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“Veo el Prado como un gran hospital para el espíritu”

El director del Museo del Prado vive a diario con la compañía de Goya, Velázquez... Esa conversación le proporciona paz, el mismo sosiego que procura trasladar al espectador

Juan Cruz

Convive con un símbolo de nuestro carácter, ese Duelo a garrotazos de Goya. Aquí hay imágenes muy importantes de la expresión de los sentimientos. Uno de ellos es la violencia; esa forma fratricida la encarna muy bien la visión de Goya en ese cuadro.El Prado es una montaña rusa en torno a lo humano. Es curioso que nos siga fascinando, en este mundo dominado por las imágenes digitales, esta forma precaria de las imágenes que es la pintura.

¿Qué nos hace ese exceso de imagen? Aturdirnos. La abundancia de imágenes termina colapsando nuestra sensibilidad, y adormeciendo nuestro sentidos. Es un buen remedio venir a un museo para limpiar la mirada de la contaminación visual.

Como un medicamento. La experiencia que viven los ciudadnos en los museos, en las instituciones culturales, tiene algo que ver con la sanidad. Muchas veces veo el Prado como un gran hospital para el espíritu, donde recuperarte anímicamente de la realidad cruda y difícil.

¿Y lo entiende así la sociedad? Emilio Lledó dijo en los premios Princesa de Asturias que el humanismo debe disponer de un lugar predominante entre las prioridades de los ciudadanos. Es curioso que sea España el país donde se producen más donaciones de órganos; nos preocupa la salud física y en cambio dejamos sin cuidar la salud intelectual y cultural de la sociedad.

¿Y el museo mismo no está contaminado por el éxito de público que se le exige? Los museos han de ser gestionados para que no se pierda la experiencia de la relación de un individuo y una obra de arte. Cada uno debe vivir una experiencia emocionante y memorable.

¿Cómo se hace eso? La escultora Cristina Iglesias nos dio una metáfora con las puertas de la ampliación: esa puerta semiabierta que puedes traspasar pero no sin cierta dificultad. La contemplación del arte no es una cosa pasiva. Hay que abrir las puertas, pero no como si fuera el vomitorio de un campo de fútbol.

¿Cómo mirar un cuadro? Cada uno con sus propios ojos, sin selfies; estamos contra el uso de esos artilugios, contra la moda de autorretratarse, a favor del uso de la parte del cerebro que está a la vista: los ojos. John Berger reclama una mirada singular para ver cuadros. Mirar arte es un acto personal, de una solemne individualidad.

Dice que es como un medicamento venir a un museo. ¿Las autoridades se dan cuenta del valor que tiene para la salud el Museo del Prado? Creo que no como la cultura se merece. No creo que sea un problema de los políticos sino de la sociedad, que ha de reclamar esa posición más prominente de la cultura entre las prioridades de los presupuestos.

A estas alturas, ¿puede identificarse esta sociedad con el trazo grueso que hace Goya de nuestra convivencia? Ya no. Vivimos un momento de cierta decepción; de repente se ha oscurecido y se ha hecho de noche, y dudamos incluso de que la política sea una herramienta útil para la convivencia. Pero creo que en esta noche volverán a salir faros que vayan iluminando el derrotero del país. No sería tan pesimista, aunque es verdad que ahora parece que haya habido un fundido a negro.

¿Por qué ha pasado? Por un cierto cansancio. Después del éxito de la Transición habría que haberse esforzado, no haberse ensimismado tanto en ese éxito, del que hemos abusado.

¿Ante qué cuadro del Prado deberíamos recuperar el ánimo? Ante el Jardín de las Delicias, del Bosco, que dice tantas cosas magníficas sobre la condición humana.

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