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SILLÓN DE OREJAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Asombrosas mujeres de vanguardia

Si pasan por Madrid no dejen de acercarse a la Residencia de Estudiantes para visitar la exposición 'Mujeres en vanguardia'

Manuel Rodríguez Rivero
Victoria Kent con militares republicanos en el frente de Somosierra durante el verano de 1936.
Victoria Kent con militares republicanos en el frente de Somosierra durante el verano de 1936.

Si pasan por Madrid no dejen de acercarse a la Residencia de Estudiantes para visitar la exposición Mujeres en vanguardia que conmemora el centenario de la Residencia de Señoritas (1915-1936), nombre con el que se conoce, para entendernos, a la sección femenina del gran proyecto educativo ideado y puesto en marcha por aquella generación de reformistas discípulos de Giner de los Ríos, empeñada en suministrar a los hijos de la élite dirigente liberal una enseñanza moderna que sirviera de complemento a la que se impartía en la Universidad. En la muestra —y en el documentado libro que la acompaña—, puede seguirse la trayectoria del influyente y exclusivo grupo de jóvenes patricias que se formaron en la Residencia de Señoritas, dirigida por María de Maeztu, y del que surgieron profesionales altamente cualificadas en los campos de la pedagogía, el derecho, la ciencia y la política. Una de ellas fue Victoria Kent (1889-1987), abogada y feminista, que llegó a ser la primera española que ocupó un cargo público. Diputada (1931 y 1936), directora general de Prisiones con Alcalá Zamora, se enfrentó con la también feminista Clara Campoamor a cuenta del sufragio universal femenino, al que Kent se oponía aduciendo que la influencia de la Iglesia propiciaría un voto femenino conservador y negativo para la República. Tras un largo exilio en París (fue juzgada en rebeldía por un tribunal franquista) y México, llegó a Nueva York en 1950, reclamada por la ONU. Fue allí donde conoció a Louise Crane (1913-1997), la mujer con la que compartiría el resto de su vida. Y es precisamente en esos largos años de relación humana, ideológica y sentimental, de comunidad de intereses y proyectos, en los que se centra Victoria Kent y Louise Crane en Nueva York, un exilio compartido (Sílex), el estupendo ensayo que la historiadora Carmen de la Guardia ha consagrado a la vida, actividad y tiempo de las dos amigas. Si la biografía de Kent es sobradamente conocida, la de la socialite Crane no lo es tanto. Miembro de una familia rica y bien relacionada con las artes, Louise estudió en Vassar, el elitista college tan bien retratado por su compañera de estudios Mary McCarthy en la novela El grupo (1969; Tusquets), y donde conoció a poetas como Marianne Moore o Elizabeth Bishop. Mecenas y protectora de músicos y poetas, Crane fue una presencia habitual en la vida cultural de Nueva York durante los años cuarenta y cincuenta. La profesora De la Guardia pasa revista a las actividades de las dos amigas, examina a las gentes y grupos con los que se relacionaron (intelectuales y políticos, españoles y norteamericanos) y traza un brillante panorama de la vida cultural y política neoyorquina del periodo. Un riguroso (y apasionante) libro académico sobre dos rompedoras “modernas” que tiene la enorme virtud de dejarse leer como si no lo fuera.

Tramas

Poco a poco, y como quien no quiere la cosa, el polifacético Manuel Ortuño (hijo) ha ido construyendo con paciencia y ojo crítico uno de los pocos sellos editoriales consagrados al libro y a quienes los hacen. La serie Tipos Móviles, iniciada en 2008, cuenta ya con 22 títulos, entre los que se encuentran recuerdos y confesiones de conspicuos protagonistas del sector (editores como Diana Athill, Jean-Jacques Pauvert o Bennett Cerf, o libreros, como Héctor Yánover), además de estudios más o menos técnicos sobre la producción editorial y ensayos sobre la historia y el devenir del libro y la edición (Schiffrin, Darnton, Jean-Baptiste Malet). La colección amplía, de algún modo, los contenidos de la revista cuatrimestral Trama & Texturas, de cuya fundación se conmemora ahora el décimo aniversario, y que constituye un importante foro de reflexión y análisis sobre la lectura y la edición. El último título publicado es De oficio, lector, un estupendo volumen que recoge la larga entrevista autobiográfica que el historiador Pierre Nora —que junto con Jacques Le Goff fue uno de los más célebres representantes de la “nueva historia” de la tercera generación de Annales— realizó a lo largo de meses a Bernard Pivot, el legendario director y animador de Apostrophes (1975-1990), quizás el más influyente espacio dedicado a la cultura escrita programado por una televisión europea (con la excepción de Das Literarische Quartett, que fue difundido por la alemana ZDF entre 1988 y 2001 y dio conocer al público alemán la obra de Javier Marías o Rafael Chirbes). En el libro, publicado originalmente en 1990, Pivot comenta algunos de sus más célebres programas, rememorando actuaciones y anécdotas de muchos de los autores (y editores) que en él participaron. Y, sobre todo, proporcionando claves de una época (ahora casi inimaginable) en que las televisiones (al menos las públicas) se arriesgaban a programar, en horas de gran audiencia, espacios en los que la cultura no estaba reñida con el entretenimiento, y la parrilla disponible no había sido colonizada por los llamados chefs, los concursos idiotas, la humillante escenificación de la basura sentimental y las tertulias a cargo de todólogos rastacueros que hacen las veces de intelectuales orgánicos de este tiempo tan rico y apasionante en que vivimos.

Profeta

Voltaire escribió la tragedia El fanatismo o Mahoma el profeta, cuya traducción (de Eladio de Pablo) publica ahora KRK, en 1741, cuando ya era un autor famoso. A pesar de que el autor de Cándido o el optimismo (1759) estaba convencido de que la posteridad celebraría su dramaturgia por encima de sus otras producciones literarias, sus piezas teatrales no resisten la comparación —ni siquiera leídas— con las de los grandes dramaturgos clásicos franceses o españoles del XVII, y mucho menos con las de Shakespeare. De ahí que esta obra de tesis deba leerse, a pesar de su complicada y efectista trama repleta de complots, celos y venganzas, como otra aportación pedagógica a la extensa cruzada de su autor contra la intolerancia y la superstición religiosa. Y, de hecho, Mahoma es aquí sólo un pretexto para estigmatizar en su figura los fundamentos de toda religión. Aunque su propósito era “hacer al cristianismo odioso”, Voltaire se curó en salud utilizando al profeta como coartada para lo que, leído ahora, constituye sobre todo una obra de propaganda filosófica y atea. Como dice Fernando Savater en el prólogo a propósito de la figura de Saíd, el joven creyente y bienintencionado, las dos partes complementarias de las que se compone todo fanatismo son “el engaño ávido de poder y la credulidad excesiva”, mientras que el remedio para combatirlo es atreverse a pensar. Y, miren por dónde, en ese trinomio reside sobre todo la actualidad del Mahoma de Voltaire.

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