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MÚSICA / ENTREVISTA

Cracker: “No hay clase media musical, solo estrellas y gente en apuros”

La banda californiana salta del rock furioso al country más apacible con historias de perdedores de la crisis. Su gira europea, con 11 conciertos en España, no se rinde al terror

Ricardo de Querol
David Lowery (derecha) y Johnny Hickman, este martes en la sala Costello Club de Madrid antes de iniciar su gira.
David Lowery (derecha) y Johnny Hickman, este martes en la sala Costello Club de Madrid antes de iniciar su gira.Samuel Sánchez

Antes de coger el avión de Atlanta a Madrid para iniciar su gira europea, la banda californiana Cracker subió a su página de Facebook una foto del toro de Osborne. Sus seguidores les preguntaban si iban a mantener los conciertos previstos tras los atentados de París, que han llevado a otros grupos a cancelar compromisos. La respuesta estaba en el castizo toro y sus "cojones gordos", expresión que pronuncian en español. "Si no tocamos, habrán ganado ellos. Deberíamos imprimir ese lema en camisetas", afirma David Lowery (San Antonio, Texas, 1960), cantante y líder de la banda, de buen humor en la tarde del día de su llegada pese al jet lag. "Nos decían: ‘Pero, tíos, cómo vais a tocar en Europa…’. Por supuesto que vamos a hacerlo, para que se jodan", abunda Johnny Hickman (Redlands, California, 1956), guitarrista principal y la otra mitad del núcleo de Cracker, formación de country-rock alternativo que en 25 años de carrera han completado un número variable de músicos que entran, salen y a veces regresan. "La mejor defensa contra esos monstruos es seguir con tu vida. La otra salida es encerrarte en casa como en una cárcel. Y eso es justo lo que quieren".

El grupo proclama su predilección por España. ¿Eso dirán en todas partes? Quizá sea así, pero lo cierto es que España acoge 11 de los 14 conciertos de esta gira (los otros tres, en Londres, Holanda y Zúrich). Y el público tampoco se ha achantado: las entradas están agotadas en Madrid o Vitoria y a punto de hacerlo en otras ciudades.

La canción 'Almond Grove' retrata a la banda en su registro más 'country'. Detrás de un sonido bucólico, una dura historia con narcos, adictos, gente sin techo y un soldado muerto en Afganistán.

Muchas bandas norteamericanas se han movido entre el country y el rock en el último medio siglo, pero pocas saltan de un género a otro con el desparpajo de Cracker. Lo prueba su último álbum, el ambicioso Berkeley to Bakersfield, en realidad dos discos enfrentados, todo rock el primero y todo country el segundo, lo urbano contrapuesto a lo rural. En la bahía de San Francisco, Berkeley es una ciudad de tradición contestataria desde que su campus fue cuna de la revolución hippy. Así que el disco Berkeley suena a rock furioso y garajero, con ramalazos del punk y letras satíricas o combativas. Un ejemplo: "Esperad vuestro turno, vuestra pobreza nos hace progresar. No os quejéis, somos más ricos y listos que vosotros", reza ‘March of the Billionaires’, que bien podría ser un himno para los indignados. En el primer corte, la balada folk 'Torches and Pitchforks', el narrador promete combatir sin descanso "a vuestros matones y agobados, a vuestros guardias de seguridad".

Bakersfield, a cinco horas de coche y en el interior de California, es una ciudad vaquera, petrolera y ultraconservadora, capital del country —en particular del sonido twang— en ese Estado. El disco Bakersfield es apacible. Se impone lo acústico, la ­steel guitar y las letras costumbristas. Piezas como ‘Almond Grove’ cuentan historias de perdedores, del yonqui al soldado muerto, o de esos tantos que han acabado durmiendo en un coche o una estación de metro. Otra canción de tono melancólico, 'Tonight I Cross the Border', habla de la desesperación de pasar la frontera desde el sur aunque sea de la mano de los traficantes de personas.

'Beautiful' representa la tendencia más punk-rock de la banda. Parece la típica canción de un enamorado que piropea a su novia. Ella es una joven con cresta y botas Doc Martens asidua de manifestaciones anarquistas que se convierte en dueña de su propio café. ¿Aburguesada? "Todo es diferente pero nada ha cambiado".

Como hilo común, un mosaico humano pegado a cada territorio con el trasfondo de la creciente desigualdad, que Lowery ve en niveles “extremos” en EE UU. “De Berkeley y Bakersfield nos interesaba esa oposición entre izquierda y derecha. Y nos ha sorprendido que nuestra posición crítica es asumida por mucha gente de la derecha. Nos están diciendo: ‘Sí, estamos de acuerdo, están pasando cosas extrañas’. Este disco ha sido como un puente entre esas dos formas de ver las cosas. No era la intención inicial, pero ha funcionado así”.

El empobrecimiento de la clase media —su “eliminación”, corrigen— también se produce en la música: “Ya no hay clase media: hay grandes estrellas del pop y todos los demás pasan apuros”, explica Lowery, matemático, profesor universitario y activista, desde el blog The Trichordist, por los derechos de los artistas. Sostiene que, en contra de lo que parece, la era digital y la piratería no han debilitado a las discográficas frente a los autores, sino que las han fortalecido. El mercado del disco está “como la Edad Media: dominado por grandes señores. Internet ha sido muy bueno para la creatividad, pero no para hacer dinero con ella”. Le alarma que un 1% de los artistas se lleve el 77% de los ingresos, “y eso va a peor cada año”. Los músicos independientes pueden lograr cierta visibilidad y grabar discos de calidad. Pero no recogen ni las migajas del negocio.

Lowery y Hickman, en Madrid.
Lowery y Hickman, en Madrid.samuel sánchez

Cracker sabe lo que es plantar cara a un gran sello. Cuando, en 2006, Virgin apuró su relación con un álbum de grandes éxitos (Get On with It) que no contaba con la aprobación de la banda, esta grabó en paralelo su propia recopilación, pero en nuevas versiones que sacó a la venta el mismo día: se llama Greatest Hits Redux y contiene viejas joyas a las que sacan nuevo brillo como ‘Euro-Trash Girl’.

¿Cuál es el futuro? Lowery y Hickman rechazan la idea del todo gratis y creen en los sistemas de suscripción como Spotify, pero plantean otra forma de retribución que prime a las bandas más modestas a costa de las triunfadoras. Pero eso, admiten, es difícil de defender en un país hostil a las ideas de progresividad y redistribución. “No tengo una solución que quepa en un tuit”, ironiza Lowery.

Berkeley to Bakersfield tuvo una larga gestación, cinco años desde el anterior álbum, lapso en el que Lowery y Hickman lanzaron proyectos en solitario sin dejar de colaborar. Ahora no tienen prisa por empezar su siguiente disco, lo que no ocurrirá antes del verano. Entretanto dan conciertos aquí y allá, unos cien al año, y disfrutan recorriendo mundo, manía que les han llevado a lugares como Irak, donde tocaron en 2009 para las tropas de EE UU. De ese año son las canciones de tema bélico (que no belicista) y tono apocalíptico de Sunrise in the Land of Milk and Honey. “Morir es fácil, es vivir lo que es duro”, dice una de sus letras.

El directo lo practican a destajo, pero prefieren lanzar pocos álbumes y bien elaborados (llevan nueve de estudio desde 1992). Su versatilidad estilística, resultado de influencias diversas, sobre todo americanas pero también británicas (citan con reverencia a The Clash), la viven con naturalidad. “Antes del punk y la nueva ola había muchas bandas como nosotros”, sostiene Lowery, “aunque luego cada estilo tendiera a estrecharse”. Y en esta gira, entonces, ¿más Berkeley o más Bakersfield? Ambos, promete la banda, y algunos de sus clásicos. Cruzando ese puente entre dos planetas que distan cinco horas en coche.

Berkeley to Bakersfield está editado por 429 Records.

Gira de Cracker: Vitoria (Helldorado), 28 de noviembre; Sevilla (Sala X), el 30; Madrid (El Sol), 1 de diciembre; Barcelona (Music Hall), día 2; Zaragoza (Las Armas), 3; Murcia (12 & Medio Club), 4; Valencia (Loco Club), 5; Londres (UK Dingwalls), 7; Nijmegen, Holanda (Doornroosje), 9; Zúrich (Bogen), 11: y Bilbao (Fever Festival WOP) el día 12. Ya celebrados: Vigo, Gijón y Santander.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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