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Muere a los 65 años la cantante Natalie Cole

La artista, hija de Nat King Cole, cuya sombra marcó toda su carrera, había padecido numerosos problemas de salud

Diego A. Manrique
Natalie Cole, durante una actuación en marzo.
Natalie Cole, durante una actuación en marzo.Evan Agostini (AP)

Natalie Maria Cole, cantante de soul, jazz y pop, murió el último día de 2015, en su Los Ángeles natal, en el hospital Cedar Sinai. Natalie, de 65 años, fue la única de los cinco hijos del legendario Nat King Cole que se dedicó con éxito al mundo del espectáculo.

Se podría decir que Natalie Cole recibió de su padre un regalo envenenado. Nat King Cole triunfó pero debió enfrentarse al racismo todavía imperante en los Estados Unidos del presidente Eisenhower. A pesar de la pulcra imagen familiar, en el hogar de los Cole se vivieron muchas turbulencias: las infidelidades del padre estuvieron a punto de romper su matrimonio, aunque se recompuso cuando se detectó el cáncer que acabó con su vida en 1965. En aquellas batallas, Natalie tomó partido por su padre y decidió dedicarse a su oficio. Se enfrentó con su madre, Maria, que había desarrollado cierta antipatía por el show business. Tras sus años universitarios, donde incluso flirteó con el radicalismo político del Black Panther Party, empezó a cantar profesionalmente. Su apellido facilitaba los bolos pero a la larga resultó una rémora: promotores y discográficas esperaban un repertorio middle of the road y ella era una criatura de los sesenta, atraída por el soul y el rock; se negaba a interpretar las canciones identificadas con Nat King Cole.

Fue lanzada por Capitol Records, la compañía de su padre, en 1975 y tuvo éxitos inmediatamente, con temas como Inseparable, Sophisticated lady o I’ve got love on my mind. Los productores siguieron el modelo de los discos maduros de Aretha Franklin, lo que provocó el enfado de la Reina del Soul. En realidad, Aretha no tenía nada que temer: la afición de Natalie a las drogas duras era un secreto a voces en la industria musical, la explicación para demasiadas ausencias y deslices. Además, Natalie era más flexible en lo musical: en 1988, colocó en las listas su versión new wave de un tema de Bruce Springsteen, Pink Cadillac.

Ya en los noventa, Natalie se rindió a la presión ambiental y se decidió a explotar el legado familiar. Aceptó que la sombra de su padre era demasiado gigantesca: había visto los agobios de su tío, el gran cantante y pianista Freddy Cole, cuya desesperación le llevó a titular un álbum No soy mi hermano, soy yo. En 1991, Natalie lanzó Unforgettable… with love, donde recreaba éxitos de su padre. Y no solo eso: la tecnología permitía que grabara un dueto con la voz de Nat King Cole, en lo que las lenguas pérfidas del negocio musical llamaron un “desenterrado”. Pero eso se decía en petit comité: en uno de sus espasmos de tradicionalismo, la Academia premiaría a Natalie con varios premios Grammy.

La fórmula del “desenterrado” se popularizaría internacionalmente: su aceptación comercial facilitó aberraciones como los duetos entre dos o más artistas que llevaban décadas en la tumba. Aunque Natalie reincidiría, se puede afirmar que aprovechó bien la resurrección de su carrera: aparte de los inevitables discos navideños y las grabaciones con orquestas sinfónicas, se permitió dar salida a su pasión por el jazz. En 2000, publicó una autobiografía, Angel on my shoulder, donde relataba sus problemas con la heroína, el crack y el alcohol, aparte de sus conflictos religiosos. Esas confesiones facilitaron su aceptación por el mundo de la televisión, donde protagonizó abundantes especiales y apareció como actriz en diversas series; convenientemente embellecida, su vida se transformó en un telefilme, titulada Livin’ for love. Como ella reconocía, era su apellido lo que despertaba la curiosidad de personajes tan diversos como Nelson Mandela o Frank Sinatra.

Sus últimos años fueron lastrados por problemas de salud. Aquejada de hepatitis C, tuvo que someterse a un trasplante de riñón en 2009. Fue particularmente crítica con artistas que exhibían sus excesos vitales, como Amy Winehouse; vivió como una tragedia la muerte de su amiga Whitney Houston.

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