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Un día que no es el último de Terranova

Manuel Rivas presenta su nueva novela, un homenaje a los libros y a quienes los venden

R. DE LAS HERAS BRETÍN
Manuel Rivas presenta su novela El Último Día de Terranova
Manuel Rivas presenta su novela El Último Día de Terranova Bernardo Perez (EL PAÍS)

Coger un libro y olerlo es un acto instintivo en cualquier persona que tenga relación con ellos. Es lo que hace Lola Larumbe, dueña de la madrileña librería Alberti, cuando el escritor Manuel Rivas saca algunos libros que llevó ayer a la presentación de El último día de Terranova (Alfaguara). Los lleva en un maletín de piel marrón, usado, que podría haber vivido en cualquiera de los tres momentos de su novela: la actualidad, noviembre de 1975 tras la muerte de Franco y los años posteriores a la Guerra Civil. Uno de los ejemplares que saca es El cazador oculto, de Salinger, título de la primera traducción al castellano de The Catcher in the Rye.

Durante la conversación entre el escritor, la librera y la editora de Rivas, Pilar Reyes, mencionan que no creen en las casualidades. No es azar que las presentaciones de esta novela vayan a celebrarse en librerías o vinculadas a quienes las regentan. Toda la novela del autor gallego es un homenaje a este oficio y a esos lugares como espacios sociales, culturales, que igualan a todos. “Hablamos con Sócrates, con Descartes, con Rosalía; abres un libro y el libro te habla”, explica el autor. Terranova es una librería y echa el cierre.

Con el angustioso primer capítulo Rivas comenzó su intervención. Lee su prosa, llena de poesía, rápido. Lo exige el texto, como si le faltara el aire, como si la polio que sufre su protagonista, Vicenzo Fontana, hubiera paralizado los pulmones, o como si la pena por colgar el cartel que reza “Liquidación final de existencias por cierre inminente” no le dejara respirar. Tan triste como puede ser una acumulación de maniquíes desnudos, sin usar, una de las metáforas del libro.

Toda la novela del autor gallego es un homenaje a este oficio y a esos lugares como espacios sociales, culturales, que igualan a todos

Larumbe vuelve a apelar a la casualidad. Le sorprendió cuando empezó a leer El último día de Terranova que una parte transcurriese tras la muerte de Franco, justo cuando nacía Alberti, su librería, que vive este 2015 su 40º aniversario. También tienen en común que “Terranova es un anfibio”, apunta Rivas. Un arroyo desaparecido está presente en toda la novela y Alberti, antes de ser librería, fue una casa de baños conocida en el madrileño barrio de Argüelles donde se sitúa. El agua presente.

El escritor y la editora hablan del proceso de creación. Ella iba recibiendo capítulos sin orden; Rivas compara su proceso de escritura con el cuadro de Millet Las espigadoras: va recogiendo granos, los lleva a su terreno gallego y los compara con las patatas que hay que rebuscar. “Mi abuelo me decía que las últimas, las pequeñitas, son las más sabrosas”, se explica.

Larumbe añade que la novela se podría leer en dos direcciones: empezando por el principio y por el final. Resalta que no es un libro aislado: tiene algo de Las voces bajas o de Los libros arden mal y A boca da terra, su último poemario, le ha ayudado a escribir el relato. “La poesía da fosforescencia a las palabras”, dice. Como la fosforescencia que dan las algas al mar y el rosa de los pósit que marcan las páginas de los libros de Rivas que se pasa y huele el público.

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