_
_
_
_
_

Talento a contracorriente

Una charla entre Víctor Ullate y Rubén Olmo evidencia que la danza tiene grandes asignaturas pendientes. Solo el flamenco levanta cabeza

Maribel Marín Yarza

Zaragoza, años cincuenta. El duende del flamenco prende en Víctor Ullate (Zaragoza, 1947), que luego se enamorará del clásico. Se muere por zapatear, por entregar su vida al baile. Sus padres, Julián, carpintero de profesión, y Felisa, dueña de una sedería, le apoyan; su familia extensa se lleva las manos a la cabeza porque, dicen, eso es cosa de “maricas”. Es el único chico en la escuela de María de Ávila. Si es difícil compatibilizar la enseñanza general obligatoria con la de danza, lo es tanto o más trabajar como bailarín en España. Por no haber no hay ni una compañía nacional. Pero él se empeña. Con los años, conquista al genio Maurice Béjart y sale del país para después regresar y crear el Ballet Nacional Clásico. Hoy, este histórico de la danza con compañía propia en Madrid es maestro de grandes estrellas, de las que son y se fueron de España —Tamara Rojo, Lucía Lacarra, Ángel Corella, Joaquín de Luz…— y de las que serán. “Los que están aquí, en el momento en que salgan, van a lucir tanto como ellos”, predice.

Sevilla, años ochenta. Rubén Olmo (Sevilla, 1980), también hijo de carpintero y de la empleada de unos almacenes de tela, queda fascinado con el arte que se despliega por las noches en los patios de su ciudad. La película Carmen, de Carlos Saura, protagonizada por los geniales Antonio Gades y Cristina Hoyos, solo acentúa su vocación, aplaudida por todos. Sus padres se desviven por buscarle los mejores maestros. Olmo aprende junto a la bailaora Pepa Coral, Manolo Marín, José Galván…; se licencia con honores en danza española y clásica, y con 18 años, en la época de Aída Gómez, se convierte en el bailarín principal del Ballet Nacional. Hoy, este artista que trabajó con Eva Yerbabuena y fue director artístico del Ballet Flamenco de Andalucía, tiene compañía propia con sede en Sevilla, muy demandada en los escenarios asiáticos. Pero el mercado español, asegura, es otra cosa. Escasean las ayudas más que nunca y no hay circuitos estables ni nada que merezca tal nombre. De hecho, si su carrera se ha escorado tan claramente hacia este género es porque tiene más salidas. “Hay más trabajo”, admite. “El flamenco es una marca, se ha hecho marca. Y eso es lo que hay que lograr con la danza española o el clásico”.

Babelia ha reunido en Madrid a estas dos figuras del baile para enfrentar al pasado reciente con el presente de la danza en España, con el foco puesto en los géneros que ellos dominan. Víctor Ullate, el más veterano premio Nacional (de 1989; el primero fue un año antes el fallecido Antonio Gades), retirado de escena y volcado en la enseñanza, representa la memoria histórica de la disciplina clásica en este país, y Rubén Olmo, el galardonado más reciente (2015), la solidez de una trayectoria versátil que se proyecta hacia el futuro como figura del estilo que goza ahora de mejor salud. Su encuentro en el estudio que el primero tiene en la calle del Doctor Castelo de la capital refleja en los espejos de la sala una cruda evidencia: la que ha sido históricamente la hermana pobre de las artes escénicas sigue siéndolo. Es la única disciplina que en 2014 cayó en los tres indicadores que mide la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), y si se echa la vista atrás se ve que arrastra desde 2005 unas estadísticas que solo pueden conducir al desánimo: el número de espectadores se ha desplomado desde 1.540.000 a 900.000; la recaudación, de 18,55 millones de euros a 8,57 millones, y el número de funciones, de 4.363 a 2.158.

Olmo: "Dónde hay un programa de TV que me haga una entrevista seria? La gente no va al teatro porque no llega a enterarse"

“El arte es un bálsamo para el espíritu, pero hay gente que lo encuentra innecesario”, explica Ullate. “Y la danza nunca ha estado tan vigente como la música, la ópera, el teatro o el cine. Existe un gran desconocimiento, sobre todo del ballet clásico. Estoy hablando de España, lo que ocurre fuera es bien distinto. Cuando vas a París, visitas la Torre Eiffel y la Ópera porque sabes que allí hay un gran ballet; o si vas a Londres, el Royal Ballet. Pero aquí, ¿adónde vas si el Teatro Real es un teatro vacío donde no hay cuerpo de baile?”.

Desde que Ullate empezó, la danza ha evolucionado en todos los sentidos. Para empezar, se ha vuelto más mestiza, más abierta a fundir estilos, se ha dejado contaminar por todo tipo de tendencias. Ha alumbrado además, dice Ullate, a “un bailarín físicamente distinto, más elástico, más completo” gracias a lo que Olmo llama técnicas complementarias —“pilates o girotonic”— que les ayudan a fortalecer músculos y articulaciones y a evitar lesiones. Eso en lo artístico. En lo estructural, si se suman todas sus manifestaciones incluido el folclor, ha ganado terreno en los conservatorios y en las enseñanzas artísticas —hoy la estudian en este régimen especial 32.653 personas frente a las 23.312 de 2005—, ha crecido en número de compañías —937 frente a 629, según el Anuario de Estadísticas Culturales 2015— y, pese a que su situación no es precisamente halagüeña, puede decirse que ha logrado salir de la indigencia en la que vivía cuando el Gobierno encomendó en 1979 a este coreógrafo crear la primera compañía nacional de danza, bajo el nombre Ballet Nacional de España Clásico, “sin presupuesto, ni salas de baile, ni absolutamente nada”, apenas un año después de que echara a andar el Ballet Nacional Español de la mano de Antonio Gades. “Víctor levantó una estructura desde cero en el clásico y a partir de ahí pudieron trabajar por la danza todas las personas que vinieron después”, destaca Olmo. Las grandes damas del ballet clásico, María de Ávila y Maya Plisétskaya, ambas fallecidas, Ray Barra… Y también Nacho Duato, que, subrayan, tuvo más recursos y logró que la danza contemporánea alcanzase un peso específico con una compañía, aún sin residencia fija, que ha estrenado ahora Don Quijote, el primer ballet clásico completo en más de dos décadas, y que busca desesperadamente un lugar en el que asentarse. Su actual director, José Carlos Martínez, anunciaba precisamente el pasado diciembre su intención de hablar del asunto con el responsable del Teatro de la Zarzuela —donde se ha escenificado desde el 16 de diciembre este clásico del repertorio clásico—, porque los estatutos reconocen su derecho a residir en esta sala madrileña.

El Ballet Nacional Español y el Clásico fueron las primeras piedras de un edificio que nunca ha llegado a levantarse sobre cimientos sólidos. Un rápido vistazo a los países de nuestro entorno evidencia que la danza en España, cuyas competencias están en su mayoría en manos de Ayuntamientos y autonomías, tiene un cúmulo de asignaturas pendientes. “Gracias a Dios, hemos mejorado. Ahora ya en los colegios se está dando danza, la Fundación Víctor Ullate lo está haciendo”, dice su creador. “Pero en Inglaterra y en Alemania, por ejemplo, tienen escuelas nacionales donde los niños pueden estudiar su bachiller y formarse como artistas al mismo tiempo, que es lo que yo quisiera haber hecho con mi fundación”, explica Ullate. “Y en Francia, Italia o Portugal tienen teatros con cuerpo de baile”.

Pero no son los únicos aspectos que marcan la diferencia. En España, y más desde el comienzo de la crisis, este es un oficio a contracorriente. No solo porque se haya notado el impacto de los recortes —difícil de cuantificar desde el momento en que hay partidas de danza fundidas con las de música—, sino porque se arrastran desde años atrás unas condiciones laborales cuando menos precarias.

Ullate percibe "desidia política": "Para ellos somos una especie de titiriteros, aunque las cosas van cambiando"

Un bailarín del cuerpo de baile de la Compañía Nacional de Danza cobra un sueldo base —dietas y pluses de vestuario y maquillaje aparte— de 20.508,74 euros al año. Uno de la Ópera de París, más de 32.000, según Les Echos. Un bailarín principal del Ballet Nacional se embolsa un mínimo de 33.343 euros anuales más un plus por representación según contrato. Uno del Royal Ballet de Londres empieza con unos 81.000 euros. Un artista de la Ópera de París tiene la jubilación garantizada a los 45 años, recuerda Ullate. Uno de la Compañía Nacional de Danza debe esperar hasta los 60 para poder optar a decir adiós a una profesión que difícilmente puede alargarse hasta esa edad en los escenarios. Un bailarín en Bélgica cotiza en un régimen especial de la Seguridad Social. En España, debe hacerlo en el general…

“Creo que se ha desperdiciado mucho talento. Es descorazonador ver que estrellas nacidas y crecidas aquí se van a otros sitios porque tienen más oportunidades de bailar o dirigir”, dice Olmo. La lista de los que históricamente han salido a bailar fuera es larga. A los antes citados pueden añadirse Ana Laguna, Arantxa Argüelles, Antonio Castilla, Igor Yebra, Goyo Montero, Ruth Miró… “Es cierto que si hubiese una estructura, una compañía de verdad, la gente no se iría”, reconoce Ullate. “Los que se han ido quieren volver”.

Pero volver es muy difícil, apostilla Olmo, profesor en el Centro Andaluz de Danza: “Solo existen el Ballet Nacional de España, la Compañía Nacional de Danza, la Compañía de Víctor Ullate y, en lo nuestro, el Ballet Flamenco de Andalucía”.

Olmo: “El flamenco es una marca. Y eso es lo que hay que lograr con la danza española o el clásico”

¿A qué atribuyen esta situación? ¿Falta de interés? ¿Desidia política? ¿Conservadurismo de los programadores?

“Desidia política”, sentencia Ullate, que afirma haber sufrido un recorte del 60% de las ayudas que recibe de la Comunidad de Madrid. “Es verdad que a los políticos tampoco en los colegios les han educado en el respeto a la danza. Supongo que para ellos somos una especie de titiriteros, aunque poco a poco las cosas van cambiando y empiezan a estar más mentalizados”. Olmo, que ahora tiene en cartel el espectáculo La tentación de Poe y Arquitectura de luz y sombras, concebida para ser representada en museos, suma más argumentos. “La política tiene bastante que ver, pero hay problemas con los programadores y con la televisión. ¿Dónde encuentro yo un espacio que me haga una entrevista seria de mi trabajo? ¿Dónde están esos programas que no sean a las 12.30? Porque yo tengo que llenar un teatro. Y el problema es que muchas veces la gente no va porque no llega a enterarse”, cuenta. “Y lo que vemos cuando se enteran y vienen es que tenemos aplausos de 20 minutos”.

Luego hay un problema añadido. En un país en crisis en el que los programadores viven con el agua al cuello, optan por espectáculos más sobrios, desprovistos de todo artificio que los encarezca, explica el sevillano. Mejor un solo sobre el escenario que una obra que exija la presencia de 30 bailarines. “A mí lo que me gustaría que comprendieran todos es que con uno no se puede hacer lo mismo que con cuatro, y que, por ejemplo, cuando voy a ver La Traviata en el Real espero ver la mesa de La Traviata, quiero ver las copas de vino, quiero ver la lámpara de araña y no tener que imaginármela”, satiriza Olmo.

Ullate: "El arte es un bálsamo para el espíritu pero hay gente que lo encuentra innecesario"

El claro beneficiado de esta realidad es el flamenco, que no requiere tantos recursos económicos y humanos como el ballet clásico o español y tiene además gran impacto. “Ha llegado un momento en el que yo no puedo gastarme un presupuesto que no tengo en hacer un espectáculo de danza española. Y en eso sí tengo que culpar un poco a los programadores”, dice Olmo. “Me encantaría hacer un montaje sobre la escuela bolera, pero sé que voy a estrenar y después nada. Las compañías privadas no nos podemos dedicar a eso”.

Los dos premios Nacional de Danza ponen sobre la mesa un asunto que ya quedó claro en la propuesta del Plan General de la Danza 2010-2014 elaborado por expertos, que asumió la Secretaría de Estado de Cultura y que ahora está prorrogado a la espera de reunir de nuevo al sector este enero para “realizar una evaluación”: que no hay una red estable de exhibición que permita a los artistas sacar un rendimiento económico razonable a su creatividad dentro del país. Por mucho que la danza se incorporara en 2014 a Platea, el Programa Estatal de Circulación de Espectáculos de Artes Escénicas en Espacios de las Entidades Locales, y se haya ampliado el circuito, el problema está lejos de solucionarse.

—Así las cosas, ¿alguna vez se ha planteado irse fuera?

—Sería complicado —dice el coreógrafo sevillano—. Porque las entrañas del flamenco están aquí. No me puedo llevar a los bailarines a Nueva York y crear allí una compañía sin ellos… Al final sería como crear una compañía turista… El flamenco no es una danza internacional como es el clásico —admite.

Tampoco su realidad puede compararse a la de los bailarines clásicos porque el flamenco hecho en España es una gran marca que se demanda en el extranjero. “Europa y EE UU lo pisamos mucho; Japón es como una segunda casa, y hay un mercado que se está abriendo bastante que es el chino”, explica. “Eso es lo que hay que conseguir con la danza española o el clásico”.

Sobre todo, coinciden Ullate y Olmo, porque hay una nueva generación “que viene fuerte” y necesita salidas. “Hay que empezar con una buena escuela, haciendo bailarines. Y de esos bailarines se nutrirá la compañía. Y tiene que haber teatros con cuerpo de baile como pasa en cualquier sitio de Europa. Eso es lo que hace falta”, dice el veterano maestro, que tiene en sus aulas a 150 alumnos que quieren vivir de la danza. “Pienso que en un futuro no muy lejano se conseguirá, aunque no sé si lo conoceré. He luchado toda mi vida por esto. ¿Que ha costado mucho? Sí. ¿Sudor y sangre? Sí. ¿Lo volvería a hacer? Creo que sí”. •

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_