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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Es la cultura la nueva suegra?

Este invierno son dos los anuncios que ponen como ejemplo la cultura como sinónimo de aburrimiento

Alberto Rodríguez y Javier Gutiérrez, en el rodaje de 'La isla mínima'.
Alberto Rodríguez y Javier Gutiérrez, en el rodaje de 'La isla mínima'.Julio Vergne

Resulta doloroso asumir que la suegra sea un personaje negativo para el imaginario general. Llama la atención la cantidad de chistes que hay sobre las suegras y cómo todos asumimos que la relación con la suegra tiene que ser mala. La suegra es lo incómodo de la familia. No hay equivalente en ningún otro personaje de la familia. Ni en ningún otro punto de vista que no sea el masculino. Quizá algún día podríamos plantearnos si ese estigma podríamos borrarlo del espejo doméstico.

El tópico de la suegra, que vive en todos los chistes orales, saltó con insistencia a la publicidad y todos los inviernos vemos un personaje que prefiere no tomarse un antigripal para evitar ir a ver a la suegra.

Pero la suegra está de enhorabuena, la cultura la está sustituyendo. Este invierno son dos los anuncios que ponen como ejemplo la cultura como sinónimo de aburrimiento, sinónimo de la suegra. Dos anuncios que alguien debería plantearse revisar porque en uno se cuestiona al cine y en otro, a la ópera. Es decir, se plantean alternativas a lo que se alude como aburrimiento de ver una ópera o una película.

Estas descalificaciones, además de injustas, podrían llegar a generar confusión entre quienes aún no han disfrutado de la pasión por una voz o por una secuencia, la admiración por un diálogo o por un silbido cinematográfico. Privar a los más jóvenes de levantarse de la butaca siendo otros es, quizá, no haber podido disfrutar nunca del amor, del dolor, de la compasión, de la solidaridad, del deseo, de la alegría, de tantas y tantas emociones que el arte nos regala para siempre. O, peor aún, haber sentido todas las espinas de las emociones y querer robarle ese derecho a otras almas.

¿Quién podría haber pensado algo así? Los creativos publicitarios son grandes profesionales, cuyo trabajo tiene mucha relación con el arte, aunque tengan que simplificar, reducir, sacrificar, mutilar, buscando como fin la venta.

Hay grandes anuncios, cuyas sintonías permanecen en nuestra memoria, cuyas imágenes quizá recordemos, cuyos eslóganes forman parte de las páginas de los diarios de un niño. Hay muchos anuncios que viven del cine, de la música, de la ópera, de la danza, del circo, del arte. De ese arte que nace con vocación de comunicarse para siempre, de llegar al corazón del otro, de ayudarle a encontrar donde mirarse. Es más, muchos de sus realizadores son cineastas que no tienen trabajo en una industria cada día más reducida.

El cine y la ópera, que sirven de ejemplo a estos dos anuncios que pueden escucharse estos días en la radio, además de agrandarnos la visión del mundo, además de hacernos crecer para siempre, de ofrecernos un camino propio de desarrollo, además, no son temporales y perecederas, no tienen como único fin el beneficio económico, pero lo generan.

Es el momento de solicitar que estos anuncios cesen. Y también, es obligado revisar la mirada sobre la suegra: los tópicos nunca son justos. Pero intentar poner de moda que el arte no es arte sino aburrimiento sería intolerable en cualquier otro país porque cuestionar el arte es cuestionar lo mejor que tenemos. Resulta tan doloroso como levantarse una mañana con una suegra que se ha fugado de nuestra vida y echarla de menos.

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