se suma ahora la presencia de armas biológicas, los celos y los remordimientos de conciencia tanto en Philip —su pasado le persigue en sueños— como en Martha, esa amable e ingenua mujer que vivía con una venda en los ojos y que ahora, quitada la venda, sufre el dolor de las consecuencias de sus actos.

Qué poco se oye hablar de The Americans para lo buena que es. Sin tener que recurrir a grandes alardes y sin hacer mucho ruido, logra crear una atmósfera tan tensa (en esta cuarta temporada, desde el minuto uno se puede cortar la tensión) que da la sensación de que en cualquier momento algo va a explotar. Esa particular recreación de los años ochenta se sostiene gracias a las interpretaciones tanto de protagonistas como de secundarios. En The Americans se nota que hay un objetivo (aunque quién sabe cuál es) que apunta en una línea ascendente y que no relaja en ningún momento, con gran cuidado a los detalles en esa actualización de una era cercana pero, a la vez, muy lejana. La banda sonora, la luz, los silencios...

Estos espías son fríos, sí, pero tienen debilidades. Muchas. Tienen familia y se preocupan por ella, a pesar de que pueda costarles una llamada de atención de las alturas. En un momento del primer capítulo de la cuarta temporada, mientras vigilan con su peluca y demás complementos (el festival de disfraces de The Americans merecería un análisis aparte), Elizabeth y Philip comentan sobre los cambios en los hábitos de aseo de su hijo. Las cosas de las que hablaría una pareja normal tomando un café por la mañana. Pero ellos están en misión secreta para el KGB. Es lo que tiene ser espía.

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Sobre la firma

Natalia Marcos
Redactora de la sección de Televisión. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde trabajó en Participación y Redes Sociales. Desde su fundación, escribe en el blog de series Quinta Temporada. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y en Filología Hispánica por la UNED.

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