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MÚSICA

David Bowie bebía de los clásicos

Poco se ha hablado de cómo Holst, Kurt Weill, Bach, Mozart y Strauss marcaron su carrera

Jesús Ruiz Mantilla
Mick Jagger, Tina Turner y David Bowie en 1986.
Mick Jagger, Tina Turner y David Bowie en 1986.Dave Hogan

Podría parecer, a raíz de los millones de panegíricos, que hasta que David Bowie no escuchó a Little Richard cantar Tutti Frutti y exclamar aquello de: “¡He visto a Dios!”, sus oídos habían permanecido vírgenes a otras influencias. Pero años antes de que el tierno e inquieto adolescente cayera antes los pies de los pioneros del rock and roll con Elvis en otro de sus altares trinitarios, la sombra de Gustav Holst lo había marcado de niño.

Todas las semanas, el niño Bowie se escondía detrás del sofá en el salón de su casa de Brixton (Londres) para ver camuflado en la tele The Quatermass Experiment. No sólo aquel programa sembró en él una fascinación constante por la ciencia ficción. Si no que le hizo consciente de la importancia de la música como vivaz exaltadora de emociones. Cuando la sintonía daba comienzo, la familia quedaba en silencio, un tanto aterrada por las inquietantes notas de Marte, el portador de la guerra: una suite con la que Holst, desde que la compusiera en 1914 con los ecos de la Primera Guerra Mundial en el cogote, no ha dejado de provocar congoja entre quienes la escuchan.

La estela de ‘Los planetas’, la obra a la que esa pieza pertenece, ha resonado en la cabeza y el corazón de David Bowie toda su vida. Si su primer gran éxito, Space Oddity, surgió de un impulso alucinógeno tras contemplar 2001, una Odisea del espacio, la película de Stanley Kubrick, muchos han considerado en esa canción el influjo primitivo de Holst. La película también representa una sinfonía visual en la que se dan cita György Ligeti y Richard Strauss, entre otros. Ambos también le marcaron.

Ligeti, como uno de los iconos salidos de la vanguardia en la ciudad alemana de Darmstadt tras la Segunda Guerra Mundial, lo mismo que Karl Heinz Stockhausen influyó en The Beatles o Pierre Boulez en Frank Zappa. Pero Richard Strauss alargó su huella hasta la etapa final de su carrera. Bowie le rindió homenaje en uno de sus discos tardíos, ‘Heathen’. Las cuatro últimas canciones del compositor alemán, escritas en su ocaso, con 84 años, le habían perseguido a lo largo de décadas y le prestaron el oscuro aire postromántico necesario para componer SundaySlip away, Afraid o la que da título a un álbum compuesto en mitad del desastre del 11-S.

David Bowie y Tina Turner en una actuación en Birminghan, en 1985.
David Bowie y Tina Turner en una actuación en Birminghan, en 1985.

Pero en la poderosa huella de sus influencias clásicas, también entran Bach y Mozart. El salzburgués le dotó de aliento armónico y Bowie se lo reconoció disfrazándose en uno de sus juegos camaleónicos. Bach le llegó con fuerza por medio de otro de sus ídolos y mentores: Lindsey Kemp. El gran renovador del teatro inglés en los sesenta y los setenta, adoptó al joven David como pupilo, después de que éste le desvelara que quería, entre otras cosas, poner en pie una carrera como bailarín y su admiración por el cine mudo, el kabuki, Jean Genet, el teatro del absurdo y un género como el music hall.

No sabemos si aquella confesión tuvo lugar antes o después de que Kemp lo atrapara definitivamente con uno de los números que más fascinaban al músico: una pieza que abordaba el amor no correspondido entre Pierrot y Columbine. En ella, había concebido una escena titulada Aimez-vous Bach, donde el pobre Pierrot, loco de amor, se abre las tripas y se saca el corazón al ritmo de las ‘Suites francesas’ para teclado.

Pero hubo algo que también unió a ambos: Bertolt Brecht. Y dicho nombre lleva directamente a Kurt Weill. El influjo berlinés, una de las etapas fundamentales del músico, además de la trilogía que alumbró Low, Heroes o Lodger junto a Brian Eno, dio como resultado más tarde ‘Baal’, un disco inspirado en Brecht, con alguna pieza a la que puso música Weill. Pero dicha alianza ya la había explorado Bowie con su propia versión de Alabama song, una canción que también marcó a The doors.

La estela de decadencia, la viva estampa de Sodoma y Gomorra que nos traslada Auge y caída de la ciudad de Mahagonny, no podía dejarle indiferente. El dominio que Bowie demostraba acerca de la obra y la personalidad de Brecht, dejaba boquiabiertos a muchos expertos en el autor teatral. La marca que esa viva alianza entre el escritor y Kurt Weill produjo en el músico daba cuenta de su alcance estético e intelectual, mucho más moderno que posmoderno.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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