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Se acabó el machismo: la mujer toma la batuta

El nombramiento de una joven directora lituana al frente de la orquesta de Birmingham y otras incorporaciones femeninas empiezan a consolidar un cambio de rumbo

La directora de orquesta lituana Mirga Grazinyte-Tyla.
La directora de orquesta lituana Mirga Grazinyte-Tyla.Nancy Horowitz

Comienza a tambalearse el último bastión sexista de la música clásica. La Sinfónica de la Ciudad de Birmingham anunció a principios de febrero que su próximo director musical será la lituana Mirga Grazinyte-Tyla (Vilnius, 1986). La orquesta que viera forjarse a dos caballeros del podio como Simon Rattle y Andris Nelsons, pasará en septiembre a manos de una dama. Un podio visionario pero también un trampolín. Rattle ascendió desde Birmingham en 2002 a la codiciada titularidad de la Filarmónica de Berlín y Nelsons a la Sinfónica de Boston, que combinará en 2017 con la Gewandhaus de Leipzig. Tres de las mejores orquestas del planeta. Pero la elección de Grazinyte-Tyla como sucesora de Nelsons al frente de una de las principales formaciones sinfónicas del Reino Unido no es un fenómeno aislado. Forma parte de una tendencia que se está consolidando hacia la normalidad, como ha sucedido con la revolución pianística china que representa Lang Lang o el despunte del sistema venezolano que encarna Gustavo Dudamel.

Grazinyte-Tyla surge precisamente conectada a Dudamel. No es su maestro sino su mentor. El venezolano eligió a la lituana como asistente en la Filarmónica de Los Ángeles en 2012 tras su victoria en el Premio Nestlé del Festival de Salzburgo. Dos años después comenzó a dirigir sus propios conciertos matinales en el imponente Walt Disney Hall. Y pronto surgió en la ciudad californiana lo que un crítico de Los Angeles Times ha denominado como “Mirgamanía”. Adjetivos como “natural”, “dinámica” o “enérgica” pueden leerse acerca de ella en los periódicos. Es una excelente directora, pero también un verso suelto en relación con Dudamel. Y esto es lo que puede contribuir definitivamente a cambiar las cosas. Grazinyte-Tyla no reproduce o adapta sobre el podio el estereotipo dominante asociado con el director de orquesta masculino. Eso que Elias Canetti definió como "la expresión más obvia del poder”. Ella tiene su personalidad y construye un arquetipo diferente basado en la complicidad y empatía con sus músicos: “Dirigir va sobre inspiración y comunicación. Juntos encontramos una forma de sonar, de interpretar. La sensación de compartir este milagro es algo precioso”, reconocía durante una entrevista en la NBC.

Naturalidad

Certezas y esperanzas en España

El Instituto de la Mujer utilizó en los ochenta la imagen de una niña dirigiendo batuta en mano dentro de una campaña contra el sexismo. Y efectivamente en España 30 años después hay más directoras de orquesta. Pero ninguna tiene o ha tenido puestos destacados en una orquesta importante. Es una cuestión de tiempo.

Tenemos directoras con carreras nacionales e internacionales, como Gloria Isabel Ramos Triano y Mª Isabel López Calzada, otras más mediáticas como Inma Shara, pero también directoras que han impulsado la creación de nuevas orquestas como Silvia Sanz Torre o que ocupan cátedras de dirección de orquesta en instituciones superiores de enseñanza como Mercedes Padilla Valencia. También pioneras poco reconocidas, como es el caso de la carrera lírica de Mª Dolores Marco. Y esperanza para el futuro con jóvenes directoras como Virginia Martínez y Lucía Marín.

Ese nuevo arquetipo femenino sobre el podio caracteriza también la ascendente carrera de otras directoras como la mexicano-estadounidense Alondra de la Parra (Nueva York, 1980). Para ella la clave reside en la naturalidad de la corpografía femenina sobre el podio, tal como indicaba en un programa televisivo: “Las mujeres crecemos cantando, bailando, moviéndonos y expresándonos”. De la Parra da la palabra a su cuerpo y con ella ha fascinado a formaciones de primer nivel como la Orquesta de París y la Filarmónica de Londres, lo que le ha valido su reciente nombramiento como titular de una de las principales orquestas australianas. Esa misma naturalidad gestual la encontramos en Karina Canellakis (Nueva York, 1982), una consumada violinista que ha cambiado el arco por la batuta y trabaja en Dallas como asistente de su Sinfónica. Debutó en Europa el pasado junio dirigiendo en Graz a la Orquesta de Cámara europea en sustitución del mismísimo Nikolaus Harnoncourt. Otro caso de instrumentista transmutada en directora de intensa gestualidad lo representa la violonchelista coreana Han-Na Chang (Suwon, 1982).

Pero hay ejemplos de directoras que no consideran ya ninguna barrera de género. Lo confirmaba en el dominical de La Repubblica Speranza Scappucci (Roma, 1973), que en noviembre próximo será la primera italiana en bajar al foso de la prestigiosa Ópera Estatal vienesa: “Si un director sabe lo que quiere y tiene una visión clara, la orquesta lo sigue, no importa que sea hombre o mujer”. Lo mismo afirmaba en Deutsche Welle la única fémina en alzarse con el Premio Alemán de Directores de Orquesta, la estonia Kristiina Poska (Türi, 1978), que actualmente trabaja en la Ópera Cómica berlinesa y está convencida de que pronto veremos a una mujer como titular de la Filarmónica de Berlín: “Las diferencias entre unos directores y otros provienen más de la personalidad y del carácter que del sexo”. Hay incluso países como China donde existen hasta dos generaciones socialmente asentadas de mujeres directoras, algo que representa hoy en Occidente la carrera de Xian Zhang (Dandong, 1973), que ha actuado con la Filarmónica de Nueva York, la Concertgebouw de Ámsterdam o la Sinfónica de Londres. Incluso hay países donde no es infrecuente que una mujer ostente cargos de responsabilidad en las principales orquestas nacionales, como en Finlandia con Susanna Mälkki (Helsinki, 1969) o Portugal con Joana Carneiro (Lisboa, 1976). Mientras Mälkki es titular de la Filarmónica de la capital finesa, Carneiro es directora principal de la Sinfónica portuguesa, y ambas desarrollan importantes carreras internacionales en Europa y EE UU.

Las pioneras

Ha habido muchos obstáculos históricamente para mujeres que querían dirigir orquestas. Lo saben bien las directoras de la generación precedente, como la australiana Simone Young (1961) o las estadounidenses Marin Alsop (1956) y Anne Manson (1961), que abrieron brecha en teatros, eventos o festivales como la Ópera Estatal de Viena, la Última noche de los Proms o el Festival de Salzburgo, siguiendo el modelo directorial de sus respectivos mentores: Daniel Barenboim, Leonard Bernstein y Claudio Abbado. Todavía fue más difícil para otras pioneras en el pasado, que se enfrentaron a condicionantes ideológicos y culturales de músicos, críticos, agentes o del público como Ethel Leginska y Antonia Brico, primeras mujeres en subirse al podio de las Filarmónicas de Nueva York y Berlín en 1925 y 1930, o Nadia Boulanger, que eludió la batuta y ejerció desde una especie de celibato más venerable. Otras incluso han tenido que hacer carrera tras un piano o confinadas en el foso de un teatro para no ser tan visibles. La mejor noticia sobre una mujer dirigiendo orquestas será cuando ya no lo sea.

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