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Virginia Woolf: “Mi cerebro solo es capaz de funcionar diez minutos seguidos”

'Sobre la escritura' reúne una buena selección de textos de la autora sobre sí misma y sobre la experiencia de recorrerse escribiendo

Si algo podemos agradecerle a Virginia Woolf, entre otras cosas, es habernos dado suficientes temas como para construir una nueva subjetividad femenina. Y lo digo sin recelo de parecer exagerada. Esta frase martillea y nos dice: "¿Y si toda mi obra no hubiese sido un intento por esbozar una autobiografía?". Creo que esta frase, igual que la de la escritora Colette, admirada por Woolf, es también rotunda: "¿Y si mis personajes no fuesen más que mi modelo?".

En ambos casos, el intento de una autobiografía es una vida escrita, una vida que es bio-poder, capacidad para nombrar y clasificar. De esta manera, ese cotton wool, la lana de la vida, como ella definía esos espacios encarnados, desplazaban a los “not being”, momentos sin sentido de la existencia. El desarraigo de toda mujer que piensa. Pero, entendámoslo, esta experiencia trascendente, que pone un paréntesis en el cuerpo, nos da la clave para entender lo que significa la escritura en el caso de una mujer, encierro, y más encierro, incapacidad de nombrar y de romper con las ataduras de la escritura dominante, la herencia simbólica masculina de la habló Pierre Bourdieu en su libro sobre el capital simbólico, y que se encuentra con la frase de Simone de Beauvoir: "No se nace mujer, se deviene…".

Sobre la escritura (Alba editorial), una selección de textos de Virginia Woolf hecha por Federico Sabatini, contiene también un prólogo donde se analiza el enfrentamiento de la autora con la crítica, su necesidad de escapar de la locura a través de la escritura, sus inmersiones en el lenguaje que trata de dominar y su relación, a veces tensa, con otros autores. Diría que solo se olvida un detalle: la vida de Virginia Woolf fue su propia escritura. Una estructura, un hilo de oro en la columna que finalmente se rompió. La suya fue una línea vital que se apaga cuando termina el recorrido por el interior de una persona fragmentada, tal vez porque ella quiso parecerse a ese retrato suyo de perfil e inclinado, que Sabatini intuye como un momento clave en la consagración de la escritora, aquel donde se capta su vulnerabilidad absoluta.

Estos paratextos como se les llama en la crítica literaria, muchas veces menospreciados por la academia, ayudan a ver mejor en esa experiencia abismal de recorrerse escribiendo, dejarse llevar hasta no entender bien qué se está diciendo. Ese querer dar de la autora que entrega Las olas, según ella su libro más extraño (y lo es) al hermano menor, Toby, es parte de ese ejercicio espiritual, sin el otro no hay manera de hablar, hablar sola es la locura. Me pregunto si en ese libro, tan sensual, no sintió miedo de su propia sexualidad. Ese nexo que ella sabía construir con palabras como un tejido afectivo y que un día se rompe al no envolver ese deseo intenso dejando lugar al miedo de su propio cuerpo, de estar siempre estigmatizada, atada a un rol y a un “ángel guardián”, como ella lo llamó.

Hay que leer también la biografía que le dedica Viviane Forrester para entender un poco mejor esa relación intensa con la experiencia vital de la autora, con el afecto, con los otros, con Leonard, su marido, como con sus amistades, sus celos de Catherine Mansfield, su escepticismo hacia Joyce, D.H Lawrence, o Jane Austen. Es que Mrs Woolf quería ser la referencia, iniciar su propia tradición, no copiarla, ni de Henry James, ni de Joyce, quería ser la iniciadora.

Ella es una mujer que está “a media mañana, llena de ideas, y leyendo veinte libros a la vez”, escribiéndole al joven poeta, otras veces ocupada en la editorial que montó con su esposo, Hogarth Press y que rechazó publicar el primer libro de Sigmund Freud. Podía pasar la mañana entera escribiendo olvidándose del mundo, ideas sobre la novela, tan actuales, por ejemplo: ¿hay que separar el contenido de la técnica? Por supuesto que ella piensa que no, que la imaginación es producción del pensamiento, y mientras este sea más complejo, mayor intensidad. La simplicidad no es siempre una virtud y puede revelar pobreza de ideas.

Un libro con fragmentos de algunas de sus cartas puede ser soso, pero este no lo es justamente porque los fragmentos están bien seleccionados, aquellos donde habla de Colette, o de Austen. O de su falta de educación tradicional, orgullosa de ser autodidacta y de que su padre le hubiese dejado leer lo que le caía entre las manos. Encontrarse con frases como esta: "Mi cerebro es una máquina que solo es capaz de funcionar diez minutos seguidos", es importante. No sé por qué me da la impresión de que pudo haberse dejado desbordar por su necesidad de estar a la altura del momento que le tocó vivir, solo que ella estaba sola, no tenía ninguna compañera en quien apoyarse, en quien desahogar ese miedo a la mirada de los demás, mirada cortante por inquisidora.

Esa persecución tal vez la integró como la mirada que desató una especie de aversión hacia sí misma, las voces, los cantos en griego y los pájaros hablantes que la llevaron a lanzarse a un río. Un ojo ciego, deformante y mortal. Toda gran novela era un intento de una autobiografía, como ella lo dijo una vez, por existir de una buena vez. Marcel Proust la deja sin aliento, y se pregunta: ¿Cuánto más se puede hacer después de un autor tan vasto, tan lleno de detalles? Virginia Woolf es inagotable, y, desde cada espacio conquistado por su lenguaje, se la reconoce como una pieza clave en la historia de las mujeres que dejan una marca vital imborrable.

Sobre la escritura, Virginia Woolf. Selección y prólogo de Federico Sabatini. Traducción de María Tena. Alba editorial. Barcelona, 2015. 153 páginas. 15 euros.

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