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Argentina se abre de nuevo a los libros del mundo

Durante los últimos años del kirchnerismo se cortó la importación para favorecer la industria local

Carlos E. Cué
Librería El Ateneo Grand Splendid, en Buenos Aires.
Librería El Ateneo Grand Splendid, en Buenos Aires.Ricardo Ceppi

Buenos Aires fue siempre una de las capitales mundiales del libro. Todavía hoy es la ciudad con más librerías por habitante, según el estudio World Cities Culture Forum. Algunas, en la calle Corrientes, abren las 24 horas, un espectáculo único. Sin embargo, en los últimos años, los lectores argentinos tenían muchos problemas para encontrar libros minoritarios, de tirada pequeña, para lectores más exigentes. El Gobierno kirchnerista, sobre todo desde 2010, puso durísimas trabas a la importación para favorecer a la industria local. No estaba prohibida, pero era tan complejo que solo entraban libros de éxito seguro. Tanto es así que es frecuente que los argentinos pidan a sus amigos extranjeros que les traigan libros imposibles de encontrar en Buenos Aires.

El nuevo Gobierno acaba de levantar esas trabas y muchos libreros y editores están entusiasmados. Los impresores, por el contrario, están inquietos. Creen que una entrada masiva puede acabar con miles de puestos de trabajo en las imprentas locales, que han tenido una explosión en los últimos años.

Menos variedad

La voracidad de los argentinos por los libros no ha bajado, al revés, ha crecido, y la gran mayoría se imprimía en el país. Entre 2011 y 2014 cayó un 65% la importación de libros, y como, consecuencia, se redujo un 35% la variedad de títulos que se vendían en el país. También están inquietas algunas editoriales pequeñas que temen una invasión de libros baratos en el mercado, sobre todo españoles. Porque el cierre de la importación ha tenido otro efecto: los libros, como casi todo, están carísimos en Argentina -de 21 a 28 euros y hace un mes entre 30 y 40 euros-.

“Nosotros hace unos pocos años teníamos más de 90.000 títulos diferentes en El Ateneo, nuestra librería central. Ahora rondamos los 72.000. Ha sido un desastre para la diversidad, aunque han sido años en que se han vendido muchísimos libros. El Gobierno promovía el consumo. Ahora confiamos en poder tener mucha más variedad, el lector argentino es muy exigente y busca constantemente novedades. Estamos muy ilusionados”, cuenta Adolfo de Vincenzi, director general del grupo Ilhsa, propietario de 53 librerías en toda Argentina, entre ellas la impresionante El Ateneo, una de las más bellas del mundo, construida sobre un antiguo teatro y lugar de peregrinación de turistas y lectores de todo el mundo. “Antes venía gente de toda Latinoamérica a comprar libros a Buenos Aires, donde siempre había de todo. Venían micros (autobuses) llenos de chilenos a comprar al Ateneo. Eso se perdió. Confiamos en recuperarlo poco a poco”.

El mecanismo más extraño para limitar la importación era el del control de tintas. El Gobierno estableció la obligación de garantizar que todos los libros importados —solo si eran más de 500 ejemplares— tuvieran una tinta con menos de un cierto porcentaje de plomo. “Era un sistema autoritario y kafkiano. Un arancel escondido. En todas las pruebas que se hicieron jamás dio positivo. Pero tardaban muchísimo en hacerla; solo se pensó para frenar la importación. Y lo logró. Pero es una política absurda. Andrés Neuman es argentino pero vive y publica en España. ¿Nos lo vamos a perder aquí? Además, se hizo un daño enorme a las librerías y al editor pequeño, subieron mucho los precios de las imprentas”, sentencia Trinidad Vergara, presidenta de la Cámara Argentina de Publicaciones.

No todos están tan satisfechos con la medida impulsada por Pablo Avelluto, el nuevo ministro de Cultura de Mauricio Macri, un hombre que viene del mundo editorial. Julio Sanseverino es un veterano impresor, dueño de Gráfica Pinter y secretario de la Federación de Gráficas Argentinas. “En los últimos años el sector ha tenido una expansión enorme, da trabajo a 65.000 personas, y ahora tememos que si se empiezan a imprimir cosas fuera se pierdan hasta 10.000 puestos de trabajo. Muchas empresas hicieron enormes inversiones en tecnología porque el sector crecía y ahora pueden tener problemas. No fuimos consultados, esto puede tener un coste social importante”, explica.

Envío por correo

En cualquier caso Argentina irá poco a poco. No habrá apertura total. En este país la venta de libros por envío de Amazon no entró nunca y el Gobierno de Macri no tiene intenciones de dejarla entrar de momento. Mandar un libro por correo era toda una aventura en Argentina. Todos los lectores curiosos argentinos o periodistas especializados tienen libros que les esperan en el aeropuerto bloqueados. Es tan complicado y caro retirarlos que la mayoría renuncia a hacerlo, y allí se acumulan. Ahora todo volverá a ser como antes. Lo que no cambiará es la sed de los lectores argentinos: vengan de donde vengan los libros los devoran como en pocos lugares del mundo.

Cartas de Perón sobre el cadáver de Evita bloqueadas y casi perdidas

La política de restricción de entrada de libros generó situaciones absurdas, pero ninguna tan increíble como la que sufrió la biblioteca personal de Tomás Eloy Martínez, el autor de Santa Evita. Cuando falleció, en 2010, dejó escrito que quería que su enorme biblioteca, que estaba en New Jersey, donde vivía la mayor parte del año y enseñaba en la universidad, se quedase en Buenos Aires. Su hizo Ezequiel se puso a la tarea, metió todo en un container y empezó las gestiones. Le llevó casi cuatro años, en un galimatías burocrático difícil de imaginar. “Fue una pesadilla. Primero había que demostrar que las cajas de madera no contenían material venenoso, después que la tinta de los libros no tenía demasiado plomo, después inscribir a la Fundación Tomás Eloy Martínez como importador, después detallar todo en 80 páginas de documentos, después buscar antecedentes penales que caducaban al mes, después vencía la inscripción como importador. La desesperación era absoluta”. Finalmente, agotado, Ezequiel encontró una solución directa: le mandó un correo al secretario de Comercio, Guillermo Moreno. “Aparentemente él lo destrabó, pero luego cambiaban gente dentro de aduanas, se perdió el certificado de dación. Una locura. Y otra vez a empezar”. Pero lo más increíble, después de casi cuatro años en un contenedor en EEUU y dos meses en el puerto de Buenos Aires, llegó al abrir las cajas. “No sabíamos bien lo que había, lo empaquetamos a toda velocidad en EEUU. ¡Allí estaban todos los originales que utilizó mi padre para Santa Evita!”, el libro más conocido de Martínez (reeditado ahora por Alfaguara), que narra el increíble periplo del cadáver embalsamado de Evita Perón, secuestrado por los militares, enterrado en secreto en Milán con otro nombre -María Maggi de Magistris-, después devuelto a Perón en Madrid y finalmente enviado a Buenos Aires 20 años después de salir. “Allí estaban las cartas de Perón en las negociaciones para que le devolvieran el cadáver, certificados, correos entre embajadores, todo. Y estuvo a punto de perderse porque no nos lo dejaban traer. Es increíble”, rememora Ezequiel, que es un conocido periodista cultural argentino y además dirigen la fundación dedicada a su padre. Las cartas son ahora la joya de la corona. “Menos mal que los americanos las embalaron bien, si no se habría perdido todo. Son muy buenos en eso, y fue lo más barato de todo”, se ríe.

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