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LLAMADA EN ESPERA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una fotógrafa pionera

Julia Margaret Cameron delineó un mundo propio, de ensueño, a partir de la vida corriente. Capaz de ver arte donde solo había cotidianeidad

Estrella de Diego
'Paul and Virginia', de Julia Margaret Camero, (1864).
'Paul and Virginia', de Julia Margaret Camero, (1864).

Si en el siglo XIX se permitió a las mujeres —a veces— ser fotógrafas fue porque entonces la foto no era tomada en consideración. Es más, tratándose para muchos —incluido el propio Baudelaire— de un proceso meramente técnico, y por lo tanto exento de cualquier connotación artística, parecía ajustarse a lo que la sociedad victoriana veía como las virtudes esperadas en las señoras: paciencia, tacto y afán de superación. Bien es cierto que, pese a todo, las mujeres que participaban en el proceso fotográfico lo hacían a menudo como meras comparsas, coloreando o enmarcando las imágenes que los hombres tomaban en ese complejo trabajo de estudio que a finales del XIX se instauraba casi como una industria. Por eso, cuando Julia Margaret Cameron aparece en escena con su estilo transparente y sus figuras de regusto prerrafaelita, todos se quedan desconcertados: desde el principio, desde mediados de los sesenta del XIX, esta mujer nacida en Calcuta dentro del seno de una familia colonial, insiste en que su producción fotográfica es “arte”.

No era la única sorpresa que Cameron, cuya posición social fue siempre desahogada, depararía a los coetáneos y posteriores investigadores. Madre de cinco hijos y madre adoptiva de otros seis —entre los cuales estaba la niña irlandesa Mary Ryan a quien recogió de la calle y que sería una de sus modelos favoritas—, recibía la cámara como regalo de su hija y su yerno siendo ya una mujer mayor, con 48 años de edad, en 1863. Empezaba a trabajar a tientas, sin conocimientos previos —prueba y error—, buscando a cada paso ese efecto tan característico de sus imágenes, un poco borrosas, como salidas de un sueño, que sus contemporáneos achacaron a una falta de técnica y no a la voluntad artística que pivota en su producción completa.

Julia Margaret Cameron delineó un mundo propio, de ensueño, a partir de la vida corriente. Capaz de ver arte donde solo había cotidianeidad

De hecho, se trata en cada imagen de una propuesta de estilo bien definida que termina por ser inconfundible, ese “arte” que Julia Margaret Cameron defendía como parte de una estrategia —imágenes medievalizantes de inocentes doncellas y niñas vestidas con ropas amplias, hombres con barba, imponentes retratos de sus amigos, escenas con un sabor próximo al de los cuadros vivientes…—. Es verdad que la cámara era pesada y los productos químicos un engorro y es probable que en su trabajo recibiera la ayuda de los sirvientes, pero no es menos cierto que fue una de las pocas madres de familia victorianas que pudo escapar a las rígidas reglas y los corsés impuestos por la época a las mujeres, que supo tomar el rumbo de su vida al llegar a la edad madura y crear las imágenes artísticas que pueden verse hasta finales de febrero en el Museo Victoria y Alberto de Londres.

Denostada durante años por su estilo excesivo, para algunos empalagoso, típico victoriano en suma, hoy es reconocida como una de las pioneras del medio, sobre todo por su consciencia de la fotografía como algo más que un mero control técnico. Quién sabe si a esta percepción, en cierto modo negativa, contribuyeron algunos personajes próximos a Blooomsbery como Roger Fry, quien en un texto insiste sobre la confianza naif, tan victoriana, que destilan las imágenes de Cameron. La propia Virginia Woolf, sobrina nieta de Cameron, sentía gran admiración hacia las maneras resolutivas de la fotógrafa, pero ninguna benevolencia por su propuesta estética. Sin embargo, artista, escritora, amiga de intelectuales y poetas, Julia Margaret Cameron delineó un mundo propio, de ensueño, a partir de la vida corriente, donde las doncellas eran santas y las niñas recogidas heroínas; capaz de ver arte donde solo había cotidianidad, como a menudo ocurre con las mujeres.

Julia Margaret Cameron. Victoria and Albert Museum. Londres. Hasta el 21 de febrero.

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