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CRÍTICA | CLÁSICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Heroísmo y redención

Contactado sólo tres horas antes, Javier Perianes aceptó tocar el Concierto 'Emperador' de Beethoven con una orquesta con la que jamás había colaborado

Luis Gago
El pianista Javier Perianes.
El pianista Javier Perianes.Daniel García Bruno

El programa del concierto –con dos obras en un radiante Mi bemol mayor– parecía estar pidiendo héroes a gritos y acabó encontrando uno inesperado. Contactado sólo tres horas antes de que comenzara por una grave indisposición del pianista anunciado (Jean-Yves Thibaudet), Javier Perianes aceptó tocar el Concierto Emperador de Beethoven en el Auditorio Nacional de Madrid con una orquesta y un director con los que jamás había colaborado anteriormente, sin apenas tiempo para refrescar la partitura y con diez minutos de ensayo previo. Había llegado el día anterior de tocar en la Beethoven-Haus de Bonn y debió de volver imbuido del espíritu y la audacia del compositor alemán para aceptar semejante reto y salvar así la velada in extremis a orquesta, organizador y, sobre todo, público, que supo agradecérselo acordemente.

Obras de Beethoven y Strauss. Javier Perianes (piano). Real Orquesta del Concertgebouw. Dir.: Semyon Bychkov. Auditorio Nacional, 1 de febrero.

Aclarados los precedentes, hay que decir que no se oyó una gran versión, pero el demérito fue de Semyon Bychkov, que demostró ser, amén de un beethoveniano de muy escaso fuste, un acompañante inflexible y poco receptivo a las invitaciones a liberar la música y dejarla correr, o a insuflarle brío, lirismo, articulación o amplitud, que le llegaban asiduamente desde el piano. Perianes tocó muy bien, con calma aparente y pasmosa seguridad técnica, pero el “Emperador”, una obra mucho menos compacta que los dos anteriores conciertos beethovenianos, no puede sacarse adelante sin un solista y un director en idéntica longitud de onda. Hay que entender, por supuesto, las circunstancias extremas en que tocaron, casi como si se tratara de una primera lectura conjunta, y admirar que no se produjeran desajustes o deslices de peso. Lo escuchado, sin embargo, sólo redunda en beneficio del español y su creciente madurez artística, y en perjuicio del ruso, al menos un par de escalones por debajo de las mejores batutas actuales. La orquesta en pleno aplaudió unánimemente al pianista tanto después de superado el formidable escollo del “Emperador” como tras el Nocturno en Do sostenido menor de Chopin que tocó fuera de programa previa petición de permiso para ello al concertino: los gestos sí importan.

Vesko Eschkenazy tenía reservados a su vez no pocos retos en ese soberano ejercicio de egotismo que es Una vida de héroe, de Richard Strauss, sólo superado por su propia Sinfonía Doméstica. Su labor consiste en retratar a la mujer del compositor, que él mismo calificó de “muy compleja, muy femenina, un poco perversa, un poco coqueta, diferente a cada minuto de cómo había sido el momento anterior”. Tocó sus solos con total solvencia técnica, aunque cabe verterlos con mayor creatividad y fantasía. Antes habíamos oído el retrato del héroe y de sus adversarios (sensacionales las maderas) y después llegarían la guerra, las obras de paz y el retiro del mundo del héroe, secciones todas que no aparecen deslindadas en la partitura y que requieren una ilación que Bychkov tampoco logró en ningún momento. La orquesta (16 violines primeros y otros tantos segundos, 9 trompas, 5 trompetas, dos tubas, dos arpas…) apabulló con su sonido rotundo y multicolor y varios solistas presentaron sus credenciales de altísima calidad (como la española Miriam Pastor al corno inglés), pero la versión volvió a cojear por el lado de la batuta, incapaz de dar a la música el espacio, el tiempo, el trazo y la densidad que requiere la escritura de Strauss. Desde el anfiteatro parecía que la orquesta utilizaba una partitura de la época de su composición (1898): no en vano está dedicada a ella y a su director, un entonces jovencísimo Willem Mengelberg. Bychkov no ha estado a la altura de la historia, pero aún le queda la posibilidad de una pronta redención –no cabe tampoco aquí palabra más adecuada– en el Parsifal que habrá de dirigir en abril en el Teatro Real.

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.

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