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El misterio de los anónimos

‘La pasión de Mademoiselle S’ reactualiza la cuestión de la identidad literaria

IEl diplomático Jean-Yves Berthault, con varias de las cartas de Mademoiselle S.
IEl diplomático Jean-Yves Berthault, con varias de las cartas de Mademoiselle S.Versilio (EL PAÍS)

La llegada a las librerías de La pasión de Mademoiselle S.(Ed. Seix Barral) pone nuevamente de relieve el misterio de los escritores anónimos. En un mundo dominado por el ego y el personalismo absolutos, ¿qué razones encuentran algunos autores para disfrazar e incluso ocultar su identidad? El diplomático francés Jean-Yves Berthault encontró, mientras vaciaba un antiguo desván, un estuche de piel que contenía cartas escritas con mano temblorosa por la pasión incontrolada: “Mi boca en tu boca en un beso embriagador. No puedo escribir más. Este correo neumático pesaría demasiado, y temo no tener tiempo de llevártelo al despacho. Te amo”.

Las epístolas, escritas entre 1928 y 1930, estaban firmadas por una mujer llamada Simone, una parisina de la alta burguesía que narra sin rubor las fantasías y deseos más carnales a su amante, Charles, un hombre casado más joven que ella. El caso de La pasión de Mademoiselle S. es paradigmático pues si bien es posible inferir la identidad de su autora por el contenido y contexto de las cartas, la decisión de quien halló las misivas lo hizo finalmente improbable: “En este caso yo decidí hacer anónimo el libro porque, por un lado, creo que ella merecía que su historia se conociera pero, por otro, no creo que le hubiera gustado que su nombre fuera público. Era lo menos que podía hacer por ella”, explica Berthault.

¿Aporta interés especial a un libro no dilucidar el género, procedencia y época de su autor? Posiblemente así sea. Sin embargo, permanecer anónimo también promueve la reflexión por el contenido sin tener en cuenta el contexto en el que fue escrito.

En muchas ocasiones, esconder el nombre del escritor sirve precisamente para poner el foco sobre él. Así pues, ¿qué razones hay para que una obra quede anónima o seudónima? “Las razones por las que un autor prefiere permanecer en el anonimato no difieren de las que esgrime para optar por un pseudónimo, sobre todo en la exposición de ideas que pueden acarrearle persecución política o personal por los asuntos y personas mencionados en la obra”, afirma Jorge Seca, traductor, entre otras, de la célebre obra anónima Una mujer en Berlín, publicada por primera vez en 1954.

Existen otros motivos que, aunque menos graves, son frecuentes: “Está también la inseguridad del autor ante su propio trabajo o el puro juego de inventar autores en la metaliteratura”, dice Seca. Una mujer en Berlín relata los hechos de los últimos días del nacionalsocialismo en Berlín. Unos sucesos sobrecogedores que incluían la violación sistemática de mujeres alemanas por parte de los soldados soviéticos. En este sentido, la decisión de permanecer en el anonimato convierte a este diario de Anónima en una obra reivindicativa y eficaz: “Si Anónima hubiera optado por poner su nombre o un pseudónimo a su diario, el efecto de su obra habría quedado reducido al estrecho ámbito de esa persona. Así, Anónima son todas la mujeres víctimas”, relata el traductor.

Si la traducción se nutre también del entorno en el que autor se inserta, ¿qué sucede con el autor anónimo? “Me basta con escuchar la voz del narrador y las voces de sus personajes para intentar trasladar esa obra al español, si bien admito que si se conoce al autor por otras obras, resulta más familiar la elección del vocabulario y esto facilita la tarea de la traducción”, concluye Seca.

Si la ocultación —voluntaria o forzosa— del autor se asocia con el anonimato, el disfraz de la identidad sería más propio del seudónimo. Marie-Henry Beyle empleó varios nombres para firmar sus libros. De todos ellos, el único que trascendió fue el de Stendhal. Samuel Langhorne Clemens escribió en 1865 un relato titulado La famosa rana saltarina de Calaveras como Mark Twain. A partir de ese momento sería recordado siempre por ese nombre. También conviene tener en cuenta razones más asociadas a la literatura de tradición oral e incluso como herramienta de intriga promocional. “Creo que el caso del seudónimo es algo diferente, y diferente es el resultado si el autor utiliza el seudónimo para abrir una nueva línea en su obra, como John Banville con Benjamin Black o si el nombre real nunca es revelado, como en el caso de Elena Ferrante, que despierta la curiosidad de medios y lectores”, afirma Elena Ramírez, directora editorial de Seix Barral.

Mademoiselle S. es una historia de amor, obsesión y sexo. Su anonimato no impide que pueda leerse como un notable documento sociológico acerca de la condición de mujer entre guerras. Quizás existan dos tipos de escritores: aquellos que escriben para estar y aquellos otros que escriben para permanecer ausentes.

Una larga tradición

La tradición de los autores anónimos es casi connatural al nacimiento de la literatura: La epopeya de Gilgamesh (aquel poema escrito en tablillas de arcilla utilizando la escritura cuneiforme propia de los años 2.500-2.000 a.C), Las mil y una noches (la conocida compilación medieval en lengua árabe adscrita a la tradición de cuentos de Oriente Medio), La Saga de Erik el Rojo (una de las sagas islandesas que narraba las peripecias de los vikingos en el siglo XIII) y Relatos de un peregrino ruso(uno de los relatos más famosos del cristianismo ortodoxo que describe costumbre contemplativa y asceta fechado entre 1853 y 1861) son sólo algunos ejemplos.

En la literatura española, dos obras representan el anonimato como una de las autorías más singulares: Cantar de mio Cid (alrededor del año 1200) y La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (1554).

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