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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Qué rollo

El escenario es el Parlamento y aledaños, pero el sainete se propaga en las infinitas tertulias, debates y entrevistas que dedica la tele a esas elocuentes movidas

Carlos Boyero
El Congreso de los Diputados, durante la segunda votación de investidura.
El Congreso de los Diputados, durante la segunda votación de investidura.Tarek (EFE)

Constato el excesivo vacío en el que flota mi existencia al descubrir que me paso horas entre amodorrado y estupefacto viendo y escuchando películas cochambrosas que se desarrollan en un mismo escenario, con actores mayoritariamente horrorosos que repiten un guion monótono, cuya única originalidad es repetir veinte veces la misma consigna (o matraca, seamos precisos con la lingüística), en su seguridad de que el público sufre deficiencias mentales y que acabarán creyéndose algo, que además de falso y hueco, se expresa con gestualidad de comicastro. El escenario es el Parlamento y aledaños, pero el sainete se propaga en las infinitas tertulias, debates y entrevistas que dedica la tele a esas elocuentes movidas para ver quién pilla el poder absoluto o relativo en el gobierno o desgobierno de la nación.

Y cuentan que ese espectáculo entre histérico y dormitivo tiene mucha audiencia, que podría competir con esos templos de la inteligencia, el buen gusto, el interés humanístico e incluso metafísico que constituyen los inenarrables Gran Hermano, Sálvame y en general todo lo que lleva la firma de ese prodigio de imaginación y de respeto al cerebro del receptor de una productora llamada La Fábrica de la Tele.

Solo me relaja un poco en ese trascendente sainete que protagonizan los aspirantes a salvar España un tal Albert Rivera, el mejor actor, el más natural, entre histriones lamentables, involuntarias caricaturas, discos rayados, loritos de repetición, gente que debería recibir clases de voz y de expresión corporal de un revivido Lee Strasberg. Y disponer de guionistas con cierto talento e inspiración. Pero saben que independientemente de las chorradas, las promesas incumplibles o las mentiras que salgan de su boca todos ellos recibirán el aplauso enfervorizado de los suyos. Podrías creer ligeramente si al final de sus discursos, alguien de su partido gritara: “Lo que ha dicho usted es una tontería y una trola”.

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