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A favor y en contra de ‘La novia’

La exigencia de respetar la palabra y la musicalidad lorquiana

Inma Cuesta en 'La novia'.
Inma Cuesta en 'La novia'.

Libertad de ejecución

En De tu ventana a la mía (2011), su primer largometraje, Paula Ortiz proponía un ambicioso y arriesgado tríptico sobre la supervivencia femenina y el amor contrariado que combinaba heterogéneas claves estéticas y recorría tres tiempos: comienzos de los años 40, los años 20 y la Transición. Destacaba en el conjunto la historia de Inés, protagonizada por Maribel Verdú y ambientada en el desierto de las Bárdenas, que se erigía en una suerte de ‘western’ abstracto que parece haber inspirado la no menos heterodoxa decisión estética que domina La novia, su muy particular lectura de Bodas de sangre de Federico García Lorca.

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La formación filológica de Paula Ortiz sostiene aquí un arriesgado ejercicio formal que parte de la exigencia de respetar la palabra y la musicalidad lorquiana. Los escenarios de Capadocia subrayan la condición de universalidad de una tragedia que la cineasta retrata en el punto equidistante de la fantasmagoría y de la emanación telúrica de un relato de pasión, muerte y deseo insatisfecho.

El gesto de Paula Ortiz no tiene demasiados equivalentes en nuestro cine: mirar a nuestro teatro y aproximarse a él con esa libertad de ejecución que en los escenarios ya ha dejado de ser un tabú, pero que en las pantallas sigue teniendo que lidiar con la memoria de un academicismo que muchos han considerado el único camino posible para abordar a nuestros clásicos.

Estilización inconsistente

La novia hace bandera de su temeridad y conviene reconocerle a Paula Ortiz el arrojo de aproximarse a un texto clásico sin que la fuerza de la palabra lorquiana reprima su propia voluntad de desbocar esa exuberancia formal ya presente en De tu ventana a la mía. No obstante, quizá sería necesario preguntarse no ya si tanta estilización cinematográfica le sienta bien a Lorca –porque, probablemente, Lorca pueda con todo-, sino si la propuesta visual de la película resulta, por lo menos, consistente.

Cuando una secuencia permite hablar de eficaz y evocador primitivismo, pero la siguiente evoca los registros enfáticos de un culebrón venezolano, está claro que hay un problema de coherencia en el horizonte. Los reiterados cascos del caballo de Leonardo o la climática escena del encuentro erótico parecen llegar a un territorio casi limítrofe con el universo que Casa de mi padre (2012), la falsa comedia latina hablada en español fonético de Will Ferrell, parodiaba por la gracia de José Luis Rodríguez “El Puma”. No es la única disonancia en el conjunto: la secuencia de la lluvia de vidrios rotos traslada, de repente, el universo de Bodas de sangre a las claves de ese chirriante Terror de Postproducción que algunas películas españolas de género han practicado hasta la extenuación.

Los desequilibrios de la película se trasladan, también, a la dirección de actores: resulta más que acusada la distancia que separa a Inma Cuesta y una inmensa Luisa Gavasa de los dos pretendientes trágicos, que ofrecen contrastadas formas de afectación en su discutible manejo de la pasión desbordada. Sí, Lorca puede con todo, pero, pese a las contundentes imágenes que abren la película y reclaman una condición de tragedia atemporal para el texto, finalmente el espectador puede quedarse con la impresión de que La novia hace lo posible y lo imposible por ahogar la palabra bajo toneladas de formalismo mal modulado.

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