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Columna
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El narco que llora

'600 millas' muestra un mundo del narcotráfico sin lujos

Luis Pablo Beauregard
Fotograma de '600 millas'.
Fotograma de '600 millas'.

En la secuencia de apertura de 600 millas, un gringo joven entra a una tienda de armas. Está interesado en comprar carabinas M4, pero el dependiente le informa de que lo que busca es solo para uso militar. En su lugar le recomienda un R-15 camuflado. Una atmósfera de ficción rodea el arranque de la película a pesar de que lo que se muestra es un intercambio cotidiano que ocurre diariamente en cientos de pueblos a lo largo de Estados Unidos. A muchos espectadores les parecerá increíble que un proceso tan banal pueda concluir con un arma mortal entre las manos.

La primera película de Gabriel Ripstein llega este viernes a las salas mexicanas para cerrar un gran año que arrancó triunfado en el Festival de cine de Berlín, donde fue premiada como mejor ópera prima. La Academia mexicana le dio otro impulso al elegirla entre 14 cintas aspirantes para representar a México en los Óscar. Aún falta lo más complicado: que sea nominada a mejor película extranjera.

Arnulfo, el protagonista interpretado por un fantástico Kristyan Ferrer, es uno de los miles de jóvenes seducidos por el poder que ejerce el narcotráfico en las pequeñas comunidades mexicanas. Arnulfo no estudia y está haciendo sus pinitos en su carrera criminal. Los capos mayores lo hacen responsable del contrabando de armas de Estados Unidos a México.

Un error hace que su camino se cruce con el de Hank Harris (Tim Roth), un veterano agente de la ATF (Arms, Tobacco and Firearms and Explosives) en Arizona. El personaje de Roth, cuya maravillosa actuación complementa la de Ferrer, está inspirado en los protagonistas del escándalo Fast & Furious. Esta operación llevada a cabo por la ATF permitió vender armas a personas que compraban para los cárteles mexicanos con la intención de rastrearlas y ver a que criminales los guiaban. El programa fue un fiasco. Solo fueron recuperadas 700 de las 2.000 armas vendidas sin que se detuviera uno solo de los capos que se habían fijado como objetivos.

En 600 millas no hay armas chapadas con oro, camionetas último modelo o casas con acabados de mármol. Es un retrato de criminales inseguros, que lloran y lavan los trastes que utilizan después de desayunar. Ripstein ha creado un mundo del narcotráfico de baja intensidad, probablemente más cercano al que existe en los bajos fondos mexicanos que al que muchos otros cineastas se empeñan en crear.

Esa fue la intención de Gabriel Ripstein. Rodar una película donde las cosas se acercaran lo más posible a la realidad. Para algunas secuencias no se usaron actores. Los dependientes que venden armas son reales y la filmación se hizo con pocos artificios. Este es el sello que el hijo de una leyenda viva del cine mexicano ha elegido para imprimirle al arranque de su carrera como cineasta.

Pero, regresando a los Óscar, ¿puede esta película gustar a los estadounidenses? ¿Y a los mexicanos? Además de ser un thriller bien logrado por momentos, 600 millas es también una reflexión sobre la peculiar relación entre México y Estados Unidos. La interacción de los personajes puede ser visto como un diálogo entre los conflictos de ambos países. Pero la película llega en un momento donde se discuten pocas soluciones para el narcotráfico, la migración y el control de armas. En este momento nadie conversa, solo se vocifera.

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Sobre la firma

Luis Pablo Beauregard
Es uno de los corresponsales de EL PAÍS en EE UU, donde cubre migración, cambio climático, cultura y política. Antes se desempeñó como redactor jefe del diario en la redacción de Ciudad de México, de donde es originario. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Los Ángeles, California.

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