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Eric Jarosinski: “El aforismo interpela a la vida moderna”

'Nein. Un manifiesto' reúne el trabajo del célebre tuitero

Andrea Aguilar
Eric Jarosinski en Madrid.
Eric Jarosinski en Madrid. Carlos Rosillo

Trabajaba en un libro, el clásico rito de paso en la academia estadounidense que le permitiría obtener un puesto fijo como profesor. Especializado en la Escuela de Fráncfort, Eric Jarosinski (Wisconsin, 1971) impartía clases sobre lectura crítica y se afanaba en concluir su estudio sobre política, arquitectura y transparencia. ¿Cómo representar el poder de una Alemania reunificada sin evocar el todopoderoso Estado nazi? ¿Qué papel desempeñaba ahora, en un nuevo contexto, el cristal como metáfora de accesibilidad y brillante futuro, ese mismo material sobre el que los fascistas italianos disertaron largamente? En estas cuestiones sobre las distintas vidas de una metáfora andaba preocupado Jarosinski cuando Twitter se cruzó en la pantalla de su móvil. En los 140 caracteres de la red social encontró un respiro del denso lenguaje académico, un espacio donde destilar conceptos e ideas de su campo de estudio con otro estilo, en inglés y en alemán. Cuatro años después, el exprofesor Jarosinski, célebre aforista filósofo conocido como Dr. Nein, cuenta entre su legión de admiradores con Slavoj Zižek, es saludado como un Woody Allen nihilista, publica sus breves reflexiones cada semana en Die Zeit, ha colaborado con la revista The New Yorker y en otoño sacó con gran éxito Nein. Un manifiesto en EE. UU., compilación de sus píldoras de sabiduría que ahora ha sido publicada en castellano por Anagrama. Sirva como ejemplo o advertencia una muestra:

#CómoLeerUnLibro

Lee lo que está escrito.

Pregúntate cómo está escrito.

Lee lo que no está escrito.

Pregúntate por qué.

P. ¿Twitter le empujó al aforismo o fue a la inversa?
R. Los textos tenían que ser escuetos, claro, y esa fue la primera conexión, pero lo cierto es que llevaba tiempo usando aforismos en mis clases de lectura crítica, porque son ideales para generar debate. Te fuerzan a preguntarte cuántas veces debes leerlos, cuánto puedes extraer de ellos, si hay algo que no has captado. Los aforismos apelan a la verdad de una forma mucho más explícita que la poesía, cuyos versos uno no cuestiona si están en lo cierto o no. Además tienen ingenio, un elemento clave.
P. ¿Con qué autores trabajaba en sus clases?
R. Nietzsche es uno de los que más me han interesado, porque, en sus aforismos, forma y contenido están en contradicción. Pero son muchos los pensadores modernos, como Canetti o Kafka, que encontraron en esta forma una excelente manera de expresar nuevas ideas. Es la mejor manera de cuestionar ideas filosóficas. La naturaleza fragmentaria de un aforismo interpela a la fragmentada vida moderna.
P. ¿Vivimos una nueva edad dorada de la Escuela de Fráncfort?
R. Estos pensadores se interesaron por la tecnología y la mediación, algo que mantiene plena vigencia. Nos dieron el vocabulario para hablar de todo esto y se anticiparon a muchas cosas, pero supongo que su discurso habría evolucionado al mismo ritmo que la tecnología. Sería un error tomar sin más teorías de principios del siglo XX para examinar la tecnología de principios del XXI. No sé si sus respuestas aún son válidas, pero siempre se preocuparon por el sesgo político. Imagino que su pregunta ahora sería: ¿qué gesto político es ese de sacar una foto de tu plato de comida y compartirla en Instagram? Otra de las cuestiones que abordaron fue la difuminación entre lo público y lo privado; y habrían constatado la aceleración de este fenómeno, aunque no creo que hubieran podido prever el punto de saturación al que hemos llegado.
P. Del tuit paso a la sección de opinión de Die Zeit.
R. Allí comento sobre cómo se cubren las cosas en los medios, sigo las noticias sin una experiencia directa del hecho en sí. Tomo las palabras más repetidas y exagero. Lo que una caricatura hace visualmente es lo que yo intento hacer a través de texto.
P. A pesar de la globalización, ¿hay diferencias en el uso del lenguaje en cada país?
R. La elección de términos puede indicar que ha habido una batalla alrededor de determinadas palabras. Por ejemplo, en EE UU ahora mismo hay un extraño fenómeno: el Gobierno no usa ISIS, sino ISIL, y nadie más lo emplea. Es una decisión política, optaron por no llamarles como quieren ser llamados, pero cada día suena más ridículo.
P. ¿Otras peculiaridades?
R. La forma de contar las cosas puede ser demasiado limpia en EE. UU.; si escuchas a un político, tienen un principio y un final redondo. Ahora hay una nueva convención, un nuevo tic verbal de los políticos que terminan todas sus frases con la coletilla “yendo hacia delante”, sin importar lo que hayan dicho antes. Es una falsa conclusión, un final que añade un giro positivo. Y otros términos como “narrativa” o “lectura” han rebasado el ámbito académico y se aplican a todo tipo de cosas.
P. ¿Cuánto tiene Trump de fenómeno mediático?
R. Es resultado directo del uso que los políticos han hecho de un lenguaje inerte, repleto de expresiones hechas y fórmulas fijas. Ahora la gente encuentra refrescante y “auténtico” a alguien como Trump porque despotrica, dice cosas que los políticos no dicen normalmente y lo hace de una manera distinta. Según las encuestas, en EE. UU. lo que la gente parece valorar más es algo que llaman “autenticidad”; no estoy seguro de lo que significa, excepto que parece referirse a alguien que habla de una forma que no es la predecible en el código político. El despotrique es la novedad. Añadiría que sus salidas de tono están bien calculadas para generar más atención. Es una combinación potente, creo que lo aprendió en los años en que trabajó en televisión. Cuando me preguntan si pienso que Trump puede ganar, tengo que recordar que Reagan llegó a la Casa Blanca, y era un personaje bastante parecido.
P. Sin embargo, hace ocho años triunfó el discurso muy articulado e inspirador de un gran orador como Obama.
R. Hillary y su campaña no guardan ningún parecido con lo que hizo Obama, no hay ningún mensaje con el que puedas inmediatamente asociarla, ningún “sí podemos”. No hay esperanza en su discurso y creo que Trump rellena ese hueco: él sorprende, habla de una forma distinta. Hay pocas cosas que conectan a Trump y a Obama excepto que los dos han probado que podían proyectar un mensaje que atravesaba los medios y llegaba.
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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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