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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Piaf en la intimidad

Diego A. Manrique
La cantante Édith Piaf, en 1958.
La cantante Édith Piaf, en 1958.

Se acaba el año en que celebramos el centenario del nacimiento del Gorrión de París. Hemos visto de todo: una exposición en la Biblioteca Nacional de Francia que cedía a la tontuna de la moda interactiva (ofrecía una cabina de karaoke, como si cualquiera pudiera tener su laringe). La “misa solemne” en una iglesia sí tenía sentido, como reparación: Édith era una fiel creyente cuyas aventuras sentimentales fueron castigadas por unos mitrados vengativos que prohibieron que el suyo fuera un entierro católico.

Su vida amorosa sigue siendo un filón: Bernard Lonjon ha sacado Édith et ses hommes; France 3 estrenó un documental sobre el asunto, Édith Piaf amourese. Solo queda un tabú: su atracción por las drogas, conocida y (cabe suponer) tolerada por policías y doctores.

No faltaron los homenajes, tan bien intencionados como inútiles; quizás podríamos hacer una excepción con La vie en rose, evanescente disco del acordeonista Richard Galliano y el guitarrista Sylvain Luc. Respecto a reediciones, salió una monumental Integral que, ojo, no es tal: aunque ocupe 20 compactos y un vinilo de 25 centímetros, se centra en las grabaciones para Pathé Marconi, aunque debe reconocerse que, masterizada en alta resolución, ofrece el mejor sonido del que han disfrutado esas canciones. Más discretamente, aparece Édith Piaf: 1958-1962, un doble CD de la serie Live in Paris, que publica Frémeaux & Associés y que en España distribuye Karonte. El primer CD contiene grabaciones inéditas hechas en el Olympia (y están bien pero abundan los directos de Édith). Los verdaderos hallazgos están en el segundo disco.

Verán: entre 1960 y 1962, la radio Europe 1 emitió un programa titulado Édith Piaf et ses amis que —milagro, milagro— se conservan. Se solían grabar en la casa de Édith; allí cantaba y conversaba con sus amigos, mayormente compositores. La Piaf manifestaba un respeto reverencial por los autores y nunca recurrió a esos chantajes de algunas divas modernas, que exigen cobrar como coautoras de cualquier tema, tras cambiar dos o tres palabras.

Se han añadido parlamentos sobre Édith, protagonizados por Jean Cocteau o Pierre Brasseur, pero esencialmente tenemos a una Piaf vivaracha y segura. Cuenta que, antes de girar por Estados Unidos, donde era muy popular Les feuilles mortes, pidió permiso al creador del éxito, Yves Montand, para cantarla en directo (cabe imaginar que la mayoría de los oyentes sabría que fueron amantes y entendería la delicadeza del gesto).

Édith Piaf: Non Je Ne Regrette Rien (subtitulado).

También da instrucciones a otro novio, Georges Moustaki. Y dedica especial atención a uno de sus mejores autores, Charles Dumont (que igualmente firmó un libro sobre su relación). Dumont escribió lo que sería su himno definitivo, “Non, je ne regrette rien”, que aquí suena en su primera versión cruda, Édith más piano. Meses más tarde, lo cantaba incluso en alemán; para una artista que había sido acusado de colaboracionista (aunque fue apresuradamente exonerada), parece un acto de valentía. Dicen que encarnaba a la Francia eterna; más bien, Édith Piaf era la francesa insubordinada e individualista, que concedía primacía al amor sobre el patriotismo.

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