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George Plimpton, el aficionado profesional

Practicaba el periodismo participativo subido a un trapecio de circo o a un ring de boxeo. Un libro reúne las mejores crónicas y perfiles del legendario editor de 'The Paris Review'

Andrea Aguilar
George Plimpton en el 'ring' de boxeo en 1959 antes de su combate con Archie Moore.
George Plimpton en el 'ring' de boxeo en 1959 antes de su combate con Archie Moore.Herb Scharfman (Getty / 'Sports Illsutrated')

No era bravucón como Norman Mailer, ni atildado como Gay Talese, ni retorcido como Truman Capote, ni sureño como Tom Wolfe, ni tan excéntricamente excesivo como Hunter Thompson. Sin embargo, George Plimpton (Nueva York, 1927-2003) compartió con ellos el cuadro de honor del llamado nuevo periodismo. Su estilo era distinto del de sus colegas, más distinguido si se quiere, abiertamente WASP, y jovialmente lúdico. Él hablaba de "periodismo participativo", y así, movido por la idea de desafío —que tanto gustaba a su respetable padre—, escribió artículos para Sports Illustrated que le llevaron a subirse al ring para combatir con un campeón de boxeo, a competir como portero en un partido profesional de hockey sobre hielo, ser un hombre bala vestido de rosa, a participar en un wéstern de John Wayne, actuar como trapecista en un circo o a tocar el triángulo en una serie de conciertos de la Filarmónica de Nueva York. Se definía como un amateur o aficionado profesional, también le apodaron Mr. Radical Chic por su apoyo al partido demócrata y su distinguido linaje. Según escribió, de todas sus inmersiones periodísticas, la musical, bajo la batuta de Leonard Bernstein, fue la más aterradora: "Una razón de que fuera tan amedrantador estribaba en que en la música no puedes cometer un error. Casi todos los deportes se basan en la idea de que un error acabe siendo un factor determinante en el resultado".

En sus artículos narraba las historias desde dentro, pero hacia fuera. Buscaba el ambiente, los personajes que rodeaban sus aventuras, y se esquivaba a sí mismo gentilmente

El hombre que estuvo allí (Contra) reúne un conjunto de sus crónicas —muchas de ellas con breves textos introductorios, en los que el propio autor amplía el contexto de los artículos— y rescata su faceta, poco conocida en el mundo hispanohablante, de reportero de campo. Plimpton compaginó las peculiares incursiones periodísticas con su trabajo como director durante medio siglo de la prestigiosa The Paris Review, la revista literaria que renunció a las reseñas y optó por la entrevista como género estrella, y la misma donde Philip Roth publicó su primer cuento.

En sus artículos Plimpton narraba las historias desde dentro, pero hacia fuera. Buscaba los gestos, el ambiente, los personajes que rodeaban sus aventuras, y se esquivaba a sí mismo gentilmente, renunciando a cualquier protagonismo más allá del imprescindible: eran sus ojos los que miraban y su pluma la que narraba. Habló del nerviosismo antes del combate, de su error al presentarse vestido con un traje de Brooke’s Brothers ante la báscula donde se pesaban los boxeadores, ya que ellos llevaban tan solo un abrigo y unos zapatos; del agotamiento casi infantil en un campo de béisbol; o de cómo los músicos arrastran suavemente los pies, a modo de aplauso silencioso ante la interpretación de un compañero durante un concierto. En los artículos de Plimpton desfilan desde el todopoderoso agente literario Irving Lazar, que representó a Nabokov y a Gore Vidal, hasta Warren Beatty o la pequeña Caroline Kennedy, empeñada en que su padre, el presidente JFK, se invente una competición para amenizar un día en la playa. Hemingway aparece dispuesto a demostrar su fuerza física aunque le crujan los huesos de la mano al comensales a quien se la estrecha; y de Norman Mailer cuenta que era tan "maniacamente" aficionado a retar a quien tuviera delante que con las mujeres, en las fiestas, hacía competiciones a ver quién retiraba la mirada antes —adelantándose con mucho a que Marina Abramovic convirtiera esto en una performance en el atrio del MOMA—. Plimpton estaba en aquella fiesta en casa de Mailer en la que apuñaló a su mujer; y fue uno de los hombres que ayudaron a reducir al asesino de Robert Kennedy en Los Ángeles, pero de eso no escribe. El comedor del legendario restaurante Elaine’s —con una parroquia que incluía a Gay Talese y Kurt Vonnegut, aunque Woody Allen era el único con mesa fija— y el exclusivo club de playa en Newport se alternan con oscuros gimnasios y vestuarios de estadios, en sus crónicas. Pero el escenario por el que Plimpton fue más conocido era el de las fiestas en su casa, la réplica literaria a la factory de Warhol.

Lo del estilo de Plimpton como periodista no era cuestión de falta de ego, sino más bien, quizá, un tema de modales. Darse mucha importancia, tomarse a uno mismo demasiado en serio nunca ha sido signo de buena educación, y él, formado en el internado de la Philips Academy Exeter, en Harvard y en Cambridge, era osado, algo gamberro, excéntrico y elegante, pero a su manera.

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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