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Feria de Valdemorillo

Ser un fenómeno, o no

El sevillano Borja Jiménez cortó una oreja a la muy deslucida y mansa corrida de Ana Romero

Antonio Lorca

Cargados de ilusiones y la mochila vacía de contratos, se anuncian en Valdemorillo -a las puertas de Madrid- tres chavales con la fundada esperanza de que un triunfo les permita entrar en algún despacho con cierta tranquilidad. Pero héte aquí que el toro de Ana Romeo lo descompone todo -de bonita presencia, pero oscuro comportamiento-, y la oportunidad recibida se torna en peligrosa amenaza para sus carreras.

En esta profesión de torero, o eres un fenómeno y todos te perdonan una tarde nebulosa, o escalar un peldaño es un verdadero calvario, cuajado de sudores y lágrimas; porque no es suficiente el sacrificio, ni el oficio, ni el esfuerzo sobrehumano de quien pierde su juventud y la dedica a una tarea ímproba que, en modo alguno, garantiza el éxito. Porque frente a la cualidad innata o elaborada del torero está el toro, ese animal irracional que nada sabe de sueños y es el fruto de una extraña genética que ofrece frutos milagrosos o petardos clamorosos. Y esa probabilidad -llámese suerte o desgracia- puede condicionar, quién sabe si para siempre, la carrera de un joven torero.

Los toros de Ana Romero no llegaron con intención de colaborar, y pasaron cerca de Madrid como un vendaval de sosería, mansedumbre, falta de casta y dificultad extrema para el toreo de hoy. Y los chavales, que están placeados a pesar de lo poco que visten el traje de luces, consiguen salir airosos de tan desairado trance, se juegan el tipo, aguantan volteretas -a Jiménez lo levantaron por los aires en un descuido imperdonable-, torean mal que bien, pero los tres marchan al hotel convencidos de que la corrida no les será propicia para el futuro. Puede ocurrir, incluso, que alguien les recuerde un día que esa tarde en blanco de Valdemorillo es la causa de su desempleo.

O sea, que eres un fenómeno o la carrera de torero es un camino de espinas finas y punzantes.

Romero/Jiménez, De Góngora, Espada

Toros de Ana Romero, bien presentados, mansos, descastados y deslucidos; destacó el cuarto por su nobleza.

Borja Jiménez: _aviso_ pinchazo y estocada atravesada (ovación); estocada baja, _aviso_ y dos descabellos (oreja).

Lama de Góngora: dos pinchazos y un descabello (silencio); dos pinchazos y media muy tendida (silencio).

Francisco José Espada: dos pinchazos y casi entera baja (silencio); tres pinchazos y bajonazo (silencio).

Plaza de Valdemorillo. Segunda y última corrida de feria. 7 de febrero. Media entrada.

El único que cortó una oreja fue Borja Jiménez y lo hizo al mejor toro de la tarde, el cuarto, al que le dio muchos pases -algunos buenos- y mató mal. Pues hasta esa oreja se puede volver contra él, porque debieron ser dos. Valiente siempre, con oficio, sobrado, solvente y más bullanguero que profundo, Jiménez superó con nota la dificultad de su primero y aprobó ante el que exigía un sobresaliente.

Peor suerte tuvieron sus compañeros. Lama es torero fino y destila buen gusto y torería. Inservible fue su lote, pero no se le puede negar al torero decisión y compromiso; aunque de nada puede que le sirva.

Tampoco los toros de Espada le sirvieron para sus intereses. Derrocha firmeza, que no es poco, y falló estrepitosamente con los aceros.

En fin, que si no eres un fenómeno, el ánimo no debe bajar nunca de las nubes; de lo contrario, estás perdido.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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