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‘IN MEMORIAM’

Luis Figuerola-Ferretti, el genio discreto

Autor de conocidos 'jingles' publicitarios y de célebres canciones de la Transición, desplegó su ingenio en la radio

“Uno de los mayores talentos que ha habido en este país en los últimos 150 años, aproximadamente”, dijo de él, hace unas semanas, Carlos Santos en La Noche de TVE 24H. Y Sergio Martín, el agudo director del programa, asintió “al doscientos por cien”.

Y, sin embargo, a muchos lectores —sobre todo a los más jóvenes— su nombre les dirá poco porque Luis Figuerola-Ferreti, fallecido ayer en Madrid a los 68 años, llevaba ya un puñado de años prácticamente apartado de los medios de comunicación, y no precisamente por voluntad propia sino porque su fino talento, su singularísimo sentido del humor y su justa mesura no debió parecer que fueran lo más demandado en los tiempos algo zafios que nos ha tocado vivir. Su reciente recuerdo por el autor de 333 historias de la Transición se debió a que Luis fue uno de los autores (junto a A. Nieto y De la Iglesia) de Habla pueblo habla, la canción encargada por el Gobierno en 1976 para promover la participación en el referéndum sobre la Ley para la Reforma Política.

También se evocó en el mismo programa que Figuerola era el autor del exitoso jingle publicitario Las muñecas de Famosa / se dirigen al Portal, que desde hace décadas anuncia el comienzo de la Navidad, jingle del que, por cierto, Luis lamentaba no haberse reservado en su momento los derechos de propiedad intelectual. Se lamentaba sin darle mucha importancia porque para él lo realmente importante era crear, recrearse en su propia creación, divertir, hacer reír, y reírse con los demás —nunca de los demás—. Si, por añadidura, se le retribuía su trabajo, a él casi le parecía un milagro. Nunca he conocido a nadie tan poco mirado para el dinero y tan modesto al juzgarse a sí mismo.

Por eso al recordarlo ahora me viene a la mente el título de la última novela de Vargas Llosa. Luis era un genio discreto. Un genio porque estaba extraordinariamente dotado para observar la realidad con ojo crítico percibiendo lo que los demás no apreciábamos hasta que lo oíamos de sus labios o lo veíamos en sus gestos. Y era también un gran fabulador, capaz de contar historias inverosímiles que él convertía en plausibles con su oficio de buen narrador. Hubiera podido ser un excelente novelista porque, además, poseía una gran cultura —suya es, aunque él me la atribuía a mí, la chispeante expresión “eruditos a la googleta”— y una pluma fácil y brillante. Pero prefirió dedicarse a lo que desde joven más le gustaba: hacer reír a los demás. Había comenzado imitando a los profesores en la Fiesta del Rollo de la Facultad de Derecho de Madrid, y de ahí pasó a imitar a políticos, intelectuales, sindicalistas y jerarcas de toda laya —reyes y papas incluidos— con maestría inigualable, sazonada con gotas más de dulce ternura que de agria acidez, de modo que, de las decenas de personajes que pasaron por la irrepetible Verbena de la Moncloa (cadena SER, premio Ondas 1990, junto con Javier Capitán), solo uno se les enfadó.

Y no bastándole con esto, Luis creó su propio mundo de tronchantes e inolvidables personajes radiofónicos: doña María y su familia, Jocelyne, Maricarmen la de los Catastros, Braulio, El Padre Bonete, Esmeralda Clamores…

Tocó con éxito casi todos los palos de los medios de comunicación —en EL PAÍS publicó en 1994 inolvidables páginas veraniegas que vale la pena rescatar y releer—, pero brilló con luz propia en la radio. Y cuando vinieron mal dadas, se refugió, sin amargura ninguna, en el observatorio sabio y humorístico de su blog El duende de la radio, que es como a él mismo le gustaba definirse. En él publicó en noviembre de 2012 un post en el que anunciaba, con tanta gracia como valentía, que a partir de entonces se iba a tomar la vida “con un sereno y saludable sentido del thumor”, lectura balsámica recomendada a todos los que tengamos que enfrentar un diagnóstico temible.

Las muñecas de Famosa irán menos marchosas este año al Portal. Y los que, como Luis, practicamos la sincera religión de los porsis (consulten su blog para saber de qué se trata) pensaremos que las blancas barbas del Todopoderoso no podrán esconder la sonrisa que le provoca la aparición del recién llegado caricato, bueno y genial, al que aquí abajo vamos a echar mucho de menos.

Santiago Martínez Lage, amigo de Luis, recibió de su generoso humor el ficticio título de marqués de Betanzos.

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