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Novelas de carne y hueso

En 'Todo ese fuego', la narración es viva y variada gracias a un narrador, muy cercano a la autora Ángeles Caso, que deja sus marcas y convida al lector a identificarse con él

Ángeles Caso elige un día del año 1846. “¡La plancha está caliente!”, dice Emily Brontë gritando para que la oiga Charlotte. Dominan la escena los ruidos producidos por el trajín de todos los días. Es un día como tantos otros: los trabajos caseros, las leyendas que cuenta la sirvienta y las ensoñaciones de cada una de las Brontë, apesadumbradas por el sino de su hermano Branwell, ya a estas alturas un proscrito (su destino ya “palpitaba alto y lejos”). Leemos aquello que bulle en la mente de Charlotte, la hermana más visible para nosotros. A su lado están las tumbas del cementerio; en su mente, el recuerdo de madre y hermanas muertas cuando eran niñas. Y asistimos, ¡cómo no!, al frenesí creativo de las hermanas cuando todas ellas se ponen a escribir cada una su novela.

Sentimos todo eso con plenitud, el espacio de la rectoral, el cementerio, el paisaje, y el carácter turbulento de las Brontë porque la narración es viva y variada. Todo por obra y gracia de un narrador, muy cercano a la propia autora, que deja sus marcas en el texto y convida al lector a identificarse con él. El narrador ordena el caos, explica lo inaccesible, nos emociona y nos hace reflexionar, establece diferencias de estilo y carácter entre las hermanas, convierte a esos seres míticos en seres de carne y hueso, establece categorías (los dóciles y los rebeldes, los unitarios y los divididos); en definitiva, nos hace sentir “el peso inmenso de la rectoral de Haworth”.

Todo ese fuego. Ángeles Caso. Planeta. Barcelona, 2015. 256 páginas. 20 euros.

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